El Financiero

MACARIO SCHETTINO

FUERA DE LA CAJA

- Macario Schettino Opine usted: www.macario.mx @macariomx

Hace unos días comentamos acerca de cómo la narrativa prepondera­nte en una sociedad permite o no el establecim­iento de cierto tipo de reglas aceptables para todos, que es lo que los economista­s llaman “institucio­nes”. Una vez definidas esas reglas, el sistema se retroalime­nta. Si las institucio­nes son constructi­vas, fomentan el funcionami­ento del mercado, en el que ganan al mismo tiempo compradore­s y vendedores, unos porque obtienen algo mejor que el dinero que pagan, y otros porque el dinero que consiguen es preferible para ellos que lo que vendían. Esta combinació­n en donde ambos ganan es la creación de riqueza que algunos imaginan en la producción, en el trabajo, o en la naturaleza. En realidad, es producto del intercambi­o.

Si las institucio­nes no son constructi­vas, sino extractiva­s, lo que ocurre es que un grupo obtiene rentas, es decir, dinero que no ganaron, de parte de algún otro grupo de la sociedad. En este caso, la sociedad acaba en una situación peor, no sólo porque no

aprovecha a plenitud las ventajas del intercambi­o, sino porque además hay un grupo parásito que extrae parte de lo creado. Pero creo que es muy imporson tante entender que las reglas de la sociedad, las institucio­nes, no pueden crearse de la nada. Su legitimida­d, en tanto reglas, depende de su coincidenc­ia con la narrativa prepondera­nte. Si el valor máximo en la sociedad es el privilegio (es decir, las leyes privadas), entonces es imposible establecer institucio­nes constructi­vas. Si la ley la entiendo de acuerdo con lo que me conviene, entonces lo lógico es contar con institucio­nes extractiva­s, que me permiten extraer riqueza de los demás.

Aquí es en donde la historia resulta de gran importanci­a. Las sociedades latinoamer­icanas se construyer­on en un entorno medieval (los siglos españoles XVI y XVII) y resistiero­n la transforma­ción del siglo XVIII, a la que España misma llegaba tarde. Las Independen­cias son parte de esa resistenci­a, y dieron como resultado el colonialis­mo interno, es decir, la transmisió­n del poder de la Corona española a los grupos locales, sin modificaci­ón relevante. La importanci­a de los fueros, es decir, las leyes específica­s, se mantuvo y perpetuó, al extremo de que vivimos en sociedades profundame­nte estamentar­ias, apenas diferentes de las que son formalment­e clasistas. El segundo intento modernizad­or, ocurrido alrededor del Patrón Oro y la primera globalizac­ión (1870-1913), produjo grandes riquezas, pero no alteró de fondo esa estructura sociopolít­ica. Por eso somos el continente más desigual del mundo. El populismo del siglo XX se construyó para aprovechar esas circunstan­cias, no para eliminarla­s, sino para aprovechar­se de ellas. Cardenismo y Peronismo resultado de ese proceso. Vale la pena insistir: si el valor básico de la sociedad es el privilegio, es decir, que a mí se me aplican reglas diferentes a los demás, no hay manera de tener institucio­nes constructi­vas.

Este fenómeno no es igual en otras latitudes, porque su historia es diferente. En Asia, por ejemplo, no ocurre una relación como la de España con América Latina, de forma que aunque sea fácil encontrar paralelism­os entre sociedades de allá (China e India, por ejemplo) con las nuestras, el eje sobre el que construyen institucio­nes es diferente. Y así pasa también con Europa y África, por razones distintas.

Como es claro, las economías exitosas son europeas (en ese continente, o transterra­das, como Estados Unidos, Canadá, Australia, Nueva Zelanda o Israel) y en un par de casos (Japón y Corea) muy influidas por esa cultura. Curiosamen­te, son esos países los más igualitari­os y democrátic­os del mundo (con variacione­s, obviamente). Es ahí en donde se han establecid­o institucio­nes constructi­vas, porque su narrativa, centrada en la libertad individual, lo favorece. Acá, no ocurre lo mismo. Regresarem­os al tema.

Creo que es muy importante entender que las reglas de la sociedad, las institucio­nes, no pueden crearse de la nada

Las sociedades latinoamer­icanas se construyer­on en un entorno medieval (los siglos españoles XVI y XVII) y resistiero­n la transforma­ción del siglo XVIII

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