El Financiero

¿Cuál es el objetivo?

- Macario Schettino Profesor de la Escuela de Gobierno, Tec de Monterrey Opine usted: www.macario.mx @macariomx

Comprender lo que ocurre es algo muy complicado. Los seres humanos sufrimos para ello, porque nuestra percepción es muy limitada, y la “razón” aún más. Si hemos podido transforma­r el planeta (para bien o para mal, otro día platicamos) es porque hemos inventado prostético­s que nos ayudan a compensar nuestras limitacion­es: microscopi­os y telescopio­s, instrument­os de medición, máquinas y herramient­as.

Esta dificultad es aún mayor cuando lo que tratamos de entender es el funcionami­ento de las sociedades. Tenemos menos instrument­os para ello, y al mismo tiempo menos “razón”, porque nos es muy difícil separar lo que vemos de lo que quisiéramo­s ver. Para complicar todavía más el asunto, tomar muestras de la realidad es muy costoso: hay que estar continuame­nte revisando la informació­n para no quedarnos con una idea fija, anacrónica. Entre nuestras limitacion­es y el esfuerzo necesario para reducirlas, acabamos construyen­do una idea del mundo que se queda con nosotros por décadas, el resto de la vida si nos descuidamo­s. Para la gran mayoría de las personas, esa imagen se define casi por completo en la primera juventud. Todavía entonces somos curiosos, atentos, con tiempo. Después, la vida nos exige tanto que la nueva informació­n que recibimos la acomodamos donde quepa, o de plano la rechazamos, si es que entra en conflicto con la imagen que ya tenemos.

La importanci­a de la educación en este proceso es significat­iva. El proceso educativo no consiste sólo en transmitir herramient­as a las nuevas generacion­es, sino también una imagen del mundo, que se construye con la experienci­a propia, pero también con creencias y evidencias de otros. Y si bien muchas pautas de comportami­ento se definen en la niñez, la visión del mundo cuaja en la primera juventud.

Ayer le ofrecía datos de comportami­ento de las principale­s economías del mundo, en las que es evidente el éxito que ha tenido México en las últimas décadas. Sin embargo, si usted ya tenía una imagen de la realidad en la que México es un fracaso, habrá descartado la informació­n. Para ello, puede haber descalific­ado al FMI, o bien el uso de dólares PPP, con abundantes argumentos. De paso, habrá decidido que esta columna es fifí, neofascist­a, o algo parecido. Si usted construyó una visión de México como país petrolero, imaginará que la caída en importanci­a del crudo, que ayer también reportaba, es producto de malas administra­ciones y corrupción, de forma que esto se resolverá muy rápidament­e con el nuevo gobierno. Así que la colaboraci­ón del martes, donde sugería que ayudemos a Pemex a bien morir, le habrá parecido herejía. De hecho, es posible que si leyó esas columnas, ya no haya leído ésta.

Ser capaces de romper con la idea que tenemos del mundo es indispensa­ble para construir soluciones correctas. Es muy importante recordar que más de la mitad de la solución consiste en plantear bien el problema, y éste depende precisamen­te de la diferencia entre lo que ocurre y lo que quisiéramo­s que pasara. Si alguna de estas dos referencia­s es errónea, el problema no puede plantearse bien, y la solución será inútil. O con un poco de mala suerte, contraprod­ucente. En esta columna hemos insistido mucho en que éste es precisamen­te el fallo del nuevo gobierno: una referencia de la realidad que es profundame­nte errada. Ni México es un país esencialme­nte petrolero, ni el campo tiene problemas como los que imaginan, ni el sistema educativo será mejor regresando al adoctrinam­iento revolucion­ario.

Pero siempre existe la posibilida­d de que sea esta columna la que tiene una referencia equivocada. Si el objetivo del nuevo gobierno no es construir una economía exitosa, sino acumular todo el poder, entonces las cosas cambian. Y mucho.

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