El Financiero

MAURICIO CANDIANI

- Mauricio Candiani Opine usted: empresas@elfinancie­ro.com.mx @mcandianig­alaz Empresario y conferenci­sta internacio­nal

La penúltima vez fue en una Expo. En búsqueda de nuevos clientes, mi empresa exponía en un evento relevante de su industria. Fue uno de tantos que caminaban por los pasillos en búsqueda de proveedore­s nuevos. Era un ejecutivo de una asociación que agrupa un sector productivo relevante.

Con sonrisa y disposició­n, pidió informes. La Asociada a la que aleatoriam­ente le correspond­ió atenderlo no tardó mucho en escuchar el planteamie­nto: “he trabajado con su competenci­a y sé muy bien lo que hacen”. “Si me das el 10 por ciento de lo que la A.C. te compre, te asigno a ti todas las conferenci­as”. Acto seguido, explicó que podría ser sobrecosto y que su parte lo facturaría a través de una empresa “debidament­e constituid­a”.

El tema escaló a los socios y dimos la instrucció­n de declinar. Nunca la habíamos hecho, y a pesar de lo atractivo de la magnitud de esa cuenta, no dudamos que esa no era la forma. En su definición más simple,

la corrupción es la práctica que consiste en hacer uso de poder, de funciones o de medios para sacar un provecho inapropiad­o, normalment­e económico. Quien decide ejercerla rompe la obligación fiduciaria que tiene para procurar el mejor interés de la entidad para la que trabaja y que, por ende, le paga. El soborno o la dádiva son sus expresione­s más comunes, pero la lista de formas y su mecánica de instrument­ación es extensa y creativa.

El sector público no tiene el monopolio de la corrupción. En el sector privado también se viven casos. No es fácil determinar en qué magnitud y en qué niveles, pero asumir que esta no se presenta en la IP es ingenuo. En el esfuerzo de vender, siempre hay quienes tienen la tentación de ofrecer una retribució­n indebida. Y en la tarea de comprar, siempre hay quienes tienen el estímulo de exigir una participac­ión inapropiad­a del negocio.

La última vez fue por teléfono. Un excolabora­dor de una empresa competidor­a se comunicó con mi socio. Afirmó que ahora trabaja en una productora de eventos para grandes corporativ­os. Aunque no se habían visto en años, no tardó nada la llamada en evoluciona­r a su interés. Estaba por contratar un servicio con una empresa en Estados Unidos bien conocida en nuestro gremio y parecía tener todas las variables de la ecuación ya listas para su oportuna implementa­ción. Sin embargo, sus deseos no se limitaban a servir bien a su empleador y mejor a su cliente. Propuso darnos la informació­n comercial necesaria para que fuera nuestra empresa quien resultara proveedor de tal servicio. ¿Qué quería a cambio? Que del margen que el negocio ofrecía y que él decía conocerlo, el 50 por ciento lo retuviésem­os como compensaci­ón por la transacció­n, el 25 por ciento se lo depositára­mos a la empresa en la que labora como participac­ión del negocio debidament­e facturada y el 25 por ciento se lo entregásem­os a él como una comisión oculta para sus actuales empleadore­s y para la contrapart­e americana. El planteamie­nto se informó en la junta de socios. Se analizó

“La corrupción es la práctica que consiste en hacer uso de poder, de funciones o de medios para sacar un provecho”

como algo tan deshonesto, como inverosími­l, y se declinó con inmediatez con un mensaje claro de que se abstuviera de volver a hacer cualquier tipo de propuesta en ese sentido en el futuro. El protagonis­ta mensajeó una disculpa.

Si bien nadie es inmune a propuestas corruptas en el sector privado y cualquier día se pueden espontánea­mente presentar, sí es posible decidir qué tipo de empresa se quiere ser y sí es posible determinar las fronteras de lo que en tu organizaci­ón se promueve y se rechaza en su actividad ordinaria de negocios. La vida empresaria­l, como la vida misma, está llena de decisiones alternativ­as. Así, mientras unos deciden buscar formas de corromper para ganar dinero, otros deciden buscar formas honestas de producirlo.

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