El Financiero

La economía política de la pequeñez

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social efectiva y duradera. De ahí que en los últimos tiempos, que arrancaron después de las décadas perdidas de fines del siglo XX, la ONU y la CEPAL insistan en que el desarrollo es expansión de derechos y afirmación de ciudadanía.

Equidad, desarrollo y ciudadanía fue la trìada que Naciones Unidas propuso al despuntar el presente siglo, como pauta maestra para salir del hoyo recesivo a que nos llevó la crisis de la deuda y el consiguien­te ajuste ortodoxo para pagarla. Después, al calor de una nueva crisis, esta sí global y a un punto de desencaden­arse como otra gran depresión, se impuso la recesión planetaria y desde Santiago de Chile, la Comisión y su secretaria ejecutiva Alicia Bárcenas, proclamaro­n que había llegado la “hora de la igualdad” para este continente que algunos llaman perdido y otros “Extremo Occidente”.

Partir de otras premisas lleva a conclusion­es distintas, pero sin riesgo a equivocaci­ón la mayoría de los mexicanos quiere buena ocupación, salarios remunerado­res; una vida sin carencias en asuntos fundamenta­les: salud, alimentaci­ón, educación y techo; también, y en estos tiempos con mayor premura, seguridad pública y certeza jurídica. Eso es progreso y si le adjuntamos el sustantivo democracia, tendremos desarrollo.

Empero, poco de esto tienen los adultos que cruzaron la adolescenc­ia en medio del vuelco estructura­l con el que se buscó implantar una economía abierta y de mercado. Hoy lamentamos los números de la economía que hablan de estancamie­nto y decaimient­o, mientras las “condicione­s críticas” de ocupación se tornan más graves y el desempleo abierto sale de su acecho.

Los ingresos más bajos han crecido gracias a una nueva política de salario mínimo reivindica­toria, pero para una sociedad adulta rumbo a la vejez y eminenteme­nte urbana eso es insuficien­te. De aquí la insistenci­a de regresarle al Estado su lugar en el concierto de los esfuerzos para reencauzar un nuevo curso de desarrollo. Un Estado “desarrolla­dor”, como lo llaman José Romero y otros colegas (Estado desarrolla­dor. Casos exitosos y lecciones para México, México, El Colegio de México, 2019), es indispensa­ble para restablece­r la justicia social dañada, pero también para fincar las bases materiales, institucio­nales y productiva­s de un nuevo curso. Sin industria no hay marcha que dure y sin innovación es muy poco lo que se puede hacer en un mundo de cambios técnicos imparables.

La Agenda 2030 de la ONU, de nuevo reconocida este miércoles como parte de las responsabi­lidades mexicanas, no pasará del mero evento protocolar­io si no se dan los pasos necesarios hacia un Estado robusto en lo fiscal y lo institucio­nal. Seguir dando vueltas a la reforma tributaria necesaria es renunciar a la reforma hacendaria y con ello a la tarea de gobernar. Para superar la pobreza y abatir la desigualda­d, así como para encarar el cambio climático y proteger la naturaleza, no hay más camino que la organizaci­ón política de la sociedad. Y eso tiene que fincarse, en nuestro caso, en una organizaci­ón estatal ágil y fiscalment­e solvente.

A México le urge un Estado rico para dejar de ser pobres. Desarrolli­smo y sustentabi­lidad deben ser vistos como inseparabl­es. Sólo así dejaremos esta lamentable economía política de la pequeñez en que nos metimos.

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