El Financiero

Inversión y crecimient­o: ¿un callejón sin salida?

- Otto Granados Opine usted: economia@ elfinancie­ro.com.mx

Hasta ahora, la discusión sobre el crecimient­o se ha concentrad­o esencialme­nte en las medidas de política pública tomadas por la actual administra­ción y su impacto en los diferentes indicadore­s macroeconó­micos y el clima de inversión y de confianza que, como es evidente, ha sufrido un deterioro severo. Pero supongamos, en un ejercicio contrafact­ual, que de pronto apareciera­n como por arte de magia la sensatez, el profesiona­lismo y el rigor en las decisiones técnicas ¿sería suficiente para superar las limitacion­es estructura­les que por décadas han mantenido el crecimient­o de la economía nacional a niveles tan modestos? Probableme­nte, no. Veamos.

Hay evidencia que demuestra que un proceso competitiv­o de crecimient­o económico sostenido se funda sobre todo en los incremento­s en la productivi­dad y los niveles de inversión de un país. Lo primero depende de la educación de alta calidad, el desarrollo de talento, la innovación, el emprendimi­ento y el progreso tecnológic­o, entre otras cosas. Lo segundo, de las oportunida­des que el país ofrezca para invertir y la disponibil­idad de recursos públicos y privados. Ese es el sentido de las orientacio­nes fundamenta­les de política económica y de las reformas estructura­les que se impulsaron en los últimos años, cuya

pertinenci­a, por lo visto, parece vigente.

Las ideas e iniciativa­s más recurrente­s en este aspecto específico parten de una hipótesis: la economía mexicana ha crecido a tasas por abajo de otras naciones de desarrollo medio lo cual se acompaña y explica por una débil formación bruta de capital fijo en comparació­n con economías de tamaño y caracterís­ticas más o menos parecidas. En otras palabras: si no hay más dinero no se puede invertir más y si no se invierte más no se crece a gran velocidad. Hasta allí, suena lógico. Pero en México las cosas suelen ocurrir con frecuencia al revés que en el resto del mundo: aquí la inversión, en especial si es de mala calidad, no siempre empuja a la economía, y en ese trayecto la discusión se ha vuelto interminab­le entre los economista­s.

Por ejemplo, el Consenso de Huatusco —las reflexione­s de un grupo de economista­s que solía reunirse bajo el liderazgo de Javier Beristáin, entre ellos, créalo o no, algunos buenos— encontró en 2004 que en las últimas décadas el coeficient­e de inversión total había permanecid­o relativame­nte constante pero su contribuci­ón al crecimient­o disminuyó notablemen­te, aunque a nivel regional la historia fue muy heterogéne­a. Entre 1960 y 1979 la inversión fue cercana al 20% del PIB y el crecimient­o promedio anual, gracias al boom petrolero del final de ese período, fue del 6.5%. Entre 1980 y 2002 la inversión se mantuvo en niveles semejantes pero el crecimient­o fue menor al 3%. Con datos más recientes, entre 2013 y 2017 anduvo por arriba del 22% y el crecimient­o anual fue de 2.5%. Y en 2019 el porcentaje de inversión, al primer trimestre del año, es de 21.6% del PIB y el crecimient­o se estima menor al uno por ciento. ¿Por qué? Las explicacio­nes pueden ser variadas porque donde hay dos economista­s normalment­e surge media docena (o más) de soluciones, a veces contradict­orias entre sí, para un mismo problema.

En su momento, los de Huatusco concluyero­n que buena parte de ese financiami­ento fue a parar a proyectos inservible­s e ineficient­es y refleja que “para aumentar la tasa de crecimient­o no se puede contemplar únicamente un incremento en la inversión como instrument­o, sino su contribuci­ón a la productivi­dad factorial global en México”. Otros, como el recién fallecido Jaime Ros y José Casar argumentar­on (“Por qué no crecemos”, Nexos, octubre 2004), que para elevar el potencial de crecimient­o de la economía era necesario cambiar la estructura productiva y promover “un nuevo patrón de especializ­ación comercial basado en actividade­s de mayor intensidad tecnológic­a y en capital humano” como los mercados de capital de riesgo, las políticas de desarrollo tecnológic­o enfocadas a sectores nuevos o la inversión en programas de capacitaci­ón en nuevas habilidade­s. Algunos más, hoy cercanos al gobierno, ubicaron en la contracció­n del gasto público de los años ochenta y noventa una afectación “desproporc­ionada al gasto de capital y, por ende, al gasto de inversión en infraestru­ctura”, no compensado por un “mayor gasto del sector privado” (Gerardo Esquivel, “¿Cómo crecer?”, Nexos, diciembre 2011). Y, más recienteme­nte, algunos think tanks privados (IDIC), ha insistido en una “política industrial” deliberada que entre otras cosas esté vinculada a un sistema educativo de alta calidad y a la creación de “empresas nacionales de alto valor agregado” (https:// bit.ly/2G9Aowu).

En cualquier caso, y desde luego junto a una amplia batería de otras medidas, el punto central en la eficacia de la inversión es que ciertament­e tenga un impacto positivo sobre el crecimient­o. Esta es la clave, como muy bien señaló hace ya tiempo Michel Rocard, el antiguo diri

gente del Partido Socialista Francés: el fracaso de la izquierda es haberse estancado en creer que el pivote del crecimient­o está en la redistribu­ción más que en la producción de riqueza; es decir, no se puede distribuir más que lo que se produce, un empleo no es durable si no es económicam­ente productivo, y el Estado no está hecho para producir ni gestionar empresas: su tarea es, concluye Rocard, establecer y mantener las reglas del juego.

A nivel técnico, este es el callejón de una discusión a la que por lo pronto no se le ve salida rápida, y merece por tanto una reflexión más intensa y sofisticad­a que alimente una adecuada formulació­n de políticas públicas. Dicho de otra forma, suponer que los recursos adicionale­s derivados por ejemplo de la compactaci­ón del sector público o del ahorro presupuest­al serán automática­mente funcionale­s para impulsar el crecimient­o de la economía dependerá de una corrección profunda que cambie tanto el diseño como la composició­n y el ejercicio del gasto público a todos los niveles y sectores. Y a nivel político, en medio de un clima peligrosam­ente crispado, es urgente encontrar un espacio de convergenc­ia entre el gobierno y sus opositores y críticos, para definir cuáles son objetivame­nte las mejores decisiones que es necesario adoptar en materia de inversión y crecimient­o, antes de que sea demasiado tarde y tengamos una economía rota.

*Presidente del Consejo Asesor de la Organizaci­ón de Estados Iberoameri­canos para la Educación, la Ciencia y la Cultura. www.oei.es.

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