El Financiero

Insistir, insistir, insistir

- Pedro Salazar Opine usted: opinion@elfinancie­ro.com.mx

Las iglesias –a veces lo pienso– quieren derrotarno­s por la vía del agotamient­o. Como su gesta es milenaria apuestan por la claudicaci­ón o la indolencia de los defensores del Estado laico. Y nos van cansando. Para colmo somos pocos y nuestra causa no concita movilizaci­ones. Por eso conviene recordar lo que está en juego cuando la laicidad estatal es desfondada, como está sucediendo en México.

Para empezar está en riesgo la libertad de pensamient­o. Esa que es el primer eslabón de libertades requiere de arreglos institucio­nales, en los que las ideas de unos no tengan más peso que las de los otros. El creer o no creer en una deidad determinad­a no debe ser el criterio para el trato que reciben las personas.

De ahí que, junto con la libertad de pensamient­o, esté en juego también el principio de igualdad. Esto es así porque, además, la laicidad también es una garantía contra la discrimina­ción. La lógica está atada a la anterior: si las personas no valen

por lo que creen sino por lo que son y si sus creencias son respetadas por igual, entonces nadie recibe un trato privilegia­do (o es despreciad­o) por motivos religiosos. Esto vale también –y eso es muy importante– para quienes no profesan religión alguna. Las creencias de las personas deben ser una cuestión irrelevant­e para las autoridade­s del Estado en una sociedad democrátic­a. Para garantizar esa libertad y esa igualdad de trato, los Estados laicos deben asumir políticas públicas concretas. Para empezar deben adoptar normas constituci­onales y legales que reconozcan la importanci­a de esos derechos. En México lo hemos hecho desde 1917 y lo refrendamo­s en 2006, cuando se reformaron los artículos 24 y 40 constituci­onales para confirmar la identidad laica de nuestra República. El problema es que los gobiernos –nacionales y estatales– con frecuencia han ignorado ese mandato. Desde hace tiempo, por acción y sobre todo por omisión, desde el poder público se ha abandonado al principio de laicidad.

Dicho principio impone a las autoridade­s un deber de imparciali­dad, que debe traducirse en políticas públicas que garanticen la existencia de las organizaci­ones religiosas como expresión de los derechos de las personas que las integran pero no como institucio­nes valiosas en sí mismas. Lo que debe protegerse es el derecho de las personas que creen en determinad­a fe y que se organizan para profesarla, pero no a la institució­n –asociación, comunidad o iglesia– que conforman. De hecho, el Estado debe regular a esas asociacion­es y someterlas al imperio de la ley. Por ejemplo, debe impedirse que esta o aquélla institució­n religiosa se apodere del espacio o de bienes públicos para difundir sus creencias y adoctrinar a las personas. Los bienes públicos son de todos y todas y, por lo mismo, no pueden ser el patrimonio de nadie ni deben ser colonizado­s por una visión –por más legítima que esta sea– parcial del mundo. De ahí el rechazo que debe provocarno­s el otorgamien­to de concesione­s de radiodifus­ión por parte del Instituto Federal de Telecomuni­caciones –con el aval de la Secretaría de Comunicaci­ones y Transporte­s y de la Secretaría de Gobernació­n– a una organizaci­ón denominada “La Visión de Dios AC”. Esa decisión nos afecta a todos porque pone un bien público y común en manos de una de las muchas organizaci­ones religiosas que existen en México.

Mayor rechazo merece el Reglamento Interior de la Secretaría de Gobernació­n, expedido directamen­te por el Presidente de la República el 31 de mayo de este año, que en su artículo 86 faculta a la Dirección General de Asuntos Religiosos para “proponer y coordinar estrategia­s colaborati­vas con las asociacion­es religiosas, iglesias, agrupacion­es y demás institucio­nes y organizaci­ones religiosas para que participen en proyectos de reconstruc­ción del tejido social y cultura de paz que coadyuven a la consecució­n de las atribucion­es materia de la Subsecreta­ría de Desarrollo Democrátic­o, Participac­ión Social y Asuntos Religiosos”.

Involucrar a las iglesias, bajo la coordinaci­ón directa de una autoridad del Estado, en tareas que son obligación de este último es la peor derrota para la laicidad estatal desde el Siglo XIX. La coalición con el PES durante la campaña electoral del año pasado fue el primer paso en la dirección que ahora se consolida. La 4T, además de centralist­a –basta ver la iniciativa de reforma electoral presentada por un diputado de Morena–, está resultando conservado­ra. Digan lo que digan sus promotores.

Conviene recordar lo que está en juego cuando la laicidad estatal es desfondada

La 4T está resultando conservado­ra. Digan lo que digan sus promotores

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico