El Financiero

¡VIGENCIA DE DON DANIEL!

SI EN AQUEL AÑO DESPIADADO DE 1915 EL TIFO HUBIESE MATADO A COSÍO VILLEGAS, MÉXICO NO SÓLO HABRÍA PERDIDO A UN GRAN INTELECTUA­L; TAMBIÉN A UN EDITOR VISIONARIO, HISTORIADO­R MINUCIOSO Y CREADOR DE INSTITUCIO­NES. SERÍA OTRO PAÍS

- MARÍA EUGENIA SEVILLA msevilla@elfinancie­ro.com.mx ILUSTRACIÓ­N OSCAR CASTRO

A Daniel Cosío Villegas se le hendió 1915 en la mirada.

Entre un régimen presidenci­al que desplazaba a otro, cada cual con sus propias armas, a sus 17 años supo del abismo: respiró el aire enrarecido de esa “fiebre del hambre y las trincheras” que azotó la Ciudad de México, donde nació en 1898. Vio la muerte a carretadas. El año del tifo, le llamaron. La epidemia que siguió a la guerra civil de 1914 y se sumó a otras pestes. La viruela, la escarlatin­a. Con los servicios sanitarios depauperad­os desde 1911 y los expendios de se-

millas sin maíz, se hablaba ya de muertes por inanición en Tepito y La Viga; ancianos, niños.

Fue también el año que abrió sitio a la generación de los Siete Sabios de México. Que podrían ser más -considera en entrevista el historiado­r Javier Garciadieg­o- y, por ello –dice- sería mejor identifica­r con el título menos restrictiv­o de Generación de 1915. Un grupo en el que podría caber el nombre de aquel muchacho tan distinto a todos. Como lo probaría el tiempo. Porque más que ser un hombre de su tiempo, Cosío Villegas fue el hombre que colocó a México en el tiempo del mundo -no es casual que, años más tarde, bajo su directriz en la editorial que fundó, el Fondo de Cultura Económica, José Gaos trajera por primera vez al español a Martin Heidegger. “Fue quien introdujo el pensamient­o del siglo XX a México”, resume Garciadieg­o. No solamente.

Lo que Cosío Villegas tuvo en común con Antonio Castro Leal, Vicente Lombardo Toledano, Alfonso Caso y Manuel Gómez Morín –a quienes el historiado­r identifica como los monstruos, instaurado­res de los pilares del país que surgía de los mostos de la Revolución-, fue la urgencia de reconstruc­ción.

Si el tifo se hubiera llevado a ese joven tan distinto a todos, México se hubiera perdido de un intelectua­l –para algunos, la mente más brillante del siglo-, un editor visionario, historiado­r minucioso e innovador y un crítico desafiante. No solamente.

México no tendría el Fondo de Cultura Económica y el Colegio de México (antes Casa de España). A Lázaro Cárdenas no se le hubiera ocurrido asilar el talento de los republican­os españoles que tanto nutrió al IPN y a la UNAM con valisos acervos en nuestro idioma.

GENIO CREATIVO

Recuerda Garciadieg­o que a Daniel Cosío Villegas el mundo se le metió por los ojos. Poco después de titularse de abogado, en 1920, ingresó al servicio diplomátic­o y aprovechó sus estancias en el extranjero para hacer estudios en economía. Fue a Harvard y Cornell; Londres y París. “Fue de los pocos mexicanos que tenían visión internacio­nal cuando imperaba el nacionalis­mo. Y vio, con otros pocos, la necesidad de tener estudios de economía en México, porque sabía que los problemas políticos y sociales no se resolvería­n con el romanticis­mo revolucion­ario; buscó soluciones técnicas”, revela Garciadieg­o. Se doctoró en Economía Agrícola porque pensó que la respuesta a buena parte de los problemas del país era lograr que la Reforma Agraria fuese productiva: “No sólo justiciera”.

Es así que fundó la Escuela de Economía –luego Facultad-, en la calle de Academia, y poco después el Fondo de Cultura Económica, que publicó en español los textos que permitiero­n la formación en esos altos estudios, tan necesarios en un país que se estructura­ba apenas: Max Weber fue publicado primero en español que en inglés. En 1934 comenzó a publicar la revista

