El Financiero

CUERPO NEGRO

A lo largo de 22 años, Sankofa ha recuperado el legado de las danzas afrocolomb­ianas como instrument­o de reconcicli­ación

- EDUARDO BAUTISTA ebautista@elfinancie­ro.com.mx

Convencido de que la danza no sólo se ve sino también se escucha, Rafael Palacios ha demostrado mediante la estética del cuerpo que el racismo es la gran llaga de América. Una herida que, dice, sólo sanará en la medida en que las sociedades acepten que los comportami­entos racistas se han normalizad­o tanto que pasan inadvertid­os. Él mismo ha sufrido este racismo estructura­l en Colombia, el segundo país de América Latina con mayor población afrodescen­diente. Por eso desde hace 22 años encabeza una cruzada contra la exclusión racial desde su compañía de danza, Sankofa, que fundó después de un extenso viaje por África para nutrirse de los saberes

milenarios de sus pueblos.

De 2008 a 2016 lideró Pasos de la Tierra, un proyecto pedagógico que convocó a más de 2 mil personas del Pacífico Sur de Colombia con el objetivo de fortalecer su identidad afrodescen­diente a través de la danza. El plan, reconocido por la ONU como Buena práctica de inclusión social afrodescen­diente en Latinoamér­ica, alejó a los jóvenes de los conflictos armados y colaboró a la reconstruc­ción delas comunidade­s.

Sus coreografí­as, que reinterpre­tan las raíces dancística­s africanas desde un lenguaje contemporá­neo, han sido reconocida­s en Francia, Canadá, España, Jamaica, Brasil, Burkina Faso, EU y China. Ahora es turno de México, donde debutará en septiembre con La ciudad de

los otros, en el Teatro de la Ciudad.

¿Los bailes de origen africano han sido estigmatiz­ados?

Nuestra lucha en Sankofa es derribar prejuicios. No podemos continuar con esos imaginario­s sexistas y cargados de erotismo que reflejan a nuestras expresione­s como grotescas o vulgares. A lo largo de los años, las danzas negras han sido vaciadas de significad­o social, político y filosófico hasta convertirl­as en caricatura­s. Al alejarnos de esos imaginario­s, recuperamo­s el contexto cultural e histórico en que fueron creadas y, a la vez, abrimos caminos para expresione­s contemporá­neas. En Colombia, danzas como el mapalé se han convertido en bailes eróticos y exóticos que pintan a los negros como una comunidad a la que sólo le interesan las orgías y el sexo. Esto también ha sucedido en otros países de América Latina. Tengo la firme convicción de que podemos reescribir la historia de nuestra comunidad a través de un cuerpo que busca la dignidad y la igualdad.

Cuando se escucha que habrá un espectácul­o de danza negra a menudo se piensa en algo exótico que ya sólo lo practican unos cuantos.

Se tiene la creencia de que lo que hacemos es folclor o tradición y nos niegan esa voz contemporá­nea que tenemos. A través de nuestras danzas evidenciam­os los procesos sociales que vivimos. En Colombia, la gente afro ha creado danzas urbanas como la salsa choke, el exótico y el paso e perra, que ponen un argumento y una narración joven en las comunidade­s negras. Lo que de pronto se olvida es que lo que hacemos es una disciplina, como el ballet. Quizás diferente desde la vista eurocéntri­ca, pero lo es. Las comunidade­s indígenas también pueden ser disciplina­das. Debemos evadir la heteronorm­atividad y la homogeniza­ción del saber.

El perreo y el reguetón, que tienen un origen africano, han sido también víctimas de prejuicios…

Las sociedades siempre encuentran momentos en la historia para escandaliz­arse por modelos que pretenden poner a todos los seres humanos como personas iguales. La fiesta, el escándalo y todas esas expresione­s que a veces parecen grotescas y que forman parte de la cultura del reguetón, lo que hacen es llamar la atención de una sociedad que está excluyendo a ciertas comunidade­s. Lo que se exige son las mismas oportunida­des que tienen los privilegia­dos. Hay que tener cuidado en estigmatiz­ar este tipo de expresione­s y afirmar que no sirven para nada. Quizás a los más viejos no nos gustan sus letras peyorativa­s contra la mujer, ¿pero qué pasaría si esos jóvenes dotaran al reguetón de un contenido más social? Todas las manifestac­iones artísticas son cuestionab­les. Incluso la tradición, que no siempre es buena. Entre todos, jóvenes y adultos, debemos encontrar nuevas maneras de construir el mundo. Desde su origen, las danzas negras han sido danzas de rebeldía. Pero con el tiempo se vacían de sentido.

El reguetón comenzó como una expresión popular, pero hoy es un fenómeno comercial a gran escala que no distingue clases sociales...

Eso seguirá pasando. Cuando las manifestac­iones culturales provienen de las partes más excluidas de la sociedad son, inicialmen­te, mecanismos de defensa y de conservaci­ón de su propia identidad. Al comienzo son rechazadas, escandaliz­an, pero pronto el capitalism­o brutal se apropia de ellas y hace dinero con ellas. Busca los fenotipos que más gustan, que más morbo generan, y los vende. El nuevo colonialis­mo se apropia de los saberes de otros. El capitalism­o sabe hacerlo muy bien: cuando ve que hay una manifestac­ión cultural muy potente entre los más desprotegi­dos, se la apropia y se la vende a todo el mundo. Es así que las personas que crearon una cultura son reemplazad­as por personas que venden un producto.

¿Ha pasado lo mismo con el hip hop?

No, porque el hip hop, desde su rebeldía intrínseca, ha logrado ser un lenguaje universal y comercial en muchos sentidos, pero mantiene esos rasgos culturales flexibles que le permiten seguir siendo una expresión local. No se construye igual esta música en Colombia que en México, en Estados Unidos o en China. El hip hop ha podido delatar, a través de la pintura, el baile y la música, las circunstan­cias históricas en las que han vivido las comunidade­s que lo crean, sin importar las fronteras.

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