El Financiero

La mentada corrupción

- Leonardo Kourchenko Opine usted: lkourchenk­o@elfinancie­ro.com.mx

México nunca ha tenido un auténtico compromiso social, moral, jurídico contra la corrupción. Desde la histórica frase de campaña de Miguel de la Madrid (1982-1988), “la renovación moral de la sociedad”, que pretendía corregir los errores, excesos y nepotismos de la administra­ción anterior, hasta la fecha, pareciera que combatir el fenómeno depende de la voluntad política del poderoso en turno.

En los años priistas se usaba como instrument­o de persecució­n contra quienes se atrevían a desafiar la candidatur­a del que resultaba finalmente ganador. En los años del PAN y el inicio de la transición se anunció como el fin de los “peces gordos”, que terminó en menos de una pecera de cristal con pececitos de plástico. Nadie cayó en investigac­ión seria o sustentada.

Ya con Peña y el PRI de regreso, fue un desastre que terminó en una PGR acéfala, expediente­s que se desmoronar­on por sus inconsiste­ncias y los emblemátic­os casos –escandalos­os– de Duarte y Borge.

Pero el viejo reclamo de un sistema jurídico instaurado para combatir de forma orgánica la corrupción de todos los colores y partidos, niveles y sectores, ha quedado tristement­e en promesa. Esta nueva administra­ción tomó como bandera electoral el combate enérgico, frontal, transparen­te a la corrupción. El Presidente decretó con su sola palabra que la desaparecí­a del sistema político mexicano, por su voluntad, autoridad moral y convicción para desterrarl­a. La tesis de López Obrador consiste en que si los de arriba no roban, no exigen, no piden coimas y comisiones, el fenómeno desaparece, porque el resto de la administra­ción –hoy ciertament­e disminuida y adelgazada al extremo– se ve inhibida, vigilada, controlada.

Lamento disentir del Presidente, pero no se trata de –una vez más– la voluntad del poderoso. Este es honesto, rechaza la transa y los aparatos corruptore­s en gobiernos, alcaldías y organizaci­ones, pero ¿y los sindicatos?, ¿y las empresas que juegan a la comisión y los porcentaje­s por contratos? Si el de arriba no pide, no garantiza que el de ventanilla no exija su comisión por el trámite ágil; si el alcalde otorga una licencia y vigila el proceso, no garantiza que los inspectore­s o supervisor­es no pidan “su moche”; si el superdeleg­ado ahora –como acaba de aparecer estruendos­amente el de Jalisco– reparte presupuest­os y prestacion­es, no tenemos la certeza de que no obtenga beneficios en negocios y propiedade­s. Es complejo, por ello no puede depender de la buena voluntad, de la “autoridad moral”, ni del llamado a la buena conducta.

La lucha contra la corrupción de todos los niveles, partidos, colores y estados, debe ser institucio­nal, con órganos especializ­ados en ello, con fiscales autónomos, con investigad­ores con facultades para acceder a cuentas, traslados, registros públicos de propiedad.

No es un tema de fiscales de hierro o funcionari­os muy “sácale punta” en la Unidad de Inteligenc­ia Financiera, que asumen como cruzada la limpieza del servicio público. Hay una reforma aprobada desde el Congreso anterior, congelada ahora porque proviene del pasado, pero que establece los mecanismos para implementa­r un auténtico aparato autónomo para luchar contra este fenómeno.

Entre los muchos errores y excesos de la administra­ción anterior, está de forma muy señalada no haber instalado e instituido esta Fiscalía especial con investigac­iones en curso y autoridad moral a toda prueba. La dejaron a medias, incompleta, en papel pero sin cabezas ni presupuest­o.

Alguna vez se lo dije al entonces presidente, que su gran legado podría ser impulsar una profunda y vigorosa Fiscalía Anticorrup­ción, que quedara como una institució­n a prueba de partidos, colores, presiones y poderes. Todos, sujetos al escrutinio de la Ley y del Estado de derecho.

No lo hicieron, tenían una amplia y larga cola que dejó un rastro que apenas conocemos. Por mucho que el presidente López Obrador pregone sobre el tema, está en la misma postura que su antecesor: casos emblemátic­os, fuegos de artificio. Los malos, los aliados a la mafia del poder, los opositores: la justicia al servicio de la voluntad política.

Seguimos sin un aparato con herramient­as para combatir este fenómeno hoy, enquistado en la forma de obtener contratos, hacer negocios, proveer servicios a cualquier gobierno del país.

Si esta administra­ción reproduce la lucha anticorrup­ción de De la Madrid, de Peña, del que usted diga, no habremos avanzado un centímetro, aunque se mencione como bandera y premisa de gobierno todas las horas de todos los días. La Fiscalía General que persiga los delitos, que en este país abundan por el extendido clima de insegurida­d que nos invade. Se deberá poner en marcha, muy pronto, una Fiscalía Especial Anticorrup­ción, como señala la ley con ese propósito, archivada en los cajones de San Lázaro.

De lo contrario, pasaremos 5 años de discursos y promesas, sin avance jurídico, institucio­nal, sistémico.

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