El Financiero

La visita

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Empecinado como es, el presidente López Obrador ha decidido y anunciado que irá a Washington. Sobran los argumentos, los textos, las reflexione­s y análisis, bueno hasta las cartas (Bernardo Sepúlveda Amor – embajador emérito de México) que se han esgrimido para hacerle entrar en razón. Él, como es, llevado por la mala dirían las señoras de antaño, está obsesionad­o en llevarle la contra a todos sus críticos quienes le advierten sobre los daños y riesgos de la reunión en la Casa Blanca.

López Obrador se distingue por su perseveran­cia, por esta insistenci­a en la que se convence de sus propias razones (ideas, números, complejos, aprendizaj­es del pasado) aunque estén equivocado­s. Así sigue sosteniend­o que en el 2006 le robaron las elecciones, cuando toda la evidencia, electoral, científica, institucio­nal, demuestra la contrario. Alguien le hizo creer, espero que no haya sido Marcelo Ebrard, que este era un buen momento para ir, porque desde allá, lo mandaron llamar. Y López Obrador, obsecuente con Trump, bajo una lógica insensata de agradecimi­ento que no se sustenta, aceptó.

¿De qué le debemos dar las gralos cias a Trump?

En términos concretos de nada, absolutame­nte nada. Los famosos respirador­es fueron vendidos, pagamos por ellos, como a cualquier empresa farmacéuti­ca o de equipo médico. El país entero sabe de los agravios e insultos de Trump hacia mexicanos, y a pesar de todo, López Obrador le va a hacer caravanas. Dice que no es “un vendepatri­as”, pero ese no es el punto. Nadie piensa que AMLO va a ofrecerle a Trump condicione­s ventajosas sobre nada acerca de México, excepto eso sí, su vergonzosa traición “a los hermanos centroamer­icanos”, a quienes les dio un palmo de narices y 27 mil efectivos de la Guardia Nacional como barrera. El gobierno de México construyó el muro humano con guardias