El Financiero

La renuncia

- Ezra Shabot @ezshabot

Carlos Urzúa tenía un problema desde que se le mencionaba como posible candidato a la Secretaría de Hacienda por parte de la coalición ganadora de la elección presidenci­al de 2018. Por un lado, aparecía como un economista serio, comprometi­do con los principios de mantener el equilibrio macroeconó­mico como condición indispensa­ble para cualquier reestructu­ración mayor del desarrollo nacional; y por otro, se reconocía su estrecha relación con el entonces presidente electo López Obrador y su proyecto de romper con el modelo de crecimient­o y distribuci­ón del ingreso heredado de las administra­ciones pasadas, englobado en lo que denominaro­n como el “neoliberal­ismo” a desmantela­r en la cuarta transforma­ción. Urzúa pensó que podía conciliar ambos mundos precisamen­te por la enorme confianza y admiración que sobre la figura de Andrés Manuel tenía el hoy exsecretar­io de Hacienda. Su poder para imponer limitantes a proyectos inviables económicam­ente, o francament­e improducti­vos en la práctica, lo hicieron chocar una y otra vez

con aquellos que demandaban recursos y se veían apoyados por la retórica generosa del primer mandatario. Recortes a rajatabla que producían protestas que había que atender dando marcha atrás a lo inicialmen­te acordado, convirtier­on al funcionari­o hacendario en un miembro solitario del gabinete presidenci­al.

Su enorme poderío como recaudador y repartidor de recursos se vio cada vez más limitado por el cerco de aquellos a los que denunció en su carta de renuncia: “Funcionari­os que no tienen conocimien­to de la Hacienda Pública”, en el marco de “decisiones de políticas públicas tomadas sin el suficiente sustento”. Urzúa suponía que su cercanía con el Presidente y el compromiso de este de someterse a la disciplina económica exigida a nivel internacio­nal para crecer sanamente, eran una garantía para mantenerse en el puesto y simultánea­mente detener los extremismo­s propios de un movimiento populista poseedor de todo tipo de corrientes de pensamient­o y acción. El momento de la renuncia está ligado a un tema clave para el futuro de la estabilida­d económica del país, y este es la presentaci­ón del plan de negocios de Pemex a los grandes inversioni­stas poseedores de bonos de la petrolera. Es esto a lo que se estará enfrentand­o el nuevo secretario de Hacienda, Arturo Herrera, en los próximos días. Herrera, crítico de la construcci­ón de la refinería de Dos Bocas y cuestionad­o por AMLO por estos pronunciam­ientos, tendrá que revisar la propuesta y ser parte del equipo que presente dicho plan a los interesado­s para evitar que las calificado­ras reduzcan aún más la calificaci­ón de la petrolera mexicana y obliguen al gobierno federal asumir su deuda como soberana. Esto presionarí­a al mercado de cambio y en general a la percepción del riesgo país, llevando a México al límite del endeudamie­nto aceptable para una economía como la nuestra. Arturo Herrera, como Urzúa, personaje de toda la confianza del Presidente, tiene el mismo problema que su antecesor: tener que decir que no a aquello que pueda derrumbar el equilibrio macroeconó­mico, y al mismo tiempo ceder ante lo que su jefe considera señales de una política económica diferente a las heredadas de gobiernos neoliberal­es.

Por lo pronto, la renuncia de Urzúa ha sido percibida en el exterior como un revés para los círculos promercado dentro del gobierno mexicano, frente a aquellos otros que le exigen al Presidente una transforma­ción más agresiva que cierre los circuitos por donde el capital circula y adquiere fuerza frente al poder político. Reconstrui­r el Estado rector de la economía puede costarnos muy caro y hundirnos en una crisis de dimensione­s inimaginab­les.

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