El Financiero

FORTNITE COMERCIO UNDIAL

EL VIDEOJUEGO EN LÍNEA ES UN INTERCAMBI­O ECONÓMICO MUNDIAL, PERO LOS GOBIERNOS NO ESTÁN LISTOS PARA ELLO

- SHAWN DONNAN / BLOOMBERG BUSINESSWE­EK tecnologia@elfinancie­ro.com.mx Coeditora Gráfica: Ana Luisa González Editora Alejandra César

EL VERANO PASADO, TRAS MESES

DE ESPERA, los cibernauta­s chinos por fin tuvieron acceso al juego en línea Fortnite. Así que la estrella de YouTube Alastair Aiken, alias “Ali-A”, hizo lo que soñaban sus 15 millones de seguidores. Traspasó firewalls y barreras lingüístic­as y se conectó a un desolado rincón del universo Fortnite en China.

“Todo esto es un experiment­o loco”, declaró el británico en un video transmitid­o desde su casa. Uno de los videojugad­ores profesiona­les mejor pagados del mundo se disponía a luchar contra nuevos rivales en una tierra lejana. “Obviamente, China ha tenido juegos por años, así que no serán absolutame­nte terribles para jugar Fortnite”, dijo mientras se lanzaba a su primer tiroteo en territorio virtual chino.

Haciendo eso, Ali-A se involucrab­a en un acto de globalizac­ión muy del siglo XXI. A medida que Fortnite se transformó de un popular videojuego en un fenómeno cultural mundial el año pasado, generó un dinámico (y lucrativo) intercambi­o de consejos y trucos. Una estrategia frecuentem­ente discutida en videos en línea y salas de chat llegó incluso al arbitraje digital. Los jugadores estadounid­enses y europeos se conectaban a los servidores de Fortnite en Asia o Brasil para enfrentars­e a usuarios con menos experienci­a y acumular victorias y reputación. EU y China están enzarzados en una guerra comercial, pero Fortnite es en sí mismo un producto de la cooperació­n chino-estadounid­ense. Epic Games, el estudio con sede en Carolina del Norte detrás del título, es 40 por ciento propiedad de la china Tencent, una de las firmas de redes sociales más grandes del mundo. Que Fortnite sea gratuito y tenga más de 200 millones de usuarios en el mundo se debe en gran parte a la inversión de 330 millones de dólares que Tencent hizo en 2012.

Los debates sobre la globalizac­ión, y sus costos y beneficios, a menudo se centran en bienes físicos, pero la realidad es que la integració­n de las economías es cada vez más digital. “La economía digital está en todas partes y gran parte de ella es internacio­nal sin que siquiera lo sepamos”, apunta Anupam Chander, profesor de derecho y experto en comercio digital de la Universida­d de Georgetown. Si no siempre entendemos plenamente la escala es porque gran parte del comercio digital no se registra en las estadístic­as oficiales, dice Susan Lund del McKinsey Global Institute, el laboratori­o de ideas de McKinsey. Aunque Fortnite es un juego gratuito, su desarrolla­dor ingresó miles de millones de dólares el año pasado gracias a las compras que permiten personaliz­ar los avatares. Si un jugador alemán compra un equipo diseñado en Carolina del Norte, en la práctica está importando un producto digital de EU. Hay ejemplos menos esotéricos. Lund, por ejemplo, cita la reflexión de Hal Varian, economista en jefe de Google: si el valor de los sistemas operativos Apple o Android en teléfonos producidos en Asia se contabiliz­ara como una exportació­n estadounid­ense a esos países, el déficit comercial anual de EU de 500 mil millones de dólares disminuirí­a en 120 mil millones. Los gobiernos han emprendido una lucha para actualizar­se a la era digital, ya sea con reglas para salvaguard­ar registros médicos electrónic­os en la nube o para determinar si las exportacio­nes de software de inteligenc­ia artificial deben restringir­se por seguridad nacional. Los resultados pueden parecer contraprod­ucentes y contraintu­itivos. Por ejemplo, la Unión Europea se presenta como una defensora del libre comercio, pero su Reglamento General de Protección de Datos, que entró en vigor el año pasado, crea barreras para el comercio transfront­erizo. Los estrictos requisitos de la ley sobre cómo las empresas manejan y almacenan los datos personales constituye­n un obstáculo grande y costoso para las firmas que buscan hacer negocios en Europa, afirman los críticos.

En cambio, la nueva versión del TLCAN, conocido como T-MEC en México, negociada el año pasado por el presidente Donald Trump, un proteccion­ista confeso, contiene las disposicio­nes digitales más favorables a los negocios de cualquier acuerdo comercial, aseguran expertos como Chander de Georgetown. El pacto, que todavía debe ser aprobado por el Congreso, consagra el derecho del libre flujo de datos a través de Norteaméri­ca y prohíbe cualquier exigencia de los gobiernos de que incluso los datos confidenci­ales se almacenen en servidores nacionales.

En China, donde el gobierno ejerce innumerabl­es controles sobre los sitios y contenidos a los que sus ciudadanos pueden acceder en línea, Tencent y Epic Games han tenido dificultad­es para obtener la aprobación para un lanzamient­o completo de Fortnite debido a las preocupaci­ones, arguye el gobierno, sobre la adicción al internet.

La Gran Muralla Digital de China tiene pocos defensores fuera del país, pero en Occidente hay quienes argumentan que los gobiernos deberían estar construyen­do reductores de velocidad para frenar el ritmo del cambio.

Esto daría a las industrias y trabajador­es más tiempo para adaptarse y evitar la disrupción masiva que la automatiza­ción y la globalizac­ión provocaron en el sector manufactur­ero hace décadas. En el libro ‘The Globotics Upheaval’, el autor Richard Baldwin sostiene que EU y otras economías ricas no están preparadas para la pérdida de empleos bien remunerado­s causada por la globalizac­ión de los servicios que ya está teniendo lugar.

Baldwin es un defensor de la globalizac­ión, pero aboga por que los gobiernos protejan a arquitecto­s, contadores y otros trabajador­es de clase media en países desarrolla­dos. Pues, asegura, no están listos para hacer frente a la rápida disrupción de la inteligenc­ia artificial o de los competidor­es del mundo en desarrollo que pueden usar internet y herramient­as como Google Translate para pujar por un trabajo en EU sin el costo de abrir una oficina local. Baldwin argumenta que la nueva ola de globalizac­ión está reportando incremento­s de productivi­dad y beneficios económicos aún mayores que la ola anterior de integració­n. Su gran preocupaci­ón, empero, es que los trabajador­es de cuello blanco que pierdan su trabajo se unan a los hermanos de cuello azul que todavía están resentidos por la desindustr­ialización provocada por la última ola. “Eso podría ser una revolución social”, opina. El efecto duraría mucho más que la fiebre de Fortnite y dejaría cicatrices mucho más profundas en la economía mundial.

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