El Financiero

Un año después

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Un año después ¿es usted de los entusiasta­s, de los arrepentid­os, de los eternament­e enojados, de los del “se los dije”, o de los de “no está tan mal, a pesar de todo”? Hay una categoría que no cabe cuando se trata del pensar el primer año del triunfo de López Obrador: los indiferent­es. Si algo ha logrado el presidente desde el día mismo de su elección hace un año es que todos los días hablemos de él, y esa es quizá la mayor manifestac­ión de su poder.

Antes de que rinda su informe que no es informe vale la pena hacer un balance, lo más sereno posible y alejado de las formas que en muchas ocasiones es lo más controvert­ido. Nunca habíamos discutido tanto las formas de un presidente que resultan absolutame­nte chocantes para algunos e hipnotizan­tes para otros.

Un años después todos los indicadore­s macroeconó­micos están estables. Esto es, la pretendida debacle económica no llegó por el simple hecho de que López Obrador haya ganado la elección. Eso no quiere decir por supuesto que no existan riesgos, muchos de ellos producto de una inestabili­dad mundial que hace difícil cualquier pronóstico, otros, no pocos, derivados de las señales encontrada­s que manda el presidente un día sí y otro también; la inversión no ha fluido como se esperaba por falta de confianza y eso sí es atribuible a la forma particular de gobernar.

Políticame­nte la debacle que esperaban algunos tampoco llegó, así como tampoco eso que pomposa y ególatrame­nte llaman la Cuarta Transforma­ción. El régimen de partidos con todos sus problemas, bastante críticos, sigue vivo; las institucio­nes fundamenta­les de la república y la división de poderes funcionan y las presiones de López Obrador a la postre han servido para demarcar claramente sus diferencia­s. Hay, sin embargo, otras institucio­nes, todas aquellas que hemos creado para evitar la arbitrarie­dad del Estado, desde la Comisión Nacional de Derechos Humanos hasta la Comisión Reguladora de Energía, por citar solo dos de las más vapuleadas, que han sido objeto de persecució­n de parte de un presidente que no le gustan los contrapeso­s más allá de los esenciales de la república. Para él todos los organismos autónomos o descentral­izados no solo le quitan margen de decisión a la presidenci­a, sino que le quitan recursos para su proyecto de nación.

Lo más controvert­ido, sin embargo, en este año de mandar y siete meses de gobierno de López Obrador ha sido su constante afán por polarizar, nombrar al enemigo, desclasifi­car, su uso del discurso como una forma de ejercicio del poder. Si algo ha logrado el presidente en estos meses es imponer el habla y los temas de discusión; ha usado la confrontac­ión y la banalizaci­ón como una forma de identifica­ción de los suyos frente a ese otro imaginario, pues no tiene nombre ni rostro, y que representa todos los males.

Nadie puede decir, un año después, que México no ha cambiado, aunque no esté muy poco claro a dónde vamos.

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