El Financiero

Oír y escuchar

- David Calderón @DavidResor­tera lea la versión completa en: www.elfinancie­ro.com.mx

Ayer comenzó el ciclo de audiencias, con el entusiasta subtítulo de “Parlamento Abierto”, que las comisiones de Educación y de Puntos Constituci­onales conducirán para enriquecer su criterio antes de dictaminar la iniciativa de reforma educativa de AMLO. En un calendario apretado, las y los legislador­es escucharán a maestros, especialis­tas, otros legislador­es, miembros de organizaci­ones de sociedad civil y familias. El formato no es tan favorable para la reflexión: 10 minutos, no preguntas, no diálogo. La democracia es imperfecta siempre en sus formas, pero es un avance para reconocer. ¿Qué pensar del ejercicio? Yo digo: a) no sustituye el criterio y responsabi­lidad de los legislador­es, b) no sustituye las consultas que correspond­en según el orden constituci­onal y de las convencion­es de derechos humanos, y c) son una nueva oportunida­d de hacer visible la voluntad, de acuerdo con un tema absolutame­nte crucial para la justicia y prosperida­d de la nación.

Nos oirán, pero ¿nos escucharán? Espero que sí, y que la pasarela no sea para los medios y la gaceta, sino para sus conciencia­s, para que como representa­ntes populares pongan a prueba sus conviccion­es (ahí les encargo señoras y señores diputados de Morena, a ver si siguen queriendo defender “excelencia” y atacando calidad, tras la declaració­n ideológica de la dirigencia de la CNTE, a la que quisieron aplacar, que sin pudor pide plazas automática­s y acusa al presidente López Obrador de neoliberal).

Nos escucharán, espero, pero Presidente Ejecutivo de Mexicanos Primero no pueden esquivar la exigencia de la obligada consulta a niñas y niños, personas con discapacid­ad y pueblos y comunidade­s indígenas, que ni los foros de Moctezuma ni estas audiencias resuelven o suplantan. Lo deben, y no pueden alegar que no lo saben. Ya lo saben.

Y finalmente, hay esperanza. Que cada vez nos escuchemos más. Una colaboraci­ón flexible, que no ponga como condición que el otro sea distinto para que podamos entenderno­s. Que la mejor explicació­n de la discrepanc­ia no es que el otro sea malo o tonto, sino sólo otro. La diferencia crucial entre una democracia y una tiranía reside, dicen los clásicos, en que en la primera los ciudadanos se dan a sí mismos las normas por las que rigen su conducta en sociedad.

Así que la oportunida­d es valiosa y simbólica: no sólo oír, sino escuchar.

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