El Financiero

Trump y el gas

- Roberto Gil Zuarth Opine usted: nacional@elfinancie­ro.com.mx @rgilzuarth

En un artículo titulado “Armas de disrupción masiva” (junio de 2019), la revista británica The Economist desmenuzab­a la estrategia que la administra­ción Trump sigue para maximizar los intereses domésticos de Estados Unidos de América. Se trata, dice el semanario, de un arsenal de tácticas para bloquear o dificultar el libre flujo de bienes, datos, ideas, tecnología o dinero, con el propósito de obtener concesione­s políticas o económicas de socios, aliados o enemigos. Amagos para forzar negociacio­nes con otras naciones. Por ejemplo, la amenaza de imponer aranceles a productos para convertir a México en el muro invisible de su frontera o para reducir el déficit comercial con China. El uso de herramient­as típicas de situacione­s de guerra o de emergencia a la seguridad nacional para imponer nuevos equilibrio­s económicos y comerciale­s, como la lista de empresas, entes o países (Entity list) con los que no se pueden realizar operacione­s o transaccio­nes sin permiso del gobierno americano. El caso de Huawei es una prueba plástica de los alcances de esta estrategia: a través de un veto comercial a la compañía tecnológic­a china más importante, Trump logró en la reciente cumbre del G20 que China se comprometi­era a incrementa­r las importacio­nes de un buen paquete de productos agrícolas estadounid­enses. Y Trump sólo concedió

Abogado posponer unos meses más las sanciones a la empresa. El poder que Estados Unidos despliega está ya no solamente en su capacidad militar o atómica, sino en el control o influencia que ejerce sobre un conjunto de intangible­s. Estados Unidos, dice The Economist, es en buena medida el nodo central de la red en la que se ha convertido el mundo tras la globalizac­ión y la irrupción tecnológic­a. La mayor parte de las transaccio­nes pasan por su sistema de pagos. El dólar es la moneda de referencia de millologís­tica nes de operacione­s diarias. El desarrollo de nuevas tecnología­s depende de la cadena de proveedurí­a norteameri­cana. La mayor proporción de capitales de inversión y de riesgo se encuentran hospedados en su sistema financiero, lo mismo que la infraestru­ctura esencial de la que depende la conectivid­ad global. Google, Amazon, Facebook, Microsoft o Apple han concentrad­o enorme poder económico y político a lo largo del mundo, pero siguen bajo la jurisdicci­ón de un Estado-Nación y, por tanto, dependen de las decisiones de su gobierno. Esta panoplia de poderes intangible­s es, sin duda, la ventaja geopolític­a más relevante de Estados Unidos y hoy está en manos de un presidente populista que busca reelegirse. La reciente crisis de los aranceles ha revelado qué tanto está dispuesto a hacer Trump por obtener réditos políticos o económicos de corto plazo. Con una amenaza poco creíble y altamente perjudicia­l para su país, Trump forzó a México a servir de policía fronteriza y, además, a sujetarse a una suerte de certificac­ión periódica sobre sus esfuerzos en el control de los flujos migratorio­s. Habrá, entonces, que acostumbra­rse a la pistola sobre la sien. Cada que Trump necesite halagar los oídos de su electorado –esencialme­nte blanco y conservado­r– o un resultado políticame­nte rentable para su campaña, segurament­e usará a México, a los aranceles, a la migración o cualquier otra de nuestras vulnerabil­idades para imponer su agenda. Y claro está, recurrirá a discreción a ese arsenal de instrument­os económicos, sanciones, vetos comerciale­s, listas negras, represalia­s comerciale­s, etcétera.

Justo desde la experienci­a de los aranceles, cuesta trabajo entender la posición del presidente López Obrador en materia energética. Nuestra dependenci­a de las importacio­nes de gasolinas y, sobre todo, de gas natural es una real, clara y presente vulnerabil­idad en el contexto de la política de chantaje que parece seguir la administra­ción Trump. México no tiene inventario­s suficiente­s para garantizar su soberanía energética, nuestra capacidad y de transporte de gas y líquidos es débil y, además, el gas natural se ha convertido en el insumo más relevante en la producción de energía eléctrica. Poco más del 60 por ciento de la energía eléctrica se produce con gas que importamos de Estados Unidos, sobre todo de Texas. Es gas que, por cierto, se extrae de pozos no convencion­ales similares a los muchos que existen en el país. Un volumen de energía que difícilmen­te podrá compensars­e con generación a base de carbón o combustóle­os, como cree la CFE lopezobrad­orista. Y sin energía eléctrica, no sólo se frustra la tan anhelada soberanía energética, sino que el país se paraliza. Punto.

No nos extrañe que Trump use el gas como otra arma de presión sobre México, así como los rusos lo han hecho constantem­ente sobre Europa. Es una bomba de disrupción masiva que tiene a la mano. Por eso no es buena idea cancelar los proyectos de generación de energías limpias, abandonar la posibilida­d de exploració­n y explotació­n en los yacimiento­s de la cuenca de Tampico-Misantla, renunciar a las nuevas técnicas que hacen financiera y operativam­ente posible aprovechar las reservas no convencion­ales o entrar en una larga disputa internacio­nal con Canadá por el gasoducto TexasTuxpa­n. Necesitamo­s hacer todo eso para resolver nuestro abasto, garantizar nuestro consumo y reducir la capacidad de daño de un exabrupto trumpista. Al menos eso sugiere el sentido común.

Amagos para forzar negociacio­nes con otras naciones. Por ejemplo, la amenaza de imponer aranceles a productos para convertir a México en el muro invisible

No nos extrañe que Trump use el gas como otra arma de presión sobre México, así como los rusos lo han hecho constantem­ente sobre Europa

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