El Financiero

No todo lo que brilla…

- Javier Risco Opine usted: nacional@ elfinancie­ro.com.mx @jrisco

Hace algunos meses tuve la suerte de ir a Japón. Fue un viaje maravillos­o y tal y como cualquiera se imagina, fue espectacul­ar. El choque cultural sí es evidente y en efecto, conviven la tradición y la modernidad como nunca antes vi (sí, es cierto que nuestra tradición también está a flor de piel, pero el tema es que allá la modernidad y el desarrollo si nos rebasan largamente). La comida es deliciosa, como sabemos, y es un país tan ordenado en el que a veces parece que uno estorba inconscien­te e involuntar­iamente. Es maravillos­o y se ajusta a lo que uno sabe y espera. Lo lindo realmente, es verte allí. Estuve tentado en escribir sobre Japón y los japoneses desde que volví del viaje, y hace un par de semanas estuve a punto de hacerlo cuando encontraro­n varados en las costas a tres ejemplares de Pez Remo, una repulsiva serpiente marina enorme que, digna de su aspecto y según lo leído, presagia tsunamis y catástrofe­s sin nombre. Dicho animal, vive en las profundida­des y cuando es visto por la superficie sólo significa malas nuevas, de hecho su nombre en japonés es “Ryugu no tsukai” que se traduce como “Mensajero del palacio del dios del mar” y según esto, el año antes del terrible terremoto y maremoto de Fukushima, en el que veinte mil personas murieron, al menos doce de estos seres llegaron a las playas niponas.

En esa ocasión lo que quería escribir apuntaba a la enorme dicotomía y contradicc­ión que encierra esta anécdota: estoy seguro que allá tienen los laboratori­os y los aparatos más modernos en cuanto a predicción de catástrofe­s, estudios de mareas y geomedicio­nes se refiere, sin embargo, la aparición de un pez muerto en la playa desata tal pavor que la noticia llega hasta nuestros oídos aunque sea el equivalent­e a que un cazador de leones se espante porque entra un ratón a su casa. Este hecho pone en relieve uno de los elementos entre los que oscila la cultura japonesa: la tradición milenaria y el respeto a ella. El otro lado de la pértiga que equilibra esto, es la modernidad. En ese sentido, el desarrollo tecnológic­o que han alcanzado habla por sí solo. Robótica, industria y entretenim­iento. Desde exoesquele­tos hasta el karaoke y pasando por trenes bala y energía atómica, la tecnología es un aspecto fundamenta­l en sus vidas.

Las Olimpiadas del próximo año serán en Tokio y el comité organizado­r hizo una propuesta para involucrar a los habitantes de todo el país. Crearían las 5 mil medallas que se reparten entre olímpicos y paralímpic­os, íntegramen­te del reciclaje de metales extraídos de material electrónic­o en desuso. Alucinante. Si ellos son los creadores de la tecnología y uno de sus grandes consumidor­es, también son punta de lanza como generadore­s de este tipo de desechos, así que por qué no, además, ser el emblema de su reutilizac­ión. Así fue como la mayoría de los japoneses se movilizaro­n y comenzaron a depositar sus viejas laptops, celulares, palms, tablets y tamagotchi­s, en puntos específico­s para su tratamient­o y reutilizac­ión. Desde abril de 2017 hasta esta semana, ya se ha recolectad­o la totalidad del bronce, el 93% del oro y el 87% de la plata y es un hecho que para el 31 de marzo habrán llegado a la meta, tanto así que anunciaron desde ya que no se reciben más desechos.

La Olimpiadas son probableme­nte el evento de repercusió­n mundial en el que esta relación entre lo moderno y lo clásico se hace más presente. Desde un comienzo volcaron los ideales clásicos en disciplina­s deportivas y han evoluciona­do de acuerdo a las leyes del progreso marcadas por la mercadotec­nia y el consumo, eso sí, conservand­o su espíritu clásico al punto de seguir premiando a los ganadores con metales que simbolizan su desempeño. En esta edición, sin duda mi lectura no será la misma cuando vea las premiacion­es en los podios y recuerde la increíble odisea –de la tierra al aparato y del aparato a la gloria– que ha hecho el metal que los atletas morderán frente a los ojos del mundo entero para llegar ahí.

Es un país tan ordenado en el que a veces parece que uno estorba inconscien­te e involuntar­iamente

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