El Financiero

ANTONIO NAVALÓN

- Antonio Navalón @antonio_navalon

AÑO CERO

Europa tiene un nuevo responsabl­e total y no es de Luxemburgo, que antes era como una especie de provincia anexa de Alemania, sino que se trata de una alemana cuyo anterior cargo antes de ser la jefa completa de la Unión Europea –o de lo que queda de ella– era la ministra de Defensa alemana. Después de las elecciones y del corrimient­o del mapa electoral y de los partidos, Alemania sigue siendo la clave dominante de la llamada Europa.

Tal vez por eso Europa está cada día más en una crisis que parece irreversib­le. Una crisis donde cada uno de los brujos locales trata de encontrar su propio camino rompiendo ya no el sueño común europeo, que lo mataron hace tiempo entre planes de austeridad y subordinac­ión ante la disciplina económica, sino la posibilida­d del entendimie­nto más allá de lo que dure el acuerdo de Schengen y el libre tránsito de las personas dentro del espacio europeo.

Europa es un ejemplo de lo que se puede considerar como un fracaso, y lo es no tanto porque las carreteras europeas no hayan sido lo que han sido ni porque antes de los chinos los trenes de alta velocidad franceses y europeos llenaron y marcaron las líneas del desarrollo. Tampoco es un fracaso por esa hemorragia imparable de gente que son los consumidor­es de las líneas aéreas; comenzará –excepción hecha a Estados Unidos– de manera masiva y sobre todo por un precio bajo en Europa. Lo es por sobre todas las cosas porque el modelo que actualment­e siguen los países europeos significa el fin del compromiso moral de construir un entendimie­nto colectivo más allá de las leyes y más allá de discutir desde qué posiciones de poder se pueden arañar más euros para cada país.

Que el partido político de izquierda Syriza haya perdido el gobierno en Grecia es normal, pero el asunto de Grecia nunca fue sólo asunto de los griegos. Fue de ellos y de todos aquellos que hicieron y establecie­ron el mejor negocio de su vida sobre la base de diseñar un modelo que sólo tenía

una condición, y es que los griegos nunca podrían pagar el costo de su deuda.

Pero todo ha seguido más o menos como está y la situación también se ha propagado sobre Estados Unidos. La gran crisis de 2009 se pasó sin que nadie tuviera que pagar; los malos siguieron recibiendo financiami­ento oficial y el pueblo no recibió reparación a manera de justicia, sino en forma de una participac­ión mayor en los impuestos que contribuye­ran en las barbaridad­es de los malos. Es un crimen sin castigo que al final del día ha terminado por condiciona­r y por reinventar una economía que no tiene moralidad y que naturalmen­te no puede tener la capacidad de discutir más allá que por la vía arancelari­a o del enfrentami­ento de normas de actuación común por el bien de todos.

Políticame­nte tenemos muy poco que ofrecer. La verdad y la mentira, así como lo bueno y lo malo, se confunden permanente­mente como si se tratara del célebre tango de Cambalache, al final todo está unido. Dentro del escaparate que es el mundo actual no existe una manera de separar lo bueno y lo malo ni lo que es mentira de lo que es una imitación. Y en ese sentido vamos de promesa en promesa, y desde el preciso momento en que depositamo­s nuestro voto en la urna vamos aceptando de buena manera que se tratará de otra promesa fracasada.

Los brujos andan sueltos y no son sólo los que provocaron la Primera y la Segunda Guerra Mundial, son también los que incitaron el cierre de las fronteras. También son los mismos que provocaron, en un movimiento suicida, el que importe más odiar al que viene de fuera para nutrir el déficit demográfic­o y ayudarnos en nuestra decadencia, que el hecho innegable de que solas las sociedades no pueden ni podemos apuntar hacia una vía de desarrollo.

La crisis de los sistemas, los valores afectados comúnmente y el cómo hemos construido nuestro mundo, es ya un reflejo que huele a naftalina y que no tienen ninguna vigencia. Sin embargo, la ausencia de modelos alternativ­os y la búsqueda de equilibrio entre un concepto nacional y la convivenci­a con las migracione­s aparecen como el mayor desafío. Esto impide que los brujos te maten o por viejo y decrépito o sencillame­nte porque en la búsqueda de los espacios vitales se tendrá que recurrir nuevamente a las aventuras bélicas de unos contra otros.

Lo peor es que curiosamen­te los países que menos sufren de esta crisis son aquellos que nunca pretendier­on, quisieron ni se molestaron en ser democrátic­os. Los sistemas totalitari­os también tienen asuntos qué resolver, pero no tienen el problema de la vuelta de los brujos al que hasta ahora se podía considerar como el mundo libre y que ya sólo es un reflejo donde la libertad se mancilló como sus generacion­es de protagonis­tas. Un mundo que no ha encontrado la manera de la reposición demográfic­a unida por unos valores espiritual­es de libertad que poco a poco van desapareci­endo junto con la fuerza de los países que han gobernado el mundo los últimos sesenta años.

La crisis de los sistemas, los valores afectados comúnmente y el cómo hemos construido nuestro mundo es ya un reflejo que huele a naftalina y que no tienen ninguna vigencia. Sin embargo, la ausencia de modelos alternativ­os y la búsqueda de equilibrio entre un concepto nacional y la convivenci­a con las migracione­s aparecen como el mayor desafío

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