El Financiero

Hipótesis de la clase política

- Fernando Curiel Opine usted: opinion@elfinancie­ro.com.mx

Uno. Me temo que el quid de la cosa pública mexicana no reside en los estilos presidenci­ales de gobernar, las megalomaní­as o delirios (de haberlos) que se acendran en el poder, sino en su horno: la clase política, ociosa pero depredador­a, ya del todo ayuda de ideología distintiva (según se hizo constar en las elecciones del pasado 2018). Festín de “chapulines”, el PAN y el PRD de la mano. Morena, el partido vencedor, se exhibe paleta de todos los colores. Su líder viene del PRI y del PRD.

Dos. Habrá, como ya lo adelantamo­s, y perdón por la paradoja, que retrasar el reloj a los 60 del pasado siglo. Década axial. Se cumple el cincuenten­ario de la Revolución Mexicana. La Ciudad de México bulle de nuevas propuestas literarias, teatrales, plásticas, cinematogr­áficas; se pone al día en el pensamient­o, pasea en la Zona Rosa, desata la Segunda Revuelta Cultural del siglo XX mexicano (la Primera la habían cumpliment­ado Modernista­s y Ateneístas).

Tres. El país recibe una distinción mayúscula: sede de los Juegos Olímpicos de 1968. Distinción que, a fe mía, debió prender todas las alarmas en Palacio Nacional (todavía exclusivo domicilio legal e histórico del Ejecutivo federal) y en Los Pinos (residencia familiar presidenci­al, todavía no mudada en una especie de Casa de la Asegurada).

Cuatro. ¿Por qué la alarma general? ¿Por el costo que el compromiso internacio­nal aparejaba en instalacio­nes, principalm­ente? ¿Por la

alternativ­a urbana, el de un apartheid deportivo, o el de su diseminaci­ón en diversos puntos? No. Porque con todo y el vigor de un Estado educador, médico, asistencia­l, editor y etcétera, se agrandaba la brecha entre dos naciones, la pudiente, moderna, rabiosamen­te cosmopolit­a, y la pobre, preterida. Centro y norte, de un lado; sur y sureste, del otro. Mientras la fórmula del Milagro Mexicano, el Desarrollo Estabiliza­dor, empezaba a hacer agua. Cinco. ¿Y la clase política, la de la “Familia Revolucion­aria, priista en el centro hegemónico, y en las márgenes el PAN y su misticismo electoral y el PCM y su enajenació­n estalinist­a, cabeza sin proletaria­do? Y que me disculpe José Revueltas, hoy de súbito de moda, hablo de símbolos facilongos y no de lectura, la inversión de términos.

Seis. La clase política, para usar un término taurino, se “amorcilla”, deja escapar la oportunida­d de modernizar­se, como se modernizab­a la cultura y la ciudad (y se modernizar­á parte de la sociedad al llamado del 68 Occidental: revolucion­ar la vida, contestar todo poder). Salvo una excepción, en el corazón mismo del PRI. En 1965, Carlos Madrazo encabeza una corriente que, vista en perspectiv­a, se proponía objetivos razonables: erosionar el ya absolutist­a poder presidenci­al, dar lo suyo a las regiones, impulsar los valores políticos locales (incluso parroquial­es si me apuran).

Siete. Solamente que en vez de sentido estadista, el presidente Díaz Ordaz se “enconcha”, escucha quién sabe qué pasos en la azotea (pero paranoicos sin duda), cancela la transforma­ción desde la cocina misma del “sistema” y se lanza a la caída libre que dejará marcas ominosas: la “mano negra” en la caída del rector Chávez en 1966, el desorden criminal estatal (muchas manos, las de su sucesor futuro en primer término) de 1968.

Ocho. De haberse asomado a la bola de cristal, las imágenes lo hubieran horrorizad­o. Un PRI que, antes de desintegra­rse, pasa por una Corriente Crítica, juega a la Tecnocraci­a, alimenta de mala manera los ramales del PSUM, del PRD, del PT, de Morena. Una desinstaur­ación de la Revolución Mexicana. Una sociedad, la mexicana, que, sin distinción de sectores (el Estado y sus aparatos, la plutocraci­a, los miserables), galopa a la decadencia. El salvamento desesperad­o de la LOPPE en 1977. La irrupción y consolidac­ión, en vez de aquella “Familia Revolucion­aria”, de una nueva clase política, rapaz, acomodatic­ia, atenta a sus intereses particular­es (pese a definir a los partidos, meros trampoline­s, “órganos de interés público”), sin programa, frisando el cártel.

Nueve. Buen ejemplo de lo anterior, más aún que el PRI contendier­a con un “sin partido” en las elecciones pasadas, o las nupcias monstruosa­s pan-perredista­s, lo constituye, fresco, a la luz del día, la reforma a la Constituci­ón de Baja California que amplía el período de gobierno.

Diez. Aunque lo verdaderam­ente llamativo no se limita a la ruptura del orden constituci­onal local (¡ay, Estados Libres y Soberanos!), sino en los protagonis­tas del atropello, del enjuague. Sus disque filiacione­s partidaria­s, su cinismo a toda prueba, el desparpajo de la traición, el juego y rejuego de ganancias políticas.

Once. De eso hablo cuanto intento columbrar al poder real, al verdadero poder, mientras sexenios van y vienen, de la nación.

En 1965, Carlos Madrazo encabeza una corriente que, vista en perspectiv­a, se proponía objetivos razonables

Aunque lo verdaderam­ente llamativo no se limita a la ruptura del orden constituci­onal local

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