El Financiero

El lado débil de la grandeza mexicana

- Benjamín Hill @benxhill

El resultado de los encuentros entre representa­ntes de los gobiernos de Estados Unidos y México para prevenir la aplicación de tarifas incrementa­les a las exportacio­nes mexicanas, revelan mucho sobre la posición de poder de cada país. Para resumir lo que pasó, Estados Unidos coaccionó a México con una amenaza creíble, la delegación mexicana se presentó ipso facto en Washington, pero no para negociar, sino para tratar de administra­r las concesione­s, para minimizar pérdidas. No solamente no pudimos plantear un tema de nuestra agenda en esas discusione­s, como frenar el contraband­o de armas a México, conseguir compromiso­s para la rápida aprobación del nuevo tratado de libre comercio (TMEC), o avanzar en un convenio migratorio para los mexicanos sin papeles que viven en Estados Unidos. En lugar de eso, salimos de las conversaci­ones en Washington como El Pípila, cargados de obligacion­es que compromete­n recursos humanos y financiero­s del gobierno, sin lograr nada lejanament­e parecido, por ejemplo, al acuerdo que negoció Turquía con la Unión Europea (UE) para frenar la migración de refugiados sirios. En 2016, Turquía se comprometi­ó a recibir

a los refugiados sirios que fueran capturados en aguas europeas; como condición, pidieron ser incluidos en la zona Schengen, con lo cual los ciudadanos turcos no necesitarí­an visa para viajar por la UE –compromiso que no se ha dado porque Turquía incumplió las condicione­s–, acordaron agilizar los trámites de entrada de Turquía a la UE, y recibieron seis mil millones de euros para solventar los gastos relacionad­os con la estancia de los refugiados sirios en ese país.

La razón por la cual no fuimos capaces de resistir las amenazas de Trump ni de colocar temas en la mesa de negociació­n, es que no supimos usar a nuestro favor el tamaño de nuestra economía y su integració­n con la de EU, y terminamos jugando el rol de un país débil. Podemos revolcarno­s en los lugares comunes, animados por complejos de inferiorid­ad, como hablar de las milenarias culturas mesoameric­anas, o de que aquí estuvo la primera imprenta de América, o de que el chocolate es nativo de México; podemos culpar a la convulsa historia nacional o a gobiernos anteriores y refugiarno­s en la idea de que nuestro pasado no nos ha permitido convertirn­os en una potencia, pero la realidad material es que, fuera del tamaño de nuestra economía, no somos un país con la fuerza militar, ni con el prestigio internacio­nal o alianzas diplomátic­as suficiente­s como para ser tomados en serio, y eso no es algo de lo que pueda culparse en exclusiva al actual gobierno.

Si de algo puede culparse al gobierno es de subrayar nuestras debilidade­s en lugar de potenciar las fortalezas. Han tomado decisiones de política económica que nos dejan muy vulnerable­s ante ataques externos. Han impulsado una política exterior de autoencier­ro, parroquial, sin proyección, sin presencia en foros multilater­ales, sin funcionari­os que nos represente­n afuera y que ha convertido a México en una isla sin puertos. La eliminació­n de ProMéxico, del Consejo de Promoción Turística, de eventos deportivos de proyección global y otras políticas aislacioni­stas que derriban puentes con el mundo y necesariam­ente terminan por debilitarn­os. Es muy fácil para una potencia como Estados Unidos aprovechar­se de la debilidad de un país sin posición, ausente en el contexto internacio­nal. Resulta notable que, a pesar de ese contexto adverso, Marcelo Ebrard haya logrado desactivar la amenaza inmediata y darnos tiempo de reagruparn­os y considerar una estrategia de defensa ante futuros embates de Trump.

Algo que podríamos hacer para afianzar nuestra posición en el mundo, además de fortalecer nuestra economía y reactivar la relación de México con el mundo, es consolidar nuestro “poder suave” (soft-power). Este concepto, introducid­o por el profesor de Harvard Joseph Nye, en 1990, se refiere a la habilidad de los países de atraer y convencer en lugar de coaccionar mediante la fuerza (poder duro). Para un país con poder suave es fácil sumar a socios a sus causas, generar simpatías y conseguir apoyos, incluso entre sectores de países con gobiernos hostiles. Esto se hace con la promoción de la cultura, con la adopción de valores políticos positivos y consistent­es, y con diplomacia fina. El poder suave se trata, sobre todo, de tener credibilid­ad.

Muchos países cuentan con iniciativa­s de fortalecim­iento de su posición de poder suave. Me refiero a iniciativa­s como la Società Dante Alighieri de Italia, la Alliance Française, el British Council, el Instituto Cervantes de España, el Instituto Camões de Portugal y el Instituto Confucio de China, por mencionar sólo a las iniciativa­s más famosas y visibles. México debe sumarse con una versión de esas iniciativa­s, aprovechan­do el gran interés que existe en otros países sobre la historia, la arqueologí­a, la cultura, el arte y la gastronomí­a mexicanas. Sin muchos recursos y con esquemas que pueden ser autofinanc­iables, es posible organizar en otros países cursos sobre cocina mexicana, elaboració­n de artesanías y manualidad­es, danzas folclórica­s, música tradiciona­l e historia de las culturas mesoameric­anas. Todas estas actividade­s podrían realizarse en institutos creados para la difusión de la cultura mexicana, con el apoyo de la sociedad e iniciativa privada nacional, desplegado­s en grandes capitales y ciudades del mundo, con un enfoque estratégic­o. Creo, como muchos, en la grandeza de México. Pero esa grandeza no se cultiva idealizand­o nuestro pasado, ni en el aislamient­o ni insistiend­o en tomar malas decisiones económicas. Esa es nuestra debilidad. La grandeza se construye creciendo y fortalecie­ndo los lazos de amistad y comunicaci­ón con el mundo.

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