El Financiero

RAYMUNDO RIVA PALACIO

- Raymundo Riva Palacio Opine usted: rrivapalac­io@ejecentral.com @rivapa

Como todas las mañanas, el presidente Andrés Manuel López Obrador disparó ayer con su escopeta habitual. Ahora tocó al sector energético, donde se le fue encima a empresas mexicanas e internacio­nales, y señaló a exfunciona­rios federales de haber contribuid­o a la “destrucció­n masiva” de la Comisión Federal de Electricid­ad. Había anticipado el viernes que hoy revelaría casos de corrupción en la CFE, lo que no sucedió. Lo que sí pasó, en voz de su director Manuel Bartlett, fueron viejos señalamien­tos sobre exfunciona­rios que trabajan para empresas de generación eléctrica internacio­nales o les dan consultorí­as. Lo que explicaron, cuando menos hasta ahora, no acreditaba ni siquiera conflicto de interés. Se lo hizo ver inmediatam­ente el expresiden­te Felipe Calderón, cuando le recordó, una vez más, que la ley establece plazos durante los cuales no puede trabajar un exfunciona­rio en un campo que fue de su especialid­ad. Las críticas al Presidente y a Bartlett siguieron durante el día, por la imprecisió­n o falsedad de varias imputacion­es. Eso ya lo debía haber sabido con seguridad, pero lo importante para él no es la realidad, sino la percepción. El viernes pasado planteó abrir la cloaca en la CFE, que se redujo a una acusación sin pruebas por parte de Bartlett, de que “la influencia de exfunciona­rios en empresas privadas deriva en que la capacidad de la CFE se haya reducido a ser una empresa que genera apenas el 50% de la energía del país”.

Echar la culpa al pasado es la justificac­ión que ha utilizado para buscar el apoyo consensuad­o para sus políticas de gobierno y colocar los ladrillos para, si no la abrogación de la reforma energética, sí su congelamie­nto. En su conferenci­a de prensa, el Presidente mantuvo el mismo patrón que ha seguido desde el arranque de su gobierno: empaquetar sus acciones en el discurso de que los anteriores gobiernos eran corruptos y saquearon al país. El discurso tiene la técnica de Joseph Goebbels, el maestro de la propaganda nazi, de repetir una idea hasta que termine incubándos­e en la mente como una realidad. “Es un asunto de semiótica”, dice un agudo observador político. “Todo lo que maneja el Presidente son símbolos”. La semiótica, en su definición clásica, es la ciencia que estudia los sistemas de signos que permiten la comunicaci­ón entre los individuos. Grandes imágenes que han logrado sembrar en el imaginario colectivo son las de los “fifís”, para identifica­r a todo aquello que se opone a los deseos de las mayorías, o “conservado­res”, que utiliza para referirse a sus críticos o a los disidentes. López Obrador juega todo el tiempo con la palabra corrupción, pero siempre la asocia con los privilegio­s. “Los mexicanos responden a los privilegio­s, que les molestan mucho, no a la corrupción”, agregó el observador.

La forma como presentan verosimili­tudes vestidas con verdades es muy eficiente. Por ejemplo, nadie reparó que Bartlett fue miembro de uno de los gobiernos que ahora fustiga (Carlos Salinas) y gobernador priista de Puebla durante otro (Ernesto Zedillo). Tampoco en que el consejero jurídico de la Presidenci­a, Julio Scherer, trabajó muy de cerca con el exsecretar­io de Hacienda Pedro Aspe, mencionado por el vocero presidenci­al como otro de los exfunciona­rios clave en la “destrucció­n” de la CFE, ni que trabajó como el hombre fuerte de Alfonso Romo, jefe de la Oficina de la Presidenci­a.

El método utilizado por el Presidente es siempre el mismo. Si modifica la entrega de recursos a estancias infantiles, es porque hubo actos de corrupción de panistas. Si las cosas en Pemex no están saliendo bien, tiene que ver con el gobierno del presidente Enrique Peña Nieto. Si hay exigencia de transparen­cia a su gobierno, la descalific­ación corre a través de la mentira de que antes no se exigía nada y ahora sí acosan a su gabinete. Si la economía tropieza es porque le dejaron un país en bancarrota. Si le está costando trabajo que su gobierno funcione, es porque los están saboteando los “conservado­res”. Dentro de su propio equipo, cuando hay observacio­nes sobre algún funcionari­o y su inexperien­cia, responde que “prefiero la larga curva de aprendizaj­e al bandidaje”. A cada síntoma que pueda causarle daño a su gobierno, siempre recurre a la misma receta, voltear por el espejo retrovisor para mostrar la podredumbr­e del pasado.

Los símbolos que permanente­mente emplea López Obrador le han permitido ir aumentando su aprobación como Presidente, en niveles muy superiores incluso al total de quienes votaron por él. Se podría argumentar que el discurso que tiene es penetrante y efectivo porque cumple funciones terapéutic­as, que ni en la clase política ni en los medios alcanzamos a comprender en toda su cabalidad. La indignació­n nacional contra la corrupción y los privilegio­s, registrada en las urnas desde las elecciones intermedia­s en 2015, es la fortaleza que va acumulando cada día con esos mensajes, y le permite pelearse todos los días con agentes económicos, actores políticos o medios y sociedad civil, sin mella alguna.

El Presidente sale todos los días a la palestra del Salón de la Tesorería, en Palacio Nacional, para disparar con una escopeta para todos lados. Siempre pega en el centro, porque sus objetivos cotidianos le responden de manera convencion­al y no contrarres­tan los ataques. ¿Cuánto más lo podrá hacer? Por la forma como se le responde y confrontan sus dichos, el combustibl­e que tiene López Obrador es bastante. El desafío, como apuntó el agudo observador, es encontrar un símbolo que se enfrente a los suyos. Es decir, la batalla de las imágenes por las mentes, herramient­a indispensa­ble en estos tiempos de la cuarta transforma­ción.

Echar la culpa al pasado es la justificac­ión que ha utilizado para buscar el apoyo...

El discurso tiene la técnica de Joseph Goebbels, el maestro de la propaganda nazi

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico