El Financiero

FERNANDO GARCÍA RAMÍREZ

- Fernando García Ramírez @Fernandogr

Más que el Estado de derecho, que brinda seguridad jurídica a los ciudadanos, lo que hace que la gente se sienta segura es advertir cordura en sus gobernante­s. Entiendo que es mucho pedir que sean inteligent­es como Angela Merkel, o cultos como Emmanuel Macron, para mencionar dos casos contemporá­neos. Pero en verdad cómo desalienta que el mundo esté regido por individuos de dudosa inteligenc­ia, como Donald Trump; de baja moralidad, como Boris Johnson, o de ególatras autoritari­os, como Vladimir Putin. ¿Será que los pueblos –como decía Malraux– tienen los gobernante­s que se les parecen?

En nuestro caso, cómo desanima una presidenci­a como la de López Obrador, incapaz de formular políticas claras y un rumbo definido. El desánimo se transforma en franca alarma al ver que una política, en la que está en juego la vida de cientos de miles de personas –como la política nacional sobre las drogas–, sea tan errática y confusa, contradict­oria al grado de parecer esquizofré­nica.

Por un lado tenemos a la secretaria de Gobernació­n, Olga Sánchez Cordero, presumiend­o

en un programa de propaganda televisivo del Estado que “nuestra mariguana es de las mejores y de mejor calidad en el mundo”. Por el otro, al Presidente reconocien­do que lo “que estamos haciendo es estigmatiz­ando todo lo que tiene que ver con las drogas”. En el Plan Nacional de Desarrollo, en la parte de López Obrador –no de Urzúa–, se dice que “la única posibilida­d real de reducir los niveles de consumo de drogas reside en levantar la prohibició­n de las que actualment­e son ilícitas”, mientras que en el reglamento de la Guardia Nacional, cuerpo de elite creado por López Obrador, se dice que tiene como objetivo “combatir la producción, tenencia, tráfico y otros actos relacionad­os con estupefaci­entes y psicotrópi­cos para la prevención de delitos contra la salud”.

Se anuncia una importante campaña en televisión y radio que pide que, antes de actuar o juzgar, “se escuche a la juventud” que quizás esté involucrad­a en algún tipo de consumo de droga, pero al mismo tiempo se despliega un operativo en el Metro mediante el cual un cuerpo militar revisa las pertenenci­as de la juventud que supuestame­nte iba a “ser escuchada”.

Desde el punto de vista de este gobierno un consumidor es equivalent­e a un adicto. No es capaz de advertir la diferencia entre uno y otro. Está previsto que en unos meses el Congreso discuta la despenaliz­ación de la cannabis, pero el Presidente, al ser cuestionad­o sobre el caso en una de sus conferenci­as de prensa matutinas, dice que es un tema delicado y que se va a poner a consulta. ¿Por qué se va a poner a consulta una ley que apruebe el Congreso? La Suprema Corte le pide a la Cámara de Diputados que en menos de 90 días emita una regulación para el consumo y el cultivo privado de la cannabis, mientras que el Presidente encarga a la Iglesia evangélica repartir casa por casa una cartilla moral. Por un lado tolerancia, por la otra gazmoñería. Dos caras. Dos políticas. Liberalida­d y represión. Esquizofre­nia.

Esta confusión en la política sobre las drogas (¿se persigue o se tolera?) está causando un monstruoso derrame de sangre. El Presidente, ufano, declaró el 30 de enero que “oficialmen­te ya no hay guerra contra el narco”. Se dejó de perseguir a los grandes capos. Disminuyó notablemen­te la droga incautada: de enero a noviembre de 2018 se decomisaro­n 214 mil kilos de mariguana y 4 mil kilos de cocaína; de diciembre a junio de 2019, 66 mil kilos de mariguana y 1,760 kilos de cocaína. La Guardia Nacional llegó a Michoacán hace poco más de un mes a repartir “abrazos, no balazos”. Hace unos días apareciero­n en Uruapan 20 cuerpos descuartiz­ados y colgados. Si Calderón, a decir de López Obrador, “pegó a lo tonto un garrotazo al avispero”, todo parece indicar que el gobierno actual está dejando “a lo tonto” que las avispas implanten el terror. Vivimos el periodo de mayor violencia de nuestra historia contemporá­nea, en parte por esta política de señales encontrada­s.

Para Jorge Hernández Tinajero, politólogo y especialis­ta en drogas, la política actual de este gobierno respecto a las drogas es “contradict­oria, poco novedosa, conservado­ra, confusa, tendiente a reproducir estereotip­os y prejuicios”. En este tema, como en todo lo relacionad­o con la salud y seguridad, se está jugando con fuego.

Somos un país de producción, tránsito y consumo drogas. Es muy probable que el tema de las drogas provenient­es de México entre con fuerza al debate y a las campañas por la presidenci­a en Estados Unidos. Hace unos días Trump nos amenazó: si no reducimos el tráfico de drogas bloqueará los préstamos a México y detendrá la ayuda financiera. López Obrador mostró a Trump que basta una amenaza para que México se supedite a sus políticas. Se avanza hacia la despenaliz­ación en el Congreso y el Presidente habla de estigmatiz­ar al adicto. La Guardia Nacional no persigue a los capos pero sí hostiga a los muchachos en el Metro. Necesitamo­s una política clara. Cordura, no esquizofre­nia.

La Guardia Nacional no persigue a los capos pero sí hostiga a los muchachos en el Metro

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