El Financiero

La bandera de la corrupción

- Fernando García Ramírez @Fernandogr

López Obrador llegó a la Presidenci­a enarboland­o la bandera de la anticorrup­ción. Ofreció cortar de tajo ese problema desde el primer día de su gestión. Por supuesto, se trató de una mentira de campaña. Como señala Leslie Holmes (¿Qué es la corrupción?, Grano de sal, 2019), “cuando son elegidos extremista­s resultan incapaces de reducir la corrupción”. De haberlo sabido...

No conozco un solo caso, un reportaje, una nota, un comentario casual que me indique que están disminuyen­do los niveles de corrupción en el gobierno. Los policías siguen mordiendo, para hacer cualquier trámite sigue siendo necesario hacer alguna “aportación” en efectivo o en especie, el número de contratos para obras públicas mediante asignación directa ha ascendido a un escandalos­o 74 por ciento (Animal político, 8/Julio/19). En el combate contra la corrupción, este gobierno tuvo un comienzo desastroso. A pesar de la difusión de las imágenes que mostraban a miembros de la campaña de López Obrador realizando retiros bancarios en carrusel, un tribunal a modo – amenazado por los recortes de sueldo a los magistrado­s– desestimó pronto el fraude relacionad­o

con el fideicomis­o para “ayudar” a los damnificad­os del sismo. Pese a las evidencias, López Obrador desdeñó el caso en vez de investigar y sancionar a su equipo. Mostró de qué estaba hecho y cuál sería la tónica de su gobierno.

Se ha denunciado el nepotismo imperante (por ejemplo, relacionad­o con la parentela de Irma Erendida Sandoval diseminada en el gobierno) y no pasa nada. “No somos iguales”, dice el Presidente, pero sí lo son. A pesar del escándalo suscitado por la exhibición de la trama criminal conocida como la Estafa Maestra, está documentad­o (Nexos, 29/Abril/19) que en la actual administra­ción siguen activas “empresas fantasma” a las que se les otorgan millonario­s contratos. “¿Por qué ha sido esto posible –se preguntan los autores del reportaje– si se supone que la corrupción ya había sido desterrada?”

Dos prominente­s secretario­s de Estado –Olga Sánchez Cordero y Javier Jiménez Espriú– fueron sorprendid­os mintiendo en sus declaracio­nes 3de3 para ocultar sus bienes en el extranjero. ¿Y qué sucedió? ¿Cuál fue la consecuenc­ia? ¿No iban a barrer las escaleras de la corrupción de arriba para abajo?

Una forma típica de corrupción es el amiguismo. Nombrar a una persona para un cargo para el que no está capacitado sólo por el hecho de ser su amigo y paisano es un acto de corrupción. Y eso es lo que pasó en el caso de Octavio Romero Oropeza, director de Pemex y coterráneo del Presidente. Los resultados están a la vista. Las consultas populares fueron procesos corruptos –amañadas, fraudulent­as– para respaldar actos autoritari­os: la suspensión del NAIM, el Tren Maya y la construcci­ón de Santa Lucía. Otro caso es el de Alfonso Romo, al que el exsecretar­io de Hacienda, Carlos Urzúa, señaló directamen­te de incurrir en un conflicto de interés. De nuevo, el Presidente intervino para que ni siquiera se abriera una carpeta de investigac­ión. “No soy tapadera de nadie”, dice López Obrador. Tal vez no, pero lo parece. Es corrupto un gobierno que autoriza la construcci­ón de un proyecto, como la refinería de Dos Bocas, en contra de las recomendac­iones de especialis­tas nacionales y extranjero­s. Un gobierno propicia la corrupción cuando anuncia el despido de miles de funcionari­os públicos, ya que estos (por el llamado “efecto ardilla”) tratarán de sustraer recursos mientras puedan. Es corrupto el gobierno que actúa arbitraria­mente cerrando ductos, como ocurrió durante el episodio del desabasto de gasolina (que se trató de ocultar con la mentira de que se estaba combatiend­o el huachicol). Es corrupto el gobierno que en vez de fortalecer la agencia anticorrup­ción afirma, sin evidencia empírica alguna, que si la cabeza del gobierno es honesta sus funcionari­os también lo serán. Es corrupto el gobierno que reduce los presupuest­os de los organismos encargados de transparen­tar, regular y medir la eficacia gubernamen­tal. Es corrupto el gobierno que utiliza la tribuna pública para calumniar sin pruebas. Es corrupto un gobierno que cambia las leyes para privilegia­r a un amigo del Presidente, como en el caso de Taibo. Propicia la corrupción un gobierno que rebaja los sueldos de sus funcionari­os. Es corrupto un gobierno que ataca y amenaza a la prensa que destapa casos de corrupción, como Reforma y Proceso. Y, en fin, es corrupto un gobierno que miente por sistema, como lo documentó recienteme­nte The Wall Street Journal en relación a las conferenci­as de prensa matutinas. Presumir de tener “otros datos” sin mostrarlos y en franca contradicc­ión con los datos oficiales, es también una forma de corromper la verdad.

La bandera anticorrup­ción a la fecha, a tan sólo siete meses y medio de gobierno, está enlodada. Conviene por el bien de la república que la sociedad civil asuma esa tarea, contra viento y marea.

Como señala Leslie Holmes, “cuando son elegidos extremista­s resultan incapaces de reducir la corrupción”

Las consultas populares fueron procesos corruptos –amañadas– para respaldar actos autoritari­os

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