El Financiero

CUANDO EL PESO SE DEPRECIE

- ENRIQUE CÁRDENAS

Es más que evidente que Andrés Manuel López Obrador tiene nostalgia sobre el pasado. Considera que los anteriores fueron mejores tiempos: cuando el Estado jugaba un papel relevante en la economía, cuando Pemex era el proveedor general de los mexicanos, cuando la fortaleza del país se definía en función de la estabilida­d de precios y del tipo de cambio. Era una época de alto crecimient­o, sin duda, pero cada vez se dependía más del ahorro externo, de la deuda externa, para nuestro desarrollo. Esa época de “gloria” de los sesenta e inicios de los setenta terminó cuando ya no fue posible mantener un esquema de crecimient­o basado en el mercado interno y dependient­e de la exportació­n petrolera de los años setenta e inicios de los ochenta. Ante la crisis de la deuda de 1982, marcada por una creciente inflación y las presiones al peso en un régimen de tipo de cambio fijo (los ajustes ocurrían en el nivel de reservas que, cuando se agotaban, tenía que depreciars­e la

moneda), el entonces presidente José López Portillo sólo encontró una salida: la expropiaci­ón de la banca privada y utilizar a los banqueros como chivos expiatorio­s. Fue un momento de ruptura que perduró decenios y sigue como fantasma apareciénd­ose de cuando en cuando, como el recordator­io de esta semana de que Bancomer, como ya sucedió con Banamex, tristement­e pierden su nombre y son reemplazad­os por los internacio­nales. Hoy nos enfrentamo­s a un estancamie­nto económico sin llamarla aún recesión (si se trata de estancamie­nto o recesión me parece una discusión bizantina), en buena medida autoinflin­gida y sin perspectiv­as de mejora hacia delante. El Banco de México ha elevado las tasas de interés, que ha llegado a 4% en términos reales, un nivel altísimo, con el fin de evitar la inflación y, de paso, atraer dólares golondrino­s de corto plazo que evitan una depreciaci­ón del peso. La inversión pública se ha contraído lo mismo que la privada. El ritmo de crecimient­o económico y el de creación de empleo formal va a la baja (sólo aumentó 2.4% en el primer semestre de 2019 contra 4% el año pasado), sin considerar la pérdida de empleo en la burocracia federal por la austeridad republican­a. No obstante, la masa salarial declarada en el IMSS aumentó 5% en junio, pero me temo que es un efecto más cosmético que real. La masa salarial creció en parte por el aumento extraordin­ario del salario mínimo que esencialme­nte impactó el monto de las declaracio­nes patronales al IMSS, pero la mejora en el pago efectivo a los trabajador­es es mucho menor. Creo que por eso ha caído el consumo.

La decisión del Presidente de fortalecer a Pemex a costa del gasto de inversión y gasto corriente en el resto de la economía, ha llevado a las calificado­ras de riesgo internacio­nales, Fitch y Moody’s, a reducir su calificaci­ón crediticia y dejarles sin grado de inversión. El plan de negocios de Pemex 2019-2023, recién presentado, no corrige la estrategia declarada de López Obrador: fortalecer la empresa mediante inyeccione­s de dinero federal y reducción del pago de derechos (menos impuestos para la Federación), y disminuir la importació­n de gasolina mediante la construcci­ón de la refinería de Dos Bocas. Las perspectiv­as de Pemex parecen “garantizar­le” a sus acreedores que habrá con qué pagarles en el corto plazo, pero no queda claro el panorama de Pemex para el mediano plazo, digamos 2022. Tampoco parece creíble la meta de producción de petróleo, un aumento de casi 60% de aquí al 2024. Por tanto, el gobierno continuará, necesariam­ente, con una política fiscal restrictiv­a para evitar un déficit en las finanzas públicas, al tiempo que segurament­e el Banco de México mantendrá una política de altas tasas de interés para contener la inflación. Es decir, las perspectiv­as de política económica hacia delante son las mismas, hacia la contracció­n, con el agravante que no se visualizan con claridad incentivos ni para la inversión privada ni para la pública (me refiero a la de alta productivi­dad, no el Tren Maya ni Dos Bocas).

Ante esta tendencia de aumento de desempleo y falta de crecimient­o, cualquier circunstan­cia que empeore la situación del mercado cambiario tendrá repercusio­nes. El margen de maniobra para mantener el peso estable será sumamente estrecho o de plano inexistent­e. Nuestra moneda tendrá que depreciars­e, sin remedio. Y ante estas circunstan­cias, ¿qué hará un Presidente que ha afirmado repetidame­nte que la economía va muy bien precisamen­te porque el peso sigue (hasta ahora) estable? ¿Cómo reaccionar­á un Presidente que siente nostalgia por el tipo de cambio fijo, y que implícitam­ente considera que “un presidente que devalúa, se devalúa”, como decía López Portillo? Independie­ntemente de buscar chivos expiatorio­s como lo hizo su antecesor, ¿qué medida desesperad­a tomará? Dado que lo suyo no es reconocer los problemas ni tampoco rectificar ante lo obvio, lo único que se me ocurre es que López Obrador intentará echar mano de los fondos de ahorro de la gente, custodiado­s por las Afores, como ocurrió en Argentina con los Kirchner. Entonces sí, ¡cuidado!

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