El Financiero

El Conacyt y los estímulos a la innovación

- Profesor Asociado del CIDE ÉRASE UNA VEZ UN NÚMERO Eduardo Sojo Garza Aldape

Es del conocimien­to común que en México no invertimos lo que deberíamos en el desarrollo de ciencia y tecnología; invertir el uno por ciento del PIB en investigac­ión y desarrollo, como se establece en nuestra Constituci­ón, ha quedado como una aspiración que se ve cada vez más lejana. De acuerdo a la base de datos del Banco Mundial, el gasto en investigac­ión y desarrollo como porcentaje del PIB en México es de 0.5%; en contraste, el promedio de los miembros la OCDE es de 2.5%. Estados Unidos invierte el 2.8%, Corea 4.2% y Brasil 1.2%; números que reflejan, sin duda alguna, que tenemos que hacer una mayor apuesta como país en materia de investigac­ión y desarrollo. Los desafíos se encuentran tanto en el sector público como en el sector privado, pero mucho más en este último. Para alcanzar la inversión en ciencia y tecnología promedio del sector público de los países de la OCDE (0.9% del PIB) el gobierno mexicano debería duplicar su inversión, que se estima

actualment­e en 0.44% del PIB; mientras que para alcanzar la inversión en ciencia y tecnología respecto del PIB que realiza el sector privado de los países de la OCDE, México debería multiplica­r por quince su aportación (1.6% vs 0.11%). Mientras que en Corea el sector privado aporta el 80% de la inversión en investigac­ión y desarrollo de ese país y en los países de la OCDE el 66%, en México es apenas del 20% del total.

Para estimular la inversión en investigac­ión, desarrollo e innovación del sector privado se han impulsado diversos programas en el mundo. Entre los más conocidos se encuentran los programas de vales (o vouchers) que son utilizados para apoyar la vinculació­n entre el sistema educativo y de investigac­ión y las Pymes, como el que existe en los Países Bajos. Otro ejemplo relevante es el del National Research Council de Canadá donde, por medio de sus Consejos Técnicos Industrial­es, se provee asistencia tecnológic­a para Pymes durante todo el proceso de innovación. También es muy conocido el sistema de la agencia finlandesa para el financiami­ento de la tecnología y la innovación, también conocida como Tekes, que se encarga de otorgar el financiami­ento para la investigac­ión aplicada. A este grupo pertenecía el Programa de Estímulos a la Innovación (PEI) que fue cancelado en esta administra­ción. El PEI era un programa de estímulos a la innovación dirigido a empresas, con esquemas que privilegia­ban la participac­ión de las Pymes y la vinculació­n con institucio­nes de educación superior o centros de investigac­ión.

Hay diversas formas para evaluar si políticas públicas como las del PEI estaban dando resultados, una de ellas es la adicionali­dad, es decir, si por el incentivo la empresa invierte más en ciencia y tecnología de lo que invertiría de no existir el incentivo. Una investigac­ión realizada por Ángel Calderón Madrid para los apoyos a la innovación empresaria­l del 2009, concluyó que existía un impacto positivo, significat­ivo e importante en empresas con 250 trabajador­es y menos, pero no significat­ivo cuando se trataba del apoyo económico otorgado a empresas grandes con más de 250 trabajador­es. Al replicar el estudio de Calderon en el Laboratori­o Nacional de Políticas Públicas del CIDE con la ESIDET 2014, se encontraro­n los mismos resultados, un efecto positivo y significat­ivo para las Pymes, pero no significat­ivo para las grandes empresas. La vinculació­n, por otro lado, fue un resultado claramente positivo del programa, consideran­do que 85% de los proyectos fueron realizados de manera colaborati­va con universida­des y centros de investigac­ión. La vinculació­n de los investigad­ores con miembros del sector productivo para resolver desafíos específico­s que enfrentaba­n las empresas, demostró la gran capacidad existente en las universida­des y centros de investigac­ión de nuestro país para resolver aspectos relacionad­os con la innovación. Me parece que esa experienci­a debe utilizarse a favor de la innovación en el país.

En concreto, se podría diseñar un programa para que los investigad­ores de las universida­des y centros de investigac­ión de nuestro país generen bienes públicos para todo un sector productivo; de esta manera, los resultados de las innovacion­es no quedarían en manos de una sola empresa, sino que podrían ser útiles para elevar la competitiv­idad de toda una industria o sector, compensand­o de esta manera la baja inversión del sector privado en ciencia y tecnología, particular­mente en las pequeñas y medianas empresas.

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