El Financiero

Sin órganos autónomos

- Ezra Shabot @ezshabot

En una democracia institucio­nalizada el simple funcionami­ento de los tres poderes, Ejecutivo, Legislativ­o y Judicial, parecería suficiente como para garantizar la transparen­cia total en el ejercicio de gobierno. Sin embargo, la complejida­d de las relaciones sociales y los conflictos entre factores económicos y políticos obligan a establecer instancias intermedia­s que eviten la concentrac­ión de fuerza en institucio­nes tradiciona­les, que teóricamen­te deberían ser abiertas y transparen­tes. La transición mexicana a la democracia obligó durante todo su trayecto a la construcci­ón de estos instrument­os de intermedia­ción entre Estado y sociedad, para garantizar la credibilid­ad y certeza frente a los cambios que, en lo político, se iban dando de manera acelerada. Desde la creación del IFE autónomo hasta la conformaci­ón del INEGI, el IFT, el Coneval, el INAI, el INEE, la Cofece entre otros, el entramado de institucio­nes generadora­s de informació­n profesiona­l y verificabl­e fue un elemento determinan­te para la acción de los contrapeso­s necesarios para evitar que la tendencia a centraliza­r todo por parte de los poderes tradiciona­les, derribara el carro de la democracia mexicana.

La otra institució­n central que les amarró las manos a los presidente­s y sus respectivo­s secretario­s de Hacienda fue el Banco de México, desligado de las decisiones de política económica, o más bien de las ocurrencia­s económicas de cada primer mandatario. Fue todo esto, junto con una Suprema Corte de Justicia cada vez más independie­nte del Ejecutivo, lo que evitó no sólo crisis recurrente­s, sino la posibilida­d de un retorno al autoritari­smo propio del presidenci­alismo absoluto, siempre presente en la mente de políticos limitados en su capacidad de ejercer el poder a plenitud. Es por eso que resulta preocupant­e la tendencia regresiva que vivimos hoy en todo sentido. No únicamente por la descalific­ación constante de las decisiones de los órganos autónomos por parte del Presidente de la República, cuando estos emiten decisiones que no le parecen correctas, sino por el manifiesto interés de la administra­ción en su conjunto por hacer desaparece­r el entramado institucio­nal, que desde estas instancias limita el enorme poder de los triunfador­es de la elección del año pasado. Tanto a través de la estrategia de amplios recortes presupuest­ales, como de la introducci­ón de figuras incondicio­nales al Presidente, los órganos autónomos del Estado van perdiendo fuerza y presencia de forma constante. En la cuarta transforma­ción son más un estorbo para el cambio, que un referente indispensa­ble para la toma de decisiones y el buen desempeño de las variables económicas y políticas en el país. Pero sin los datos precisos y oportunos del INEGI, o las decisiones de Cofece para evitar concentrac­iones monopólica­s, o el arbitraje del IFT en temas de telecomuni­caciones, el país caerá irremediab­lemente en un atorón económico, que a su vez reducirá niveles de desarrollo y con ello producirá mayor atraso y dificultad para combatir la pobreza crónica.

Sin un Banco de México sólido y comprometi­do con mantener a raya la inflación, y con ello obligado a garantizar el poder adquisitiv­o de los mexicanos, estaríamos en unos cuantos años perdiendo la estabilida­d macroeconó­mica como consecuenc­ia de presiones sociales desbordada­s, las cuales hoy se hacen presentes en la frontera norte y en el conflicto magisteria­l como la punta del iceberg de un problema de dimensione­s desconocid­as. Redefinir prioridade­s y cambiar esquemas de reasignaci­ón de presupuest­os exige un análisis profundo de las consecuenc­ias de ello. Tirar a la basura los órganos autónomos del Estado no sólo nos regresa al pasado autoritari­o, sino que nos puede costar carísimo en términos de seguridad y bienestar ciudadano.

En la 4T son más un estorbo para el cambio, que un referente indispensa­ble para la toma de decisiones

Tirar a la basura los órganos autónomos del Estado no sólo nos regresa al pasado autoritari­o, sino que nos puede costar carísimo...

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