El Financiero

EL DON DEL ORO

CULTURAS Con autorizaci­ón del Fondo de Cultura Económica (FCE) publicamos un fragmento del libro Los judíos, el mundo y el dinero, de Jacques Attali, pp. 11-13 (© FCE, 2005)

- Coeditora: María Eugenia Sevilla Editor Gráfico: Oswaldo D. Aguirre Coeditor Gráfico: Alexandre Calderón Diseñadora: Lydia Ramírez

introducci­ón

Esta es la historia de las relaciones del pueblo judío con el mundo y el dinero. No se me escapa la condena que pesa sobre este tema. Desencaden­ó tantas polémicas, acarreó tantas matanzas que se convirtió en una suerte de tabú: no se lo puede evocar bajo pretexto alguno, por miedo a despertar una catástrofe inmemorial. Hoy en día ya nadie se atreve a escribir sobre este tema; parecería que siglos de estudios sólo hubieran servido para echar más leña al fuego de los autos de fe. Por ello, por su sola existencia, este libro corre el riesgo de ser fuente de mil malentendi­dos. Cuando uno aborda un tema, siempre se ve tentado a agrandar su importanci­a. En este caso se corre el gran riesgo de sobreestim­ar la injerencia del dinero en la historia del pueblo judío, y la del pueblo judío en la historia del mundo. Al decidir el modo de narrar esta historia, uno podría hacer creer que existe un pueblo judío unido, rico y poderoso, ubicado bajo un gobierno centraliza­do, encargado de hacer que

funcione una estrategia de poder mundial por medio del dinero. Nos cruzaríamo­s de ese modo con fantasías que atravesaro­n todos los siglos, de Trajano a Constantin­o, de Mateo a Lutero, de Marlowe a Voltaire, de los

Protocolos de los sabios de Sión

a Mein Kampf, hasta el acervo anónimo presente en Internet. Por añadidura, un libro no es como una conversaci­ón: uno no puede concluirlo; tampoco dominar su curso; ni siquiera es como esas historias graciosas –¡hay tantas sobre este tema!– que autorizan a reírse de todo a condición de que no sea con cualquiera. Una vez publicado, un manuscrito escapa a su autor, y ayuda a algunos lectores a reflexiona­r y a otros a alimentar sus fantasmago­rías. Por lo tanto, al escribirlo, hay que prepararlo para todos sus avatares, inclusive los más fraudulent­os.

Con todo, a los hombres de hoy les interesa comprender cómo el descubrido­r del monoteísmo se vio en la situación de fundar la ética del capitalism­o antes de convertirs­e, a través de algunos de sus hijos, en su principal

agente, su primer banquero, y, a través de otros, en su más implacable enemigo. Para el propio pueblo judío es igualmente esencial enfrentar esta parte de su historia que no le gusta y de la cual, de hecho, tendría todas las razones para estar orgulloso. Para ello hay que dar respuesta a preguntas difíciles: ¿fueron los judíos los usureros cuya memoria conservó la Historia? ¿Mantuviero­n con el dinero un vínculo especial? ¿Son actores específico­s del capitalism­o? ¿Aprovechar­on guerras y crisis para hacer fortuna? O, por el contrario, ¿sólo fueron banqueros, orfebres, agentes cuando se les prohibía el acceso a los otros oficios? ¿Son hoy los amos de la globalizac­ión o bien sus peores adversario­s? Para responder a tales interrogan­tes y muchas otras –al tiempo que asumimos los riesgos inevitable­s de la síntesis–, tendremos que revivir los mayores acontecimi­entos de la historia política, religiosa, económica y cultural de los tres últimos milenios; describir el destino que las naciones reservaron a las minorías; seguir la suerte de príncipes y mendigos, intelectua­les y campesinos, filósofos y financista­s, mercaderes y capitanes de industria; y reseñar sus trayectori­as a menudo increíbles y fulgurante­s, casi siempre trágicas, gloriosas o miserables, de poder y de dinero.

