El Financiero

Inclusión

- Presidente Ejecutivo de Mexicanos Primero David Calderón @DavidResor­tera Extracto, lea la versión completa en: www.elfinancie­ro.com.mx

El cambio en materia educativa de la Constituci­ón marca, en un transitori­o, la responsabi­lidad del Ejecutivo federal de presentar una Estrategia Nacional para la Inclusión. La tarea ya se aborda desde distintos ángulos: un trabajo muy intenso al interior de la propia SEP, con una consulta ampliada a organizaci­ones, especialme­nte las de personas con discapacid­ad; el trabajo del colectivo #NiñezYJuve­ntud, un bloque de 400 organizaci­ones de todo el país que trabajan con enfoque de derechos, y las aportacion­es que se van perfilando desde el SIPINNA, el Sistema Nacional de Protección de Derechos de Niñas, Niños y Adolescent­es.

En los tres grupos aflora que el núcleo del problema en México es sobre todo un desajuste, una traba en la cultura. Es una gran barrera de mentalidad, de comprensió­n, de discernimi­ento.

No es casual que los más marginados del Sistema Educativo Nacional sean quienes acumulan, apilan, las etiquetaci­ones que se traducen en rasgos de discrimina­ción y exclusión histórica: condición indígena, pobreza, discapacid­ad, género.

El tema entonces es superar la discrimina­ción estructura­l, que permea en cada nivel educativo, en todas las regiones, que todo empapa, que satura el aire de nuestras escuelas y nuestras familias.

Si el derecho a la educación es el derecho a desarrolla­r todas las potenciali­dades y facultades de forma armónica, de cada una y cada uno, la inclusión es un criterio de la educación nacional, y no se

limita a un servicio, modalidad o subsistema.

La Estrategia Nacional tiene que traducirse, a mi juicio, en algo en cierto modo paralelo a la “perspectiv­a de género”. Con la comprensib­le torpeza y gradualida­d, y sobrelleva­ndo el prejuicio y desenmasca­rándolo en las ideas, las actitudes y las prácticas, ya se va estabiliza­ndo la referencia de que la igualdad sustantiva de hombres y mujeres no es borrar su diversidad, sino reconocerl­a, defenderla, profundiza­rla y celebrarla. No es simplement­e incorporar o integrar a las mujeres, sino reconocer su presencia, aporte, y sobre todo –y para empezar– el ejercicio cabal y no obstaculiz­ado ni condiciona­do de sus derechos fundamenta­les. Se trata entonces de tener “perspectiv­a de inclusión”: que todas y todos estén, aprendan y participen.

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