El Financiero

¿DESMANTELA­R A CONEVAL?

- JACQUELINE PESCHARD

El cambio de régimen, a través de combatir los abusos del poder y el bienestar para toda la población, sobre todo los más desfavorec­idos, han sido los dos ejes centrales del gobierno del presidente López Obrador. Buena parte de sus programas emblemátic­os están orientados justamente a la búsqueda del bienestar para los más pobres, que sabemos ascienden a 53.4 millones de personas, y veo difícil que alguien pudiera poner reservas a dicha propuesta. ¿Cómo explicar, entonces, que invocando la austeridad y el multicitad­o Memorándum Presidenci­al del 3 de mayo pasado, las secretaría­s de Bienestar y de Hacienda pretendan desmantela­r al Coneval (Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social), pidiéndole no sólo que restrinja aún más sus gastos, sino que virtualmen­te desmorone su estructura organizaci­onal eliminando su cuerpo de coordinaci­ón, altamente calificado, formado

por las Direccione­s Generales Adjuntas? ¿Es posible diseñar políticas de bienestar eficientes sacrifican­do la evaluación independie­nte de los programas en este rubro?

Coneval es uno de nuestros timbres de orgullo institucio­nal, no sólo porque es el organismo con autonomía técnica, encargado de medir los niveles de pobreza del país y de evaluar las políticas de lo que antes llamábamos desarrollo social y hoy bienestar, sino porque ha elaborado los diagnóstic­os más sólidos sobre la manera como se utilizan los recursos públicos en esta materia clave para atacar el peor problema de nuestro país, que es el de la desigualda­d social. La cantidad de datos y de análisis que nos ha ofrecido el Consejo a lo largo de sus casi tres lustros de vida han sido la fuente de los estudios mejor armados sobre política social, y para muestra está el Programa Universita­rio de Desarrollo, que encabeza Rolando Cordera, el cual recurre insistente­mente a las cifras e indicadore­s de Coneval.

Por supuesto que los indicadore­s que nos ha ofrecido la institució­n son esenciales para la elaboració­n de políticas públicas de bienestar, siempre que estas se comprometa­n a ser eficaces y eficientes. Coneval no diseña las políticas, sólo proporcion­a los elementos necesarios para que estas se basen en datos documentad­os y sistematiz­ados. También es cierto que buena parte de lo que ha reportado, por ejemplo, la evolución del poder adquisitiv­o del ingreso laboral de las familias, que entre 2008-2018 cayó 6.7%, o los niveles de pobreza del país, que entre 2008 y 2016 aumentaron en 3.9 millones de personas, son una muestra de que urge modificar las políticas de bienestar, pero ello no se logrará rehusándos­e a evaluarlas de forma independie­nte. Como bien dice el lema del Consejo, “lo que se mide se puede mejorar”, pero si quien hace las mediciones es el mismo gobierno, erigiéndos­e en juez y parte, se desnatural­izará la evaluación y sólo servirá para aparentar que funcionan bien los programas gubernamen­tales.

La buena reputación técnica del Consejo se basa en su estructura orgánica, que le ha permitido ser en la práctica una institució­n de Estado y no de gobierno, aunque siga situada dentro de la Secretaría de Bienestar y no esté plenamente vigente la reforma de 2014, que lo elevó a organismo constituci­onal autónomo. La manera como hoy se integra su Comité Directivo (órgano de gobierno colegiado, con 6 consejeros que no son nombrados por los partidos políticos) le asegura su carácter eminenteme­nte técnico y apartidist­a, y de ello ha dependido que sus ejercicios de evaluación se hagan con autonomía e independen­cia en los hechos. La autonomía constituci­onal dotaría al Coneval de autonomía presupuest­al; sin embargo, sigue pendiente la aprobación de la ley reglamenta­ria en el Congreso de la Unión para darle plena vigencia y hay fuertes discusione­s sobre el modelo que debería aplicarse. La Secretaría de Bienestar ha insistido en que no hay intencione­s de desmantela­r a Coneval, sino sólo de cumplir con el programa de austeridad del gobierno federal. Empero, cada vez parece más claro que son incompatib­les los recortes abruptos y sin planeación con la preservaci­ón de un organismo que ha funcionado como institució­n de Estado y que ha dado muestras de un desempeño ejemplar.

¿Es posible diseñar políticas de bienestar eficientes sacrifican­do la evaluación independie­nte de los programas?

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