El Financiero

ANIMAL, ¡NO SE O FENDA!

- MARÍA EUGENIA SEVILLA msevillaa@elfinancie­ro.com.mx

DESPUÉS DE MÁS DE 2 MIL AÑOS ERRAR, de andar por caminos equívocos y ganarse una valiosísim­a desconfian­za, David Pastor Vico resume el para qué de la filosofía, sin rodeos y con mucho humor, en su más reciente libro, Filosofía para desconfiad­os: “Que el mundo es una mierda es algo que muchos repiten sin cesar, creyendo que están descubrien­do una gran verdad solo develada ante sus ojos. Lamentable­mente no creo que nadie pueda adjudicars­e el copyright de tan semejante verdad trascenden­tal. Que el mundo es una mierda lo supieron en todo momento nuestros antepasado­s mientras corrían ante algún depredador por las sabanas africanas hace 200 mil años”. Entonces, ¿qué nos diferencia de aquellos cazadores previos al homo sapiens sapiens? No mucho, dice el filósofo. Seguimos interpreta­ndo cada quien el mundo y la historia de ese mundo desde el agujero individual, sin mayores referencia­s que uno mismo. Un espejismo que se ha multiplica­do en la era de las redes sociales y de los populismos crecientes, y del que sólo se puede salir pensando. Con esa forma peculiar de pensar que brinda la filosofía. Una disciplina que, hay que decir, ha venido de mucho a menos en el último siglo. Y a la que —enfatiza— mucho le ha faltado reconocer y entender que el ser humano es —sí, aunque apeste—, un animal.

¿Qué es lo que hemos estado haciendo mal que los filósofos son como piezas ‘de museo’?

Muchas cosas, y en el siglo XX muchas más… El último intento de hacer filosofía para la gente fue el existencia­lismo francés, a partir de ahí esta se ha escondido en un lenguaje casi incomprens­ible, y ahora, quienes tienen algo que decir —con excepcione­s como Savater o Chomsky— no gozan de foros. Hemos hecho mal en creer que tenemos cierta verdad y que sólo la va a entender otro filósofo, nos hemos separado de la gente: el filósofo debería de estar en los programas de televisión de la mañana, en la radio, pero eso es una excepción. Esto hace un favor a quienes quieren manejar a la población. Muchos países intentan quitar la filosofía de los planes de estudio porque es incómoda, y lo es porque es útil. Los filósofos tenemos que reivindica­r el sitio que nos toca en la sociedad.

Tras tanto errar, ¿por qué sí confiar en la filosofía ahora?

Porque no tiene un fin oculto, y el filósofo no pretende hacerse rico; no lo va a conseguir. El filósofo no es un coach ontológico.

¿Qué tiene que ofrecer el filósofo de hoy?

Tendría que ser profundame­nte empático, como Sócrates en el Ágora: se ponía en los zapatos del

otro y lo ayudaba a parir la verdad; o como Merlí en la serie catalana, que le habla a los jóvenes en su mismo lenguaje e incentiva el pensamient­o crítico en un momento en el que el individual­ismo se vende como la panacea mundial, cuando es lo que más problemas nos da.

¿Qué le ha faltado a la filosofía?

Lo que al ser humano: ser consciente de su animalidad, algo que empezamos a arrastrar desde Platón. La filosofía desde el primer momento intenta subirse a un plano muy elevado, el de la metafísica, y a esa parte animal se le dan condicione­s peyorativa­s. A Aristótele­s tampoco le gustaban mucho estas cuestiones más biológicas —incluso llegó a decir que la mujer tenía menos dientes en la boca que el hombre; ¡no le dio por contarle los dientes a ninguna!—; esto lo heredamos en el pensamient­o de Occidente.

Usted define al hombre como el único animal que tiene intrínseca la necesidad de confiar…

Como animales gregarios necesitamo­s a los demás para ser y sobrevivir. Decir que el hombre es el animal que confía nos soluciona muchos problemas filosófico­s. La sociología ya lo ha hecho. En EU, en 1968, estableció la confianza interperso­nal como un rasgo que favorece el desarrollo de los países: mayor confianza significa menos corrupción y delincuenc­ia.

¿Cuál sería la diferencia entre el animal que confía y el que cree?

La confianza es un sustrato priarrollo mero posterior, y la creencia que precisa es un de desarrollo un marco cultural. La definición más sensata de confiar es esperar que el otro cumpla su responsabi­lidad; en la tribu del homo sapiens descubrimo­s que cada uno asume que el otro hará lo que le toca.

¿Y qué pasa 200 mil años desstas pués, con los líderes populitase­n la era de las redes? ¿Se cree ose confía en que harán lo que les toca?

Las redes sociales, los líderes pobrindan pulistas una posibilida­d o las seudocienc­ias brindan de sublimar nuestra necesidad de confianza, ya pasada por el matiz cultural. Hay entonces seudoclane­s —que no son el clan que da sentido a toda mi vida, sino son una construcci­ón cultural que sirve para suplir esa necesidad de confianio za— donde vemos un ejercicio de puleencia. sión y confianza ciega, de creencia.

¿Hiperconec­tarnos nos vuelve más animales?

“Los filósofos tenemos que reivindica­r el sitio que nos toca en la sociedad”

Cuando estoy conectado a una red en la que nadie habla sino que sólo comparte informació­n en espera del golpe de endorfina de un like, en ese momento me vuelvo más animal, porque me aíslo. La animalidad es la desconexió­n, la de lo que tenemos alrededor. Las redes son empresas que lo que quieren es que estemos en para el mayor un convertir producto tiempo nuestra de conectados a ellas mercadeo informació­n

Twitter nos aleja de la con

de que vamos, diría Peter Sloterdijk, en el mismo barco…

Porque no hace más que sublimar nuestros problemas. Estamos en una sociedad individual­ista, triste, solitaria, aspiracion­al, y Twitter se ha convertido en el pudridero donde volcamos nuestro odio, donde la gente respira por la herida. Es un muro de los apedreos. Hace cinco años, los políticos tomaban mucho en cuenta lo que allí se dijera, ahora les da igual porque saben que, como diría Zygmunt Bauman, estos haters no van a votar. En Twitter no hay debate.

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