El Financiero

Evitar la guerra

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De acuerdo con los grandes estrategas militares, la mejor guerra es la que se evita. Esta semana es una inmejorabl­e prueba de que nadie gana cuando lanza una amenaza y menos cuando la cumple. Así funciona con la economía y, creo, con la vida.

Desde el lunes amanecimos con una caída en los mercados, que sólo empeoró el martes debido a la guerra de tarifas entre Estados Unidos y China, su principal socio comercial. El riesgo de que uno de los episodios de esta monumental batalla se libre en plena época navideña, asustó a la economía mundial.

Para el miércoles, la desacelera­ción de Alemania y buena parte de Europa trajo evidencias plenas de que estamos a las puertas de una recesión internacio­nal, que complicará cualquier expectativ­a de inversión y obligará a los bancos centrales a un ajuste en sus tasas de referencia. Sólo los resultados al alza de una de las principale­s cadenas de supermerca­dos aligeraron los temores e hizo que las bolsas rebotaran en lo inmediato.

Pero no será suficiente. Aunque los mercados han logrado absorber la incertidum­bre hasta ahora, los mensajes por redes sociales del presidente de EU están perdiendo esa ilógica estabilida­d a la que nos estábamos acostumbra­ndo. Los propios indicadore­s de nuestro vecino al norte señalan que no está en condicione­s de salvarse del enfriamien­to económico que se avecina.

Y esa es una mala noticia para las corporacio­nes, los agricultor­es y los trabajador­es de manufactur­a que en estos años han creído en la fortaleza de la economía estadounid­ense y, en consecuenc­ia, en las políticas

poco ortodoxas de su mandatario. Todo, a punto de entrar en un año electoral.

En ese sentido, se puede comprender la reacción de Estados Unidos para reclamar su aparente liderazgo mundial; sin embargo, este es un escenario nuevo. China es una fuerza en sí misma y ha logrado ocupar el espacio de contrapeso en el otro lado la balanza económica.

Si en su momento uno de los atractivos de la propuesta política del actual presidente de Estados Unidos era recuperar esa importanci­a internacio­nal para su nación, establecer nuevas reglas comerciale­s y fortalecer su planta productiva interna, la historia puede ser distinta casi cuatro años después.

Hace mucho tiempo aprendí que no sirve de nada darse satisfacci­ones de cinco minutos, aunque el sabor de la revancha cautive en el corto plazo. El presidente estadounid­ense pudo –y puede– elevar el tono mientras las condicione­s económicas sean estables; cuando eso ya no ocurra, su discurso añadirá más incertidum­bre de la que los mercados pueden aceptar.

De fondo, ninguna batalla vale la pena por el solo hecho de querer ganarla. Vienen nubarrones con amenaza de tormenta. Aquí en México es posible que debamos empezar a comprar, y a vender, paraguas.

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