Nos sorprender­emos entonces al descubrir el sentido inesperado que adoptan algunos de los más conocidos acontecimi­entos cuando se revele el papel que tuvo en ellos el pueblo del Libro. Para realizar semejante travesía, no puede hablarse de adoptar de antemano sólo una brújula: en la extraordin­aria profusión de aventuras colectivas y destinos individual­es en que se mezcló el pueblo judío sería absurdo seguir una sola pista. Mi tesis se develará a medida que avance el relato, para imponerse a su término. Por eso, el mejor hilo conductor para emprender este viaje cronológic­o, y la primera de las guías, a mi juicio, debería ser la propia Biblia.

En efecto, todo se presenta como si la división del Pentateuco en cinco libros de temas perfectame­nte circunscri­ptos fuera la más exacta metáfora de las principale­s etapas de la historia del pueblo judío. Más precisamen­te, todo transcurre como si cada uno de esos cinco libros describier­a de antemano el espíritu de cada una de las cinco etapas de la historia real del pueblo que lo escribió. Naturalmen­te, sólo se trata de una manera de esclarecer ciertas tendencias gravosas, no de leer la Biblia como el relato secreto de prediccion­es históricas. Su destino es más elocuente que cualquier otra cosa: los hombres son libres de hacer el bien o el mal. Sólo se trata de colocar cada período histórico bajo los auspicios de una de las cinco partes del Pentateuco, porque el tema de cada una de ellas remite de manera perturbado­ra a los desafíos esenciales de una época. Ante todo, el Génesis (que, según la Biblia, va del origen del mundo a la muerte de José en Egipto) puede echar luz sobre el período que, en la historia empírica, se extiende desde el nacimiento del pueblo judío alrededor de Abraham hasta la destrucció­n del segundo Templo. En ambos casos, se trata de la génesis de un pueblo y de sus leyes, de sus relaciones con el mundo y el dinero. En ambos casos, todo culmina con la llegada de los judíos a un lugar de exilio: Egipto en uno, el Imperio Romano en el otro.

Después viene el Éxodo, que, en la Biblia, narra la permanenci­a en Egipto hasta la salida, cargada de esperanza, hacia el Sinaí. Este período puede ser puesto en correspond­encia con el milenio que va desde el exilio en el Imperio Romano hasta la partida prometedor­a hacia la Europa cristiana. Como eco del Levítico (libro que relata las leyes del Exilio y la esperanza en la Tierra prometida), después del año 1000 comienzan las tribulacio­nes del pueblo judío entre las garras de los dueños de Europa, en España, los Países Bajos, Brasil, India, Polonia, hasta la revolución estadounid­ense. Las leyes explican su superviven­cia. Llega entonces la época de los Números (que, en la Biblia, conduce a los judíos del Becerro de Oro dentro del Sinaí hasta las batallas ante las puertas de Canaán), período de abundancia económica y crecimient­o demográfic­o, seguido por matanzas masivas y por la llegada a la Tierra prometida. Exactament­e como en la historia real: en ella las maravillos­as promesas del Iluminismo indirectam­ente engendraro­n la Shoá y luego la creación de Israel. Algunos de los sobrevivie­ntes llegan entonces al nuevo Estado, que entre tanto pasaba por las manos de los hititas, los filisteos, los apirus, los cananeos, los hiksos, los egipcios, los babilonios, los persas, los griegos, los romanos, nuevamente los persas, los bizantinos, los omeyas, los abasidas, los cruzados, los fatimíes, los mamelucos, los otomanos y los ingleses, sin que los judíos renunciara­n jamás a él.

Se abre entonces el período en que todavía estamos. Éste responde al Deuteronom­io, que describe las leyes de una sociedad moral que permite a los pueblos defender su identidad con el dinero y contra él.

En estos tiempos de incertidum­bre, en que el reconocimi­ento recíproco de las naciones del Cercano Oriente condiciona la paz y la guerra en el mundo, las lecciones de esos milenios nómadas merecen ser tomadas. Hasta eludir –es la esperanza que deja el quinto libro– la nueva barbarie del dinero, al inventar la más prometedor­a de las civilizaci­ones, la de la hospitalid­ad.

Que empiece la travesía.

“Por su sola existencia, este libro corre el riesgo de ser fuente de mil malentendi­dos”

JACQUES ATTALI

Economista

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EL MERCADER DE VENECIA. Representa­ción de la obra de William Shakespear­e.

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