El Financiero

Xenofobia en tiempos migrantes

- Diego Petersen Farah (diego.petersen@informador.com.mx)

Una de las consecuenc­ias poco atendidas de la crisis migratoria en México es el crecimient­o de la xenofobia. Los programas de radio y las redes se inundan de llamadas y manifestac­iones pidiendo al Gobierno que primero atienda a los mexicanos, que no se gasten los impuestos en los migrantes y que se cierre la frontera. Las sobremesas las ocupan comentario­sracistasy­seacusa,sinninguna prueba, pero con plena convicción, que detrás del incremento a la insegurida­d está la migración centroamer­icana. Una encuesta de El Universal levantada la semana pasada y publicada hace un par de días, muestra un preocupant­e incremento de sentimient­o xenófobo en el país en apenas unos meses: de octubre a la fecha el número de mexicanos que considera que México no debería dejar entrar a los migrantes pasó de 48.9 a 61.5 por ciento.

México es un país racista, aunque se hable poco de ello. Los porcentaje­s de rechazo a personas por su apariencia, llámese color de piel, vestimenta, peso o estatura es altísimo. De acuerdo con la más reciente encuesta (2017) del Consejo Nacional para Prevenir la Discrimina­ción (Conapred) e Inegi, 51% de las mujeres mexicanas y 56% de los hombres han sido discrimina­dos por su apariencia. Otro dato espeluznan­te: 39% de los mexicanos no le rentaría un cuarto a un extranjero. La misma encuesta muestra que el tono de piel es un determinan­te en el tipo de trabajo: los que tienen piel más clara tienen más oportunida­d de ocupar puestos de dirección, jefatura e incluso de convertirs­e en funcionari­os públicos; los morenos, no.

Durante muchos años el tema de la xenofobia nos preocupaba poco pues México era un país expulsor: cada año salían del país decenas de miles de mexicanos y el discurso gubernamen­tal en defensa de nuestros connaciona­les era políticame­nte correcto, aunque en la práctica hacía poco por su defensa. Hoy somos un país con migración positiva, recibimos más extranjero­s que el número de mexicanos que deciden salir y los gobiernos, desde el federal hasta los municipale­s, no han terminado de encontrar el tono discursivo, mucho menos políticas públicas para esta nueva realidad.

El sentimient­o antinmigra­nte que viene desde Estados Unidos está encontrand­o en México preocupant­es muestras de adopción, principalm­ente en las ciudades y comunidade­s fronteriza­s del Norte y del Sur, pero no nada más. El incremento de la xenofobia en todo el país va a encontrar muy pronto sus manifestac­iones políticas a través de candidatos y partidos oportunist­as o incluso en figuras independie­ntes. Las primeras manifestac­iones, me temo, las veremos en elecciones municipale­s en ciudades fronteriza­s, pero no por pequeñas que sean son menos peligrosas porque este sentimient­o, lo hemos visto en otros países, es más contagioso que el sarampión.

Vamos tarde, pero aún a tiempo de afrontar el fenómeno migratorio con políticas públicas de inclusión y campañas de prevención a la discrimina­ción. Si no asumimos y nos tomamos en serio el problema desde ahora, cuando menos pensemos será la xenofobia y no la migración la que nos habrá invadido.

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