AUTONOMÍA RELATIVA
Quizá El Chapo Guzmán jamás pensó que su carrera criminal terminara de una manera tan peliculesca y sorprendente como que el Presidente de su país se manifestara “conmovido” por la sentencia que recibió. Las palabras de Andrés Manuel López Obrador manifestando compasión por quien fuera uno de los criminales más buscados en el mundo, un hombre cuya historia mediática documenta que ordenó asesinatos, que torturó, que violó y que ensangrentó su paso por esta vida, se hace acreedor al final no de la condena ni de la repulsa, sino de sentimientos de conmiseración presidenciales. Nada mejor para un narcotraficante, para alguien que vulneró la ley sistemáticamente, alguien que rebajó el valor de la vida de sus semejantes que la compasión del Presidente de la República (por cierto, las palabras presidenciales son cada día más sorprendentes, es posible que el Presidente piense en voz alta y no mida lo que dice o lo que significan sus palabras, que se
mueven entre la osadía y la ocurrencia, pero eso será materia de otros artículos).
Con la cadena perpetua que a sus 62 años recibió El Chapo, concluye la vida de un narcotraficante que llegó a estar en boca –literal– de todo el mundo. Para los gringos era el enemigo perfecto: lo empoderaron mediáticamente con números sobre su fortuna, lo pusieron en la lista de Forbes y, claro, nada mejor que tener un extranjero como causante del envenenamiento de la juventud norteamericana. El Chapo, como varios de los narcotraficantes de su generación provocó admiración y sorpresa por su capacidad delictiva y la manera de hacer y rehacer sus negocios, su capacidad de violencia y, por supuesto, sus fugas de las cárceles de máxima seguridad en México. Si El Chapo era una suerte de mito criminal, la primera fuga en un carrito de la lavandería de la cárcel lo llevó a niveles altísimos de popularidad.
La película del Chapo es como la de El Padrino: es mejor la dos, la segunda parte. A partir de su segunda fuga, esa realmente impresionante por construir un túnel y treparse a un pequeño vehículo motorizado, para terminar tomando un avión con destino desconocido, dejó boquiabiertos a todos. Fue motivo de vergüenza para el Estado mexicano. Recuerdo que mexicanos que estaban en
Las palabras de López Obrador expresando compasión por el infausto criminal lo explican casi todo: pobre Chapo no se vale
el extranjero narraban en redes sociales la pena que sentían cada vez que pasaban las escenas en un restaurante y la gente reía y comentaba. Esa fuga fue una de las formas de la impotencia contra el crimen, de la burla contra la autoridad, una marca indeleble en nuestros enormes niveles de impunidad. A partir de esa ocasión se desató una verdadera cacería sobre el individuo, volvió a estar su nombre sistemáticamente en los medios de comunicación nacionales y extranjeros, su fama era de estrella pop. Las escenas de su percusión, los fallidos operativos de su captura eran difundidos como una manera de decir que estaban cerca de su captura. Fue entonces que la vanidad del narco sucumbió a los devaneos de la actriz Kate del Castillo (“la señorita Kei”, como le decía él) y realizaron juntos un happening con el actor Sean Penn que terminó viéndole la cara a Kei y al Chapo. Muchos dicen que a partir de ahí fue más fácil seguirlo, pues el rastro de los actores puso a las autoridades en el camino de la aprehensión del criminal. Una vez preso, El Chapo sabía lo que le tocaba: Estados Unidos y terminar su vida ahí en una cárcel de máxima seguridad. Era la única manera de terminar con vida: preso. Con El Chapo encerrado en una minúscula celda en medio del desierto de Colorado, su fama se irá extinguiendo. Quizá alguna serie lo rescate, alguna película, pero no será ya ese mito, quedará la leyenda. Con él en la cárcel queda en el escenario alguno que otro de su generación y ya mandan en muchos lados criminales más jóvenes que apenas construyen su historia en medio de terribles matanzas. Queda la impotencia mexicana de no tener las instituciones adecuadas para juzgarlo aquí, pero las palabras de López Obrador expresando compasión por el infausto criminal lo explican casi todo: pobre Chapo no se vale que le hagan eso.