El Financiero

MIGRAR ES BAILAR

¿Hacia dónde vamos ahora? es la pregunta que sse plantea el mexicano Jaime Vargas como parte del Royal Winnipeg Ballet, que presentará una pieza en torno al problema de la migración dentro del 47 Festival Internacio­nal Cervantino

- EDUARDO BAUTISTA ebautista@elfinancie­ro.com.mx

El cuerpo, por naturaleza, tiende al movimiento, incluso al realizar un acto tan sencillo como respirar. Quizás por eso la danza, la máxima expresión estética del cuerpo, sea el lenguaje más adecuado para contar la historia de la civilizaci­ón que, como el cuerpo, tiende a moverse, a migrar.

Bajo esa premisa, el Royal Winnipeg Ballet ha creado Going Home Star, un espectácul­o que reflexiona sobre las migracione­s y los derechos de los indígenas, temas poco comunes en una disciplina artística tan eurocéntri­ca como es el ballet, asegura en entrevista con El Financiero el coreógrafo y exbailarín mexicano Jaime Vargas, quien es coordinado­r de alcance comunitari­o de esta compañía de danza canadiense fundada en 1939.

“La obra habla sobre uno de los episodios más desconocid­os y oscuros de Canadá: las escuelas residencia­les que durante muchos años forzaron a los nativos indígenas a canadianiz­arlos mediante adoctrinam­ientos agresivos en los que les arrebataro­n su cultura,

su lenguaje y sus creencias, cuando fueron ellos los primeros que llegaron al continente”, dice quien también fue primer bailarín de la Compañía Nacional de Danza en los años 90. En un contexto en el que los inmigrante­s mexicanos son víctima de los discursos y las políticas xenófobas del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, Vargas está consciente de la pertinenci­a histórica de este montaje, que se presentará el próximo 15 de octubre en el Auditorio Nacional, como parte de las actividade­s de la edición 47 del Festival Internacio­nal Cervantino, que esta vez tiene como eje temático las migracione­s. “¿Hacia dónde vamos ahora? Esa es la pregunta que debemos hacernos todos. Y creo que la respuesta la podemos encontrar en la reconcilia­ción. Esta obra nos enseña el poder de la reconcilia­ción. Y el ejemplo lo tenemos en que el gobierno de Canadá pidió una disculpa histórica a las comunidade­s indígenas que afectó. Pero la obra también nos enseña algo no menos importante: que todos somos parte de lo mismo y que todos tenemos algo que compartir más allá de la política y las fronteras”, asegura el artista.

Si el baile es un acto de libertad, dice Vargas, entonces no hay mejor manera de contar la historia de los reprimidos que a través de la danza. Por eso puso especial atención en la

JAIMME VARGAS

Coreeógraf­o

“Laa respuesta la podemos encontrar enla reconcilia­ción. Estta obra nos ensseña ese poder”.

gran herida histórica de Canadá, un país que, aunque en años recientes ha recibido migracione­s de todas partes del mundo, durante 400 años se encargó de “educar” a los indígenas por considerar­los salvajes, aunque en realidad sólo se trataba de pueblos que tenían costumbres diferentes a las de Occidente.

Algunas de las comunidade­s aniquilada­s —física y culturalme­nte— fueron los innu, los mícmac, los abenaki, los cree, los inuits o los ojibwa. Para hacer esta producción, el Royal Winnipeg Ballet escuchó las historias de cientos de ellos, algunas tan dramáticas, dice Vargas, que fue todo un reto trasladarl­as a un espectácul­o que sólo usa el cuerpo para comunicar.

Las historias recopilada­s son las historias de los migrantes o los oprimidos de siempre. Historias que son el pan de cada día de los diarios: familias separadas, violencia, aislamient­o, pobreza… El 8 de marzo pasado, el primer ministro canadiense, Justin Trudeau, pidió una disculpa pública e histórica por los daños cometidos contra los nativos americanos. Daños que, dijo, se prolongaro­n durante cuatro siglos y se manifestar­on de muchas maneras, no sólo mediante las escuelas residencia­les.

“Estoy aquí para ofrecer una disculpa oficial por la gestión del gobierno federal de la tuberculos­is en el Ártico entre la década de los años 40 y la década de los 60”, declaró Trudeau en la localidad de Iqaluit, capital de la región canadiense de Nunavut, el territorio de los inuit. “Lamentamos haberlos apartado de sus familias, y pedimos perdón por no haberles mostrado el respeto y el cuidado que se merecían. Lamentamos su dolor. A aquellos cuyos seres queridos fueron confinados, lo sentimos. Lamentamos romper lo que es más valioso: el amor por su hogar”, agregó Trudeau ante los líderes inuit.

A mediados del siglo XX, más de 5 mil inuits —la mitad de la población total del Ártico oriental canadiense— fueron confinados de manera violenta a miles de kilómetros de sus hogares por padecer tuberculos­is. Muchos de ellos fueron encerrados en sanatorios y no tuvieron la oportunida­d de despedirse de sus seres queridos. Incluso murieron sin que sus familias fueran informadas al respecto.

En 2008, el entonces primer ministro Stephen Harper hizo lo mismo al pedir disculpas por los malos tratos en las residencia­s religiosas que quisieron adoctrinar a al menos 100 mil niños nativos, quienes fueron separados de sus familias a la fuerza. Algunos institutos incluso tenían como lema: “Matar al indio en el niño”. El último de ellos cerró en 1996.

“Es posible enterrar nuestra pesadilla racial si trabajamos juntos. El recuerdo de estas residencia­s hiere nuestras almas. Este día nos ayudará a dejar ese dolor que causó este episodio atroz de nuestra historia”, dijo en aquella ocasión el indígena Phil Fontaine, director de la Assembly of First Nations, la organizaci­ón que reúne a todos los pueblos indígenas de Canadá.

“Cuando el arte evita la confrontac­ión política y se centra en las historias humanas, sensibiliz­a al público ante fenómenos tan complejos como la represión cultural o la migración” afirma. “Para este montaje los sacerdotes nos dieron su bendición y siempre se mantuviero­n muy cercanos a la producción para que sus historias se contaran fielmente y con la mayor sensibilid­ad posible”.

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