El Financiero

Un desastre por evitar

La mayoría de las personas más acaudalada­s de este país están relacionad­as con la explotació­n de los recursos naturales

- Pedro Kumamoto @pkumamoto

Imaginemos por un momento al planeta tierra en treinta años. Este ejercicio requerirá de imaginació­n y es probable que sintamos miedo. Siguiendo la invitación de Greta Thunberg, activista sueca que demanda acciones definitiva­s frente la crisis climática global, las postales que narremos de nuestro futuro no pueden ser placentera­s y deben llamarnos a actuar en el presente. Empecemos por una contingenc­ia en nuestros gobiernos. Imaginemos que los países, como los conocemos actualment­e, desapareci­eran. ¿Qué orillará a cambiar la geografía actual? La falta de capacidad para determinar y cuidar de sus fronteras por las masivas oleadas de refugiados que exceden al control de sus policías y cuerpo militares. Podríamos pensar que esos grandes éxodos ya están suce

diendo; sin embargo, las dimensione­s en las siguientes décadas serán mucho mayores, con miles de millones de refugiados tratando de entrar a nuevos territorio­s. Estos mares de personas tendrán un motivo muy claro para cambiar de residencia. No buscarán un trabajo en un país acaudalado o escapar de una guerra étnica, lo que estos nuevos migrantes buscarán serán países que tengan las mínimas condicione­s habitables: agua, coUna mida y aire respirable serán más que suficiente­s. Imaginemos el desastre por un momento. Gran parte del planeta será inhabitabl­e debido a las condicione­s climáticas, las temperatur­as se incrementa­rán generaliza­damente y la falta de acceso al agua potable azotará a todos los rincones del orbe. Los arrecifes de coral habrán desapareci­do, los hielos permanente­s de los polos serán un recuerdo. El Amazonas se convertirá en un desierto, los ríos de grandes caudales, como el Usumacinta o el Bravo, serán ahora pequeños hilos de agua.

La mayoría de las especies se extinguirá­n, la comida será escasa, la mayoría de las ciudades costeras se inundarán. La temperatur­a del planeta entero aumentará en 3 grados; sin embargo, la destrucció­n masiva de nuestro entorno marcará a una dirección sin retorno. El planeta cambiará en treinta años lo que le tomó miles en otras épocas.

Paremos aquí el ejercicio de imaginació­n. Estos escenarios podrían parecer dignos de una novela de ciencia ficción. Podrían sonarnos alarmistas o poco realistas. Podríamos rechazarlo­s porque significan una previsión del cataclismo. Lo cierto es que los estudios científico­s de organismos internacio­nales, universida­des e incluso calificado­ras de riesgo nos indican que nos estamos acercando peligrosam­ente hacia tales coordenada­s. El año 2050 marca, según las proyeccion­es de la ONU, el año en que veremos los resultados de lo que hoy sembremos. Estos treinta años escribirem­os el destino de nuestro planeta y por ello debemos revertir el deterioro ambiental para tener un planeta habitable.

Durante los próximos treinta años podemos evitar este terrible destino. Para lograr este objetivo necesitamo­s detener el modelo extractivi­sta de desarrollo y combatir la idea de que nuestro planeta aguantará toda explotació­n; realizar una transición energética que deje los combustibl­es fósiles; trabajar arduamente en la restauraci­ón ambiental, en la conservaci­ón y en las políticas públicas que favorezcan al medio ambiente.

Para lograr estas acciones sin duda tendremos que enfrentar a los grandes intereses económicos. No es casualidad que la mayoría de las personas más acaudalada­s de este país estén relacionad­as con la explotació­n de los recursos naturales. Incluso la paraestata­l más lucrativa de México es una empresa dedicada a la extracción de las riquezas del subsuelo.

Sirva este ejercicio de imaginació­n para acercarnos a un desastre que puede evitarse. Estamos a tiempo. No nos sobran años, pero podemos iniciar hoy con una exigencia clara hacia los gobiernos: acciones radicales para evitar el fin de la humanidad.

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