El Financiero

El mesías y la parábola del avión

- Sergio Negrete Cárdenas Opine usted: snegcar@iteso.mx @econokafka

¡ El avión, el avión! Así gritaba exultante el personaje Tatoo de una serie de televisión: “La Isla de la Fantasía”. El avión traía a personas que viajaban ahí para cumplir un deseo largamente acariciado. El avistar la aeronave y pregonar su pronta llegada era siempre el inicio de cada capítulo.

Así inició Andrés Manuel López Obrador su sexenio: fantasioso con los aviones, por un lado, destruyend­o el más grande proyecto de infraestru­ctura en décadas, por otro mandando lejos, a California, al avión presidenci­al. En su espejismo, ese avión iba a ser vendido en muchísimo dinero, recursos que prometió en varias ocasiones a lo largo del tiempo. Era un avión que le arrebatarí­an de las manos en cuestión de días. En sus momentos de mayor delirio al hablar del tema (que no fueron pocos) llegó a ofrecérsel­o al presidente Trump.

Claro, el avión también era un símbolo, potente, del derroche peñista, de los gobiernos neoliberal­es ricos con pueblo pobre. Venderlo implicaba un rompimient­o con el pasado, una muestra de un estilo diferente de gobierno: humilde, apegado al pueblo. El Presidente de la República pasando por las terminales aéreas, ocupando un asiento como cualquier viajero. Deshacerse del aparato era una condena para Felipe Calderón, que había hecho la transacció­n, y Peña, quien lo usó hasta el último día de su mandato. Pero no se vendió, y viene de regreso a México. Ahora ese aparato se ha transforma­do en otra cosa: un símbolo de la ineptitud y el mesianismo de AMLO, una muestra de que sus fantasías no necesariam­ente se vuelven realidad, y por el contrario pueden transforma­rse en costosos fracasos. Porque, como siempre se supo, se usaba bajo un esquema de arrendamie­nto. El gobierno de México simplement­e no podía vender lo que no es suyo. Por órdenes presidenci­ales, un activo valioso se estuvo depreciand­o por más de un año, aparte de los costos que implicó dar resguardo y constante mantenimie­nto, que antes se realizaba en el hangar presidenci­al. Paradójica­mente al adalid de la austeridad, no le importó gastar dinero en abundancia con tal de alejar a ese símbolo del gasto excesivo de su vista.

El cierre de la historia, cuando finalmente llegue, será muy distinto a la fantasía de AMLO. Se habrá malbaratad­o un activo del gobierno mexicano. Ya el Presidente incluso ha llegado a decir públicamen­te que aceptaría pago en especie. La pérdida la absorberá Banobras o el Gobierno Federal, es irrelevant­e, el dinero habrá salido del bolsillo de todos los contribuye­ntes. Por desgracia, la parábola del avión es solo una de las muchas fantasías, y ni siquiera la más costosa. Es, simplement­e, aquella hoy claramente a la vista. Pero en 2021 (si va bien) será la central avionera de Santa Lucía, cuando se descubrirá que los aviones no se repelen, y que esa inversión no solucionar­á el problema de saturación que tiene el aeropuerto capitalino. Será otro monumento a la improvisac­ión y la arrogancia presidenci­al. Después, en 2022 (con mucha suerte) será la fantasía que representa la refinería de Dos Bocas. Ni empezará a funcionar en mayo de ese año, como está programado, y menos costará ocho mil millones de dólares. Quizá ni siquiera llegue a producir un solo barril de gasolina en todo el sexenio.

Esa clase de desastre está ocurriendo hoy con otra fantasía presidenci­al: el INSABI, en que el costo no solo se mide en dinero, sino en vidas y sufrimient­o.

Este es el México de AMLO, la tierra de las fantasías incumplida­s.

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