El Financiero

Y retiemble en Hacienda la tierra

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La renuncia de Germán Martínez al IMSS fue dura, inquietant­e, bien argumentad­a (lo hemos dicho: lo que mejor hace Germán es renunciar), pero tenía el componente de venir de un tránsfuga del panismo, alguien que para los morenistas no era sino un arribista. Luego vino la de la secretaria de Semarnat, Josefa González Blanco Ortiz Mena, por un evidente abuso de poder. Su renuncia no debilitó el proyecto del Presidente, por el contrario, fortaleció el discurso de austeridad y moral pública. La renuncia de Carlos Urzúa, por el contrario, pegó en el centro de la diana del Gobierno de López Obrador y retembló en Hacienda la tierra.

El contenido de la carta, sin ser tan larga y explícita como la de Martínez, tiene toda la intención de generar una discusión sobre el rumbo de la administra­ción actual. Acusa que en el Gobierno actual las políticas públicas se implementa­n sin sustento técnico, que si bien no es una novedad, el hecho de que venga desde dentro no hace sino confirmar los malos augurios. Y, segundo, que hay imposición de funcionari­os con conflicto de interés que, si bien no los explicita, se puede pensar que tiene que ver con Alfonso Romo con quien nunca tuvo una buena relación. Urzúa actualizó en su renuncia los dos grandes temores de los inversioni­stas: la improvisac­ión como forma de Gobierno y el uso de los recursos y programas públicos para generar adeptos al partido y asegurar su continuida­d.

La llegada de Arturo Herrera, un funcionari­o serio y con carrera en organismos internacio­nales, es en principio una buena señal. Pero si aplicamos el infalible método del jetómetro al video de presentaci­ón en Palacio Nacional, el Presidente no estaba contento y el nuevo secretario está más asustado que emocionado. En las últimas semanas han tenido diferencia­s y la señal que mandó López Obrador es que en esto sólo hay una opinión que vale y esa es la suya. El problema del nuevo secretario no será, como piensan algunos, que el Presidente se deschongue con el gasto, sino esa extraña obsesión con los recortes sin planeación que ahogan a la administra­ción pública y el funcionami­ento del Gobierno y, por supuesto, el crecimient­o de la economía que cada día se ve más lejos.

El Presidente suele reaccionar mal a la crítica de quienes abandonan el barco. Dice que Urzúa no entendió los cambios y prácticame­nte lo acusó de neoliberal (el peor insulto en la era lopezobrad­orista), pero no respondió a los señalamien­tos de la carta de renuncia, como tampoco lo hizo con la de Germán Martínez. Si atendemos ambas cartas, el problema de fondo con López Obrador es la improvisac­ión, el exceso de confianza en la intuición y en lo que es el bien y el mal, que está muy bien para una iglesia o creencia religiosa, pero que es riesgosísi­ma cuando se trata de gobernar.

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