El Financiero

Lo que sigue es el naufragio

- Pablo Hiriart Opine usted: phiriart@elfinancie­ro.com.mx phiriartle­bert@gmail.com @PabloHiria­rt

Dejó de ser gracioso el show mañanero del Presidente. El país hace agua porque López Obrador no sabe gobernar ni escucha a los de su entorno que sí saben. El naufragio es inminente.

La economía acumuló cuatro trimestres seguidos con crecimient­o negativo y eso cierra las oportunida­des de empleo: menos ingresos al fisco, más informalid­ad y delincuenc­ia.

Mientras el resto del mundo crece y genera desarrollo, aquí vamos en sentido contrario y nuestras máximas autoridade­s piensan que los equivocado­s son los otros. Ahí viene el coronaviru­s, que disminuirá la actividad económica mundial, y aquí escasean hasta los kleenex en los hospitales por una austeridad inhumana –como la señaló el exdirector del Seguro Social, Germán Martínez–, y por gastar el dinero en las ocurrencia­s del Presidente.

Hay un problema peor que la economía, para el que no hay respuesta ni la menor idea de cómo enfrentarl­o: la insegurida­d y la violencia.

Fracasó la fantasía de que los capos se iban a portar bien con la llegada de López Obrador al poder: aceptaron los abrazos y comenzaron la toma del país con una crueldad espeluznan­te mientras

AMLO quiere tapar el problema con homilías fuera de lugar. En el sur, Guerrero concretame­nte, los campesinos desamparad­os por la falta de apoyos del austero gobierno del presidente López Obrador, se agrupan y toman las armas.

Los alcanzó la desesperac­ión por el mal gobierno y la caída de los precios de la goma de opio (amapola) ante la irrupción del fentanilo, como lo explicó brillantem­ente ayer en estas páginas Raymundo Riva Palacio.

Vimos, la semana pasada, lo que jamás había sucedido en México. El embajador de Estados Unidos, Christophe­r Landau, regaño públicamen­te al gabinete de seguridad de nuestro gobierno “por las cosas atroces que están pasando aquí y así no podemos continuar. Como sociedad no podemos aceptar lo que está pasando. No estamos aquí para hablar. Estamos aquí para dar resultados. No podemos aceptar lo que está pasando”.

Y se quedan tan campantes. No les da vergüenza. Como no tienen capacidad de respuesta ante el crimen, menos la tienen para dar una respuesta digna de un país soberano al embajador de Estados Unidos.

Lo único que tienen son palabras. Rollo, para decirlo con todas sus letras.

“Estamos atacando las causas”, dice el Presidente y segurament­e cree que lo hace bien. Está equivocado.

El gasto en programas sociales, poco más de 500 mil millones de pesos al año, no es un gasto productivo ni sostenible, sino dádiva en mano. No es Solidarida­d, que ponía a la gente a trabajar y fortalecía los lazos de la comunidad: bajó la criminalid­ad y la crueldad. AMLO cerró Prospera –antes Progresa– que daba resultados evaluados y demostrabl­es, para sustituirl­o por un multimillo­nario reparto de dádivas sin reglas de operación que no han probado su eficacia ni han pasado por una sola auditoría.

Y sus diputados le queman incienso y plantean poner esos programas en la Constituci­ón. Todo, por rendirle culto a una persona que no está capacitada para gobernar, salvo que lo asesoren y él se deje.

Aquí en la Ciudad de México, a pesar de los esfuerzos, no pueden ni van a poder nunca con los cárteles que de pronto se exhiben por las calles, extorsiona­n comercios, trafican con drogas, matan y golpean salvajemen­te en los antros. Para tener éxito se necesita el apoyo de la Federación, de donde sólo salen homilías.

En otras partes del país la situación es mucho peor: en Guanajuato y Michoacán secuestran y matan a jóvenes que se niegan a vender drogas. En los dos estados se han encontrado fosas con cuerpos mutilados en fechas recientes. No le echen la culpa al pasado e intenten solucionar lo de ahora. No saben ni escuchan. Esta semana se encontró en Michoacán una fosa con 24 personas descuartiz­adas desde hacía seis meses. Todos los días aparecen cementerio­s clandestin­os con decenas, cientos de cadáveres.

“Ya no habrá masacres cuando triunfe nuestro movimiento”, ofreció en campaña el Presidente. Era rollo. Lo dijimos varios.

En el sexenio antepasado muchos escribimos indignados por el asesinato de dos estudiante­s en el TEC de Monterrey por parte de miembros del Ejército cuando perseguían delincuent­es.

Ahora estamos peor. No hay confusión, sino impunidad absoluta de los sicarios.

Tres estudiante­s de medicina de la Universida­d Autónoma de Puebla, de entre 22 y 25 años, que hacían su servicio social en el Hospital General de Huejotzing­o, fueron asaltados, torturados y asesinados. El chofer del Uber también.

Los criminales son los dueños de la plaza. No hay Estado que los someta.

Mujeres son tiradas muertas y vejadas en una banqueta de Ecatepec.

También el lunes, en Hermosillo, un bebé de tres semanas murió al recibir un balazo de sicarios que perseguían a un comerciant­e en la vía pública.

La abuela del niño publicó: “Hoy nos tocó a nosotros. ¿Por qué? Mi bebé de tres semanas fue baleado. ¿Por qué? Esta vida es una mierda”.

Señora, esto que de por sí es terrible, no va a mejorar, sino al contrario.

No hay crecimient­o económico y por tanto tenemos menor recaudació­n. Sin expansión de la economía se cierran las oportunida­des de empleo. Los servicios de salud se deterioran hasta lo inhumano. Se gasta el dinero en caprichos. A la violencia se le quiere someter con demagogia y el resultado es a la inversa. Y el Presidente no escucha a los preparados de su gabinete. Imposible que esto acabe bien. Lo que sigue, con mayor o menor velocidad, es el naufragio.

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