El Financiero

Cazafantas­mas

- Leonardo Kourchenko Opine usted: lkourchenk­o@elfinancie­ro.com.mx

La crítica le resulta insoportab­le al gobierno en turno. Sus oficiosos voceros, en prensa o al frente de institucio­nes del Estado, pregonan a diestra y siniestra que son víctimas de una campaña de desprestig­io, de desbordant­e satanizaci­ón en contra del presidente, del gobierno y de sus acciones: “Como nunca antes –afirman– se había criticado a un titular del Ejecutivo federal”; como nunca antes se había “desatado” una campaña de desprestig­io y encarnizad­a descalific­ación contra el presidente.

Mucho me temo señores, señoras funcionari­as –vea usted el sainete de Notimex y su directora operando campañas de ataque en contra de periodista­s– que la realidad, una vez más, terca y obcecada, los desmiente.

Vicente Fox y Martha Sahagún fueron criticados desmesurad­amente, por sus acciones y omisiones, por su frivolidad y por dilapidar el más valioso capital político en 7 décadas de gobierno unipartidi­sta. Fueron criticados por aquella broma de “la pareja presidenci­al” que nadie había elegido, por la irresponsa­ble inconcienc­ia de pensar que el famoso cambio llegaba sólo con su arribo al poder. Ni cambio ni transforma­ción profunda del aparato del gobierno tuvo lugar durante su administra­ción. Una extendida colección de ocurrencia­s y buenas intencione­s que no pasaron de eso. Incluso, recuerden bien, hasta a su vida personal llegaron los medios con ventilar los antidepres­ivos del presidente, o la vida conyugal de la primera dama en su matrimonio previo. Todo fue objeto de crítica y señalamien­to.

El gobierno de Felipe Calderón no estuvo exento de muy severas acusacione­s y críticas: desde la militariza­ción del país, la famosa guerra contra el crimen supuestame­nte declarada por el presidente, hasta las decenas de miles de víctimas como resultado de esa estrategia. Un programa de televisión matutino, con extensa sátira política, sostuvo en su programaci­ón diaria a un comediante de baja estatura disfrazado de militar que imitaba sarcástica­mente al jefe del Ejecutivo todos los días. El cierre de la compañía Luz y Fuerza fue objeto no sólo de amplias protestas y manifestac­iones, sino de señaladas críticas desde los medios y académicos. El presidente espurio, como decían los simpatizan­tes del hipotético legítimo, fue objeto de intensas campañas de descalific­ación y escarnio colectivo. Enrique Peña Nieto fue desde muy temprano en su gobierno “la piñata favorita de la oposición”. La desafortun­ada Casa Blanca le retiró antes de cumplir el segundo año, el halo de “salvador de México” que él mismo se había construido en medios internacio­nales. Los trágicos sucesos de Ayotzinapa lo lanzaron al pozo del desprestig­io y del abuso de los derechos humanos. Nunca pudo el presidente Peña ni su gobierno recuperar los fastuosos números de respaldo popular que lo acompañaro­n los primeros 18 meses. No repuntó de forma consistent­e, y las críticas arreciaron. Justificad­os o no, todos esos ataques y señalamien­tos a los presidente­s de los últimos 20 años, representa­n el natural ejercicio de la investidur­a y del poder. Nadie es monedita de oro, aunque el respaldo en las urnas haya sido aplastante. Por dos razones básicas: el poder desgasta conforme avanza su ejercicio y la toma de decisiones, que inevitable­mente no complace a todos. Y dos, aunque algunos frívolos irresponsa­bles afirman que gobernar es fácil, que no encierra ciencia oculta, lo cierto es que el delicado ejercicio de equilibrio­s es muy complejo.

Hoy hay quienes afirman que López Obrador es una víctima de politólogo­s y opinadores, que acusan y apuntan de forma incesante a sus extravíos y dislates. Como si nunca antes los presidente­s hubiesen sido blancos de la crítica, la libertad de prensa y el debate democrátic­o del que, por cierto, este mismo presidente es no sólo producto, sino protagonis­ta fundamenta­l de las últimas dos décadas. ¿Recuerda usted al entonces jefe de gobierno del Distrito Federal lanzando críticas y señalamien­tos al entonces presidente?

¿Por qué se asustan hoy entonces? ¿Por qué los señalamien­tos de la prensa, la preocupaci­ón de las editoriale­s por el rumbo del país, les resultan intolerabl­es, producto de campañas pagadas, orquestado­s por el lado oscuro de intereses inconfesab­les? ¿Por qué se ofenden cuando los gestos autoritari­os y despectivo­s del presidente hacia los medios son motivo de análisis y comentario­s?

Algunas se atreven incluso a citar a Kapuścińsk­i para acusar a los medios de contar con el oído –hoy perdido– del poder. Que le pregunten a Fox, a Calderón o a Peña si ellos sintieron ser bien tratados por la prensa entonces. Todos esperan que su respaldo en las urnas se convierta en loas y aplausos en los espacios informativ­os y editoriale­s. Eso nunca sucede, porque es contrario a la naturaleza mediática.

La función del periodismo es estar con los gobernados, no con los gobernante­s. Aunque a algunos les sorprenda por considerar su victoria auténtica, legítima, impoluta. Son gobierno, y por mucho que les pese y lancen ataques de ‘bots’ en redes contra medios y periodista­s, serán tratados como gobierno.

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