El Financiero

El Día del Presidente (priista)

- Alejo Sánchez Cano Opine usted: opinion@elfinancie­ro.com.mx

En los tiempos donde la zalamería era condición indispensa­ble para estar cerca del presidente de la República, se estableció que el día del Informe, “1 de septiembre”, fuera el momento más grandioso de su gestión. Así se suspendían las clases y labores de la burocracia, las empresas sólo trabajaban mediodía para que todos estuvieran pendientes de lo que el titular de Poder Ejecutivo dijera a la nación; para ello se transmitía el evento de principio a fin, en el mejor de los casos dos horas, y en el peor hasta 300 minutos, en los cuales todos los políticos y los expertos en las mesas de discusión se deshacían en halagos y adjetivos al presidente de la República, faltaba más.

Los medios de comunicaci­ón de ese entonces, impresos y electrónic­os, dedicaban todos sus

espacios noticiosos a ensalzar los notables logros de la gestión presidenci­al. Era tratado como un dios o como un emperador. El mejor ejemplo de estas prácticas dictatoria­les fue con Luis Echeverría y con José López Portillo.

Entre porras, alabanzas y aplausos, la figura presidenci­al detenía al país una vez al año: cada 1 de septiembre visitaba el Congreso de la Unión, al inicio del Período Ordinario de Sesiones, para entregar su Informe de Gobierno y dirigir un mensaje que se transmitía en cadena nacional.

La entrega de un informe sobre “el estado que guarda el país” es una obligación que ya se establecía en las constituci­ones de 1824 y 1857, y que en el siglo XX se convirtió en el “Día del Presidente”.

Ahora Andrés Manuel López Obrador no sólo desea que vuelvan esos tiempos gloriosos, sino que lo adelanta dos meses, al 1 de julio, y luego segurament­e hará lo mismo el 1 de septiembre.

El narcisismo y la demagogia en todo su esplendor.

En los anales de la historia de la humanidad tenemos casos ominosos de manipulaci­ón de las masas y su impacto en la convivenci­a pacífica en el orbe. El Presidente de México prefirió no asistir a la Cumbre del G20 para quedarse a organizar su evento conmemorat­ivo por su asunción al poder. Para ello se han dispuesto una serie de acciones, que van desde el macroevent­o en el Zócalo hasta subir la señal para que el medio de comunicaci­ón que así lo desee disponga de ella. Por fortuna se dio marcha atrás a la cadena nacional que se iba a utilizar para transmitir el suceso, ello en clara violación a los preceptos constituci­onales, como el artículo 134, que impide promociona­r la imagen de los servidores públicos.

Veremos qué cadenas de TV y radio, unos por quedar bien y otros por miedo, transmitir­án los 90 minutos que dure el panegírico del presidente López Obrador. No se necesita adivinar para saber qué dirá AMLO, si consideram­os lo que día a día repite. Será una retahíla de mentiras, de buenos deseos y de cifras que buscarán ocultar la cruda realidad: el inicio del sexenio más sangriento, con índices de criminalid­ad exponencia­lmente altos. Con un decrecimie­nto económico de casi 2% en comparació­n con el año anterior y con el desmantela­miento de la estructura gubernamen­tal que operaba los principale­s programas sociales, de salud, energía y economía, entre otros. Hoy veremos un contraste entre un mundo feliz y un México cruento y en franco camino hacia la recesión económica. Al desaire de la cumbre de líderes mundiales habría que sumarle la afrenta a la sociedad mexicana que padece la inacción y la inexperien­cia del nuevo gobierno. Pésimo arranque, se augura un sexenio desastroso.

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