La mirada de Isidro
Cuando estudiaba en la universidad la carrera de periodismo y medios de información, una maestra de géneros periodísticos nos mandó durante dos meses a seguir a los colegas encargados de cubrir la nota roja en la Ciudad de México. Se reunían alrededor del Ángel de la Independencia y con radios que captaban la frecuencia de los policías locales se enteraban de choques, riñas, suicidios, asesinatos, de todo lo que ocurría entre las 11:30 de la noche y las 5 de la mañana. Nunca voy a olvidar la primera noche de guardia porque fue hasta ese momento que vi a los primeros muertos de mi vida. Expectantes a su radio, conocían a la perfección los códigos policiacos, no recuerdo con exactitud cuáles eran los que significaba la presencia de heridos o muertos –con el único fin de ilustrar la situación pongamos que Zeta4 era para heridos, Zeta9 para muertos–, así que a la 1:20 de la mañana escuchaban en su radio, “choque en
avenida Churubusco y Tlalpan”, todos callaban “presencia de zeta4 en la escena”, decepcionados sólo decían que era una noche tranquila, que no iba a haber muertos; hasta que de pronto, treinta minutos después, llegó un “zeta9 en Barranca del Muerto y Revolución”, era un choque trágico. Como si nuestra vida dependiera de eso partimos del Ángel de la Independencia al sur de la ciudad; al llegar nos enteramos, un Tsuru partido en dos, cinco pasajeros, todos muertos, los camarógrafos llegaron a la zona y no dejaron de disparar las instantáneas, “acérquense, sin miedo, chingá” nos dijeron a mí y a mi compañero de clase. Dos mujeres atrás con un niño en brazos y dos hombres al frente, destrozados, sangre por todos lados, cuerpos incompletos, una escena inolvidable por terrible. Una camioneta se había pasado el alto a 180 kilómetros por hora y los deshizo. Ver una persona muerta por un accidente es algo que no olvidas, sobre todo cuando es la primera vez, un muerto inolvidable. Esta anécdota es de 2004, en un México en el que la sangre de los diarios llegaba por borrachos inconscientes, crímenes pasionales, accidentes terribles y robos mal planeados. 15 años después los muertos se nos desbordan. No sé cuántos mexicanos han visto un muerto a menos de un metro, pero creo que nos hemos convertido en ese país que tiene los ojos de Isidro García Martínez.
Su historia nos la contó el sábado en el diario El Universal, el periodista Carlos Arrieta. Isidro es un vendedor de hamburguesas cuyo local se encuentra justo debajo del puente donde aparecieron cuerpos tirados y colgados en Uruapan, Michoacán. Su declaración tiene el tono de un aficionado que acaba de terminar de ver un América vs Santos, imaginen esa tranquilidad, estas palabras contadas como quien resume un partido de la jornada 3 del futbol mexicano: “Estaba trabajando aquí de buenas a primeras, cayó uno primero, como si lo hubieran atropellado o algo así, y nomás volteé a la derecha para allá donde oí el ruido y ya vi que estaba tirado y pues ya voltee pa acá y me enfoqué, al ratito vi que había un colgadero y todo por donde quiera, y más tirados allá y todo eso. Yo ya no me enfoco mucho en eso yo nomás me enfoco acá en mis cosas y se acabó, que ruede el mundo”. Repito, el tono es increíble (https://www.eluniversal.com. mx/estados/vende-hamburguesas-en-puente-donde-colgaron9-no-le-temo-nada-dice). Ya todos tenemos esta mirada, esto ocurrió un día de la semana pasada, estoy seguro que no se acuerda cuando –o peor aún, apenas se está enterando del hecho por estas líneas–, el Presidente no canceló sus mañaneras, no viajó a Uruapan, se inició una investigación cuyo móvil principal es la “lucha entre cárteles” … lo de siempre. “Que ruede el mundo”, como plan nacional de seguridad en este país, parecería que nuestras autoridades tienen la misma mirada, nada les sorprende, nada nos sorprende, escuchar el sonido de un cuerpo al caer junto a nosotros no significa nada, hay que voltear a otro lado. En México ya no hay muertos inolvidables.
“Que ruede el mundo”, como plan nacional de seguridad en este país