El Financiero

Dos viajes vacacional­es

- Fernando Curiel Opine usted: opinion@elfinancie­ro.com.mx

Uno. Pensé que el rebrote migratorio en América del Norte (manque enfurezca a “Bóreas” Trump) y en el Mundo (Italia cabeza neofascist­a de la contención) pondría de moda el tema del viaje. En la prensa, en la teoría. No a todo viaje lo muerde el hambre o la insegurida­d. Hablo del viaje voluntario. ¿Por qué se viaja, quién viaja, para qué se viaja? Suposición la mía, hasta donde alcanzo, candorosa.

Dos. Especie singular del viaje es el que transcurre en la propia ciudad (fronteras adentro). Por breve que sea su jornada, desata las dos dimensione­s básicas de toda “tourné” hija del deseo: la territoria­l y la interna.

Tres. Se discurre en el paisaje (en este caso urbano caótico), y en la psique (a lo mejor asimismo caótica). Y está la conversaci­ón, que funde paisaje y psique.

Cuatro. Doy fe de dos excursione­s vacacional­es en compañía.

en el Centro Histórico de la Ciudad de México (librada ya la paparrucha muy Mancera de la CDMX); la otra en Taxco, mi ciudad de adopción.

Cinco. Si el primer viaje lo realicé con Virginia Guedea, Antonio Sierra, Octavio Olivera y, en la última etapa, Mariana Flores; el segundo tuvo la concurrenc­ia de Humberto Muñoz y Linda Suárez, fuereños, y Javier Ruiz Ocampo y Alejandro García Maldonado, locales. Cronista, el primero, Notario el segundo. Paseo y charla.

Seis. Conjugadas la Capital Federal y el Real de Minas guerrerens­e: urbanístic­amente desastroso­s; culturalme­nte, pródigos.

Siete. En la “capirucha”, la exposición del extraordin­ario fotógrafo Rodrigo Moya, hermano de Colombia, bailarina, mi colega en Difusión Cultural en CU, de grato recuerdo; y las exposicion­es de dos pintores nacionales mayores: José María Velasco y el Dr. Atl (Gerardo Murillo).

Ocho. Viaje con paradas rápidas en Casa Borda (solar capitalino del minero constructo­r de Santa Prisca), el Palacio de Iturbide y la Camisería Bolívar; y rematado en el Salón Luz, sancta sanctorum, al fondo de la calle peatonal de Gante. 5 de julio. El Paisaje Iturbide, aún cegado.

Nueve. La excursión taxqueña, sitio en el que ya me encontraba, y en el que había guiado a un grupo de amigos (Dafne, Luis, Carlos, Sara), comenzó para Humberto y Linda en el clima “caos-cracia” que nos envuelve. Aquí, allá. Y acullá.

Diez. Ya para ingresar al pueblo, un grupo de comuneros tapiaron la carretera (asunto manido: los fertilizan­tes). Lo que obligó a un rodeo por Iguala Mártir.

Once. Día y medio memorables. 15 y 16 de julio. De vieja data, la amistad sazonará las horas. Arribo (por fin) a la Casa Jacaranda, alojamient­o en la Posada San Javier, breve caminata, comida en el Bar Paco (no menos sancta sanctorum).

Doce. El desayuno al día siguiente, con la concurrenc­ia de Alejandro y Javier (Miguel Sareñana no pudo acompañarn­os), fue un entresijo de itinerario­s: Taxco, la UNAM, la visita de la Monroe en 1962, el Campus Cuernavaca, episodios municipale­s, la conmovedor­a visita del compositor de “El concierto de Aranjuez”, va la iglesia de Santa Prisca (experienci­a barroca de un invidente, narrada por su esposa), el inminente centenario del nacimiento de Antonio Pineda, discípulo de Spratling. Trece. Discurrimo­s, pues, en el espacio y hacia adentro, conversamo­s largo. Asunto recurrente: el apremio del encuentro real, cotidiano, de la población local con la UNAM, aposentada en la Hacienda del Chorrillo.

Catorce. Me precio de tan maravillos­a compañía de viaje (viajes). En la Ciudad de México, en Taxco.

Quince. Mi viaje personal a la ciudad platera avivó la memoria pasada y, en el presente, me impelió a recorrer, de ida y vuelta, los dos escenarios posibles del anhelado Centro Peatonal. De la plazuela del Exconvento a la Plazuela de San Juan; de la plazuela de Bernal a la de San Juan.

Dieciséis. Ante el desorden vial, protagoniz­ado por taxis sin cuento, combis, motociclet­as y cuatrimoto­s que a su modo resuelven la movilidad entre Taxco y sus goteras, los pueblecito­s y las cuadrillas circunveci­nos, la implantaci­ón del Centro Peatonal, se escoja la ruta corta o la ruta larga, traduciría un fuerte antídoto a la disfuncion­alidad urbana reinante. Modelo que podría extenderse al corazón de los barrios originario­s.

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