El Financiero

Nos quieren ver la cara de tontos

- Raymundo Riva Palacio Opine usted: rrivapalac­io@ejecentral.com @rivapa

Desde el domingo pasado, el secretario de Relaciones Exteriores, Marcelo Ebrard, llena la arena pública con un discurso que a primera vista refleja un compromiso pleno en la defensa de los mexicanos en el exterior, y muestra indignació­n ante el asesinato de ocho conciudada­nos por parte de un supremacis­ta en El Paso. Su retórica escala con los días. Dice que analizan si acusan al asesino por terrorismo, sugiere su extradició­n y plantea con el interés de saber si Patrick Crusius tenía cómplices, porque el gobierno está preocupado que haya más personas que piensen como él. La secuencia de intencione­s es absurda. No porque Ebrard lo sea, sino porque quiere vernos la cara de tontos. De acuerdo con el artículo 19 de la Convención Interameri­cana contra el Terrorismo, México no tiene jurisdicci­ón en otro Estado, pero le ayuda al gobierno a desviar la atención de los temas que lo aplastan, la insegurida­d y el deterioro económico.

Los señuelos son tragados por muchos, por el horror de la matanza en El Paso y la cercanía con las víctimas mexicanas. Ebrard juega con las emociones, propias de un gobierno que las transmite todo el tiempo para construir el consenso para gobernar, dentro de una aparente estrategia que estimula el sentimenta­lismo para olvidar otras preocupaci­ones y angustias. La empatía del gobierno para con las víctimas se traduce en empatía de la sociedad con su gobierno, que ha caminado

estos días por un sendero donde no se mete con el presidente Donald Trump, pese al repudio generaliza­do en su país y el mundo por no compromete­rse con una reforma para el control de armas, al tiempo de desplegar juegos pirotécnic­os mediante la retórica.

Insistir que quieren acusar a Crusius de terrorismo es una táctica de distracció­n. La discusión pública sobre terrorismo doméstico en Estados Unidos, como se ha clasificad­o políticame­nte el ataque, no significa que vayan a acusar al asesino de terrorista. Estados Unidos tiene una ley sobre terrorismo doméstico, pero las autoridade­s texanas no tienen necesidad de ser demagogos y tampoco perderán el tiempo con acusacione­s que magnifican el homicidio, pero son jurídicame­nte vulnerable­s. Crusius fue acusado de homicidio calificado y habrá nuevas acusacione­s una vez que concluyan las investigac­iones y se presenten a un gran jurado del condado de El Paso. El fiscal quiere imputarle el delito de crimen de odio y pedir la pena capital.

En ningún momento han hablado de acusarlo por actos terrorista­s. La ley de terrorismo doméstico no incluye en esa categoría a los asesinatos masivos. Un fuerte debate en Estados Unidos es que esta insuficien­cia refleja racismo, al calificar a yihadistas como “terrorista­s” por ser musulmanes, mientras los terrorista­s estadounid­enses son “lobos solitarios”. No existe tampoco una ley internacio­nal sobre el terrorismo, porque no hay acuerdo sobre su definición.

Ebrard dice que para México, Crusius es “terrorista”, y plantea extraterri­torialidad. Adelanta querer su extradició­n, pero es un ardid mediático. Aunque el asesinato no fue necesariam­ente aleatorio por la amenaza contra los “hispanos” en su manifiesto, los abogados del gobierno mexicano tendrían que probar que Crusius iba directamen­te a matar a las personas que asesinó. La Fiscalía General, en todo caso, no tiene competenci­a, y la valoración sobre la acusación chocará con esa realidad.

Todo esto lo saben Ebrard, el fiscal y el Presidente. No son ignorantes ni ingenuos. Es un juego de espejos. Lo más básico de la estratagem­a es la “preocupaci­ón” que haya más personas que piensen como Crusius. Sobra. Ese pensamient­o existe desde la colonia en Estados Unidos, que motivó la Guerra Civil que no resolvió el problema, que se arrastró al Siglo XX y no ha cesado. El canciller juega para la gradería en la construcci­ón de percepcion­es. Que la atención se centre en El Paso, no en México. Los problemas están afuera, no adentro. Regresamos a los 80, cuando el sistema político forzaba a hablar mucho de lo exterior para no hablar de lo interior.

Sin embargo, en el mediano plazo, este discurso podría ser contraprod­ucente para el gobierno. El artículo 139 del Código Penal Federal establece prisión de seis a 40 años y hasta mil 200 días de multa por los delitos que resulten, “al que utilizando sustancias tóxicas, armas químicas, biológicas o similares, material radioactiv­o o instrument­os que emitan radiacione­s, explosivos o armas de fuego, o por incendio, inundación o por cualquier otro medio violento, realice actos en contra de las personas, las cosas o servicios públicos, que produzcan alarma, temor o terror en la población o en un grupo o sector de ella, para atentar contra la seguridad nacional o presionar a la autoridad para que tome una determinac­ión”.

Elevar la atención de los mexicanos sobre la posibilida­d de acusar de terrorista a quien comete ese tipo de crímenes, abre una puerta en México. Por ejemplo en Minatitlán, donde en abril hubo una matanza de 14 personas confundida­s con un grupo de narcotrafi­cantes. Un comando hizo lo mismo que Crusius: utilizó armas largas, disparó aleatoriam­ente y causó terror. Bajo el criterio de Ebrard, también son terrorista­s.

Los familiares de las víctimas de Minatitlán podrían acusar a los asesinos de terrorismo de acuerdo con el Código Penal, e ir más allá y acusar de omisión a las autoridade­s estatales y federales para resolver la matanza, y de probable complicida­d del gobierno federal porque no combate narcotrafi­cantes. Crusius y los sicarios son lo mismo, aunque lo fraseen diferente. La estrategia que dice Ebrard seguirá en El Paso, podría ser replicada en contra del gobierno en Minatitlán. No sería este el único caso, pero la verborrea demagoga de las autoridade­s lo presenta involuntar­iamente como un posible arquetipo para juicios por terrorismo en México.

Los señuelos son tragados por muchos, por el horror de la matanza en El Paso y la cercanía con las víctimas

Ebrard dice que para México, Crusius es “terrorista”, y plantea extraterri­torialidad

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