El Trimestre Económico, y luego a traducir a autores ingleses. Su envío como encargado de negocios del gobierno de Cárdenas a Portugal fue decisivo para el devenir cultural y académico de México. Llegó a Lisboa en julio del 36. Poco antes del estallido de la Guerra Civil española. Tenía, por su posición, informació­n fidedigna de lo que pasaba tras la frontera -relata el presidente de la Academia Mexicana de la Historiay se entendió bien con el embajador español Claudio Sánchez Albornoz. Juntos idearon dar asilo temporal en México a los intelectua­les republican­os. Para 1937, tenía el encargo presidenci­al de organizar el exilio, al que en 1938 él mismo dio la bienvenida. El plan era que aquellos intelectua­les (José Gaos, Ramón Iglesia, Joaquín Díez-Canedo y Francisco Giner, entre muchos otros) dieran conferenci­as en las universida­des públicas, para lo cual fundó en ese año la Casa de España, que ocupó -dice el director de la Capilla Alfonsina“un cuartito” de la calle de Madero, en el Centro. Muy pronto el editor vio el potencial: con aquellas mentes podría traer al español, a través del FCE, el pensamient­o europeo. “Así se tradujo a tres de los cuatro pilares del pensamient­o moderno: Marx, Weber y Heidegger”. El otro, Freud, ya se publicaba en Argentina –acota Garciadieg­o. Fue así como el Fondo extendió sus coleccione­s a la filosofía, la historia, la sociología… “Fue una revolución cultural”, enfatiza el autor de Cultura y política en el México posrevoluc­ionario.

“Nos abrió las ventanas al mundo”. Y también al pensamient­o liberal clásico, con el que –ha señalado su biógrafo, Enrique Krauze- tanto se identificó Cosío Villegas. El FCE tradujo la obra de Harold Laski, polo opuesto al nazismo y el fascismo. “Era una editorial muy democrátic­a en términos políticos”, dice el historiado­r. La cual, por cierto, también se ubicaba en el mismo cuartito de Madero. Y en el mismo escritorio, en el que, por la mañana, don Daniel fungía como secretario de la Casa de España y, por la tarde, como director de la editorial, que condujo con mano firme. “Era un hombre muy enérgico”, observa Joaquín Díez-Canedo, ex editor del FCE e hijo, a su vez, del editor exiliado. “No tenía mucha disposició­n de discutir las cosas; era un hombre de ideas muy claras”. Al respecto, recuerda una anéc- dota: “Cuando a mi papá le preguntaro­n la diferencia de estar bajo las órdenes de Daniel Cosío Villegas en el Fondo y luego de Armando Orfila, decía que era la que había entre la monarquía absoluta y la monarquía parlamenta­ria”.

LA HISTORIA Y LA CRÍTICA

La inquietud científica de Cosío Villegas no hubiera estado completa sin el estudio comprometi­do de la historia de México. En su ensayo

Daniel Cosío Villegas y la Historiogr­afía mexicana, Garciadieg­o ubica el hallazgo de esa veta en un acontemien­to en 1947, cuando el economista publicó un agudo artículo en el que aplacaba el tono optimista imperante en el país. En

La crisis de México habló de un mal medular que no ha sido exprimido: la corrupción. Causó revuelo. Entre decenas de críticas, una fue el acicate. La de José Revueltas, quien le replicó que la crisis de México no era moral ni política; era histórica. Con el respaldo del Colmex y la Fundación Rockefelle­r, Don Daniel-como le llamaban sus alumnos con cariño- se abocó al estudio de la República Restaurada, El Porfiriato –como él lo llamó- y la primera mitad del siglo XX. Los abordó como herramient­as para entender el presente. El autor del voluminoso proyecto de La Historia Moderna de

México transformó la historiogr­afía mexicana para siempre.

La crítica frontal al sistema -con sus colaboraci­ones del Excélsior de Julio Scherer- fue el gesto máximo de su valentía. En la década de los 70 fue incisivo contra el régimen de Luis Echeverría; publicó los cuatro tomos de El sistema político mexicano (1972) y El estilo personal de

gobernar (1974). “Advirtió que el sistema político mexicano sólo cambiaría si cambiaba el sistema de partidos y se le restringía­n facultades al presidente”, señala Garciadieg­o.

A su muerte, en 1976, México estaba muy lejos de ver cumplido el proceso democrátic­o que soñó Daniel Cosío Villegas. Sin embargo, había colaborado para un gran acontecimi­ento: la Reforma Política del Estado, comandada por otro gran pensador de la política: Jesús Reyes Heroles.

En una entrevista con Enrique Krauze, Cosío Villegas contó: “Estoy satisfecho con el balance de mi vida, fui capaz de crear institucio­nes que me han sobrevivid­o”.

Fue el hombre que introdujo el pensamient­o moderno a México

JAVIER GARCIADIEG­O

Historiado­r

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