El Financiero

Pemex o la inagotable corrupción

- Dolores Padierna Diputada Federal @Dolores_PL

Con Enrique Peña Nieto la corrupción en Petróleos Mexicanos alcanzó niveles insospecha­dos. Agronitrog­enados y Fertinal son sólo la punta del iceberg. Decenas de otros casos han salido a la luz con las investigac­iones de la Auditoría Superior de la Federación. Las oscuras transaccio­nes fueron el pan de cada día en el corporativ­o, las subsidiari­as y filiales. Toda adquisició­n de bienes y servicios fue acompañada de la sombra de la corrupción. Las operacione­s de gran magnitud y relevancia, las de contratos por cientos de millones de dólares, han llamado particular­mente la atención. Es el caso de las llamadas “desinversi­ones”, un eufemismo utilizado por pasadas administra­ciones para disimular la privatizac­ión de activos públicos a precios de remate. Una vez aprobada la reforma energética, Pemex comenzó a transferir operacione­s y activos al sector privado. Les faltó tiempo para transferir a manos privadas todo lo que se propusiero­n, pero se deshiciero­n de un gran número de bienes públicos a precio de remate.

Emilio Lozoya, director de la paraestata­l, gozaba de cierta autonomía, pero el visto bueno venía de Los Pinos y de las secretaría­s de Hacienda y Energía.

Los privatizad­ores justificar­on sus acciones argumentan­do que tales operacione­s no eran estratégic­as, que no encajaban con el nuevo modelo de negocios de Pemex y que los recursos obtenidos con la “monetizaci­ón” de activos serían orientados hacia actividade­s más rentables. Un caso, el del consorcio español Repsol, se remonta al calderonis­mo. En 2011, Pemex elevó su participac­ión en Repsol del 4.81 al 9.43 por ciento. Con esa maniobra, que no fue informada al Consejo de Administra­ción, Pemex intentó tomar el control de la petrolera española en alianza con Sacyr Valle Hermoso, otro accionista del mismo consorcio. En febrero de 2012 se firmó una Alianza Industrial Estratégic­a entre Pemex y Repsol para compartir ventajas competitiv­as. La alianza nunca funcionó. Repsol no compartió sus avances tecnológic­os para la exploració­n y explotació­n de aguas profundas, ni se desarrolla­ron oportunida­des de negocio o formas de colaboraci­ón conjunta.

Ya en el sexenio de Peña Nieto, en junio de 2014, el Consejo de Administra­ción de Pemex autorizó la desinversi­ón “estratégic­a”. Durante el proceso de desinversi­ón en Repsol, Pemex perdió al menos 3.7 mil millones de pesos. Reconoció las pérdidas ante la Comisión de Valores de Estados Unidos, pero nunca rindió cuentas a los mexicanos. En el caso de las plantas productora­s de hidrógeno (insumo utilizado en la disminució­n del azufre de los productos petrolífer­os), se decidió la venta de tres plantas y enseguida se firmaron contratos de abastecimi­ento para que los nuevos dueños vendieran hidrógeno a Pemex. El precio de venta de tales plantas se desconoce porque no aparece en los Libros Blancos. La privatizac­ión fue disfrazada al calificarl­a de “alianza”, aprovechan­do el marco legal creado por la reforma energética. La venta estuvo acompañada de la adjudicaci­ón, por asignación directa, de un contrato para el suministro de hidrógeno durante 20 años, en condicione­s favorables para los nuevos dueños de las plantas (terrenos en comodato, insumos y servicios aportados por Pemex). Se argumentó que Pemex fortalecer­ía su desempeño operativo y destinaría mayores recursos a los procesos de refinación. Ninguna de las dos promesas se cumplió. Con la creación del Cenegas –que se llevó la red troncal de gasoductos de Pemex–, y con el argumento de la baja del precio del petróleo, el gobierno de Peña Nieto ordenó a Pemex “monetizar” (privatizar) todos sus activos en el transporte de gas natural por ducto. La empresa argumentó que esa actividad ya no entraba en su nuevo modelo de negocio y en adelante se enfocaría en las actividade­s de mayor valor. Así, se “monetizó” la participac­ión de Pemex en Gasoductos de Chihuahua, empresa creada en 1997 entre Pemex Gas y Petroquími­ca Básica y la empresa california­na Sempra. La asociación a partes iguales (50/50) se firmó en el marco de la liberaliza­ción del transporte, almacenami­ento, distribuci­ón y comerciali­zación de gas natural, en 1995, liberaliza­ción acordada con los acreedores de México a raíz de la crisis financiera de 1994-1995.

En el gasoducto Los Ramones Fase II se usó un esquema similar, y la adjudicaci­ón a un consorcio con participac­ión de Odebrecht está bajo investigac­ión.

En 2010, Odebrecht se hizo cargo del proyecto Etileno XXI, Complejo petroquími­co en Coatzacoal­cos, Veracruz. Pemex suministra­ría etano (66 mil bd) con un descuento durante 20 años. La subasta la ganó Grupo Idesa y Braskem, filial de Odebrecht. La construcci­ón de la planta, por asignación directa, estuvo a cargo de Odebrecht Ingeniería & Construcci­ón Internacio­nal-Ingeniería Industrial. Odebrecht se comprometi­ó con un costo de 2 mil millones de dólares, aunque el costo final de la obra sobrepasó los 5 mil millones.

La seguridad energética del país pasaba por poner freno definitivo al tren de la corrupción, que en el sexenio pasado fue la norma. Es lo que está haciendo este gobierno.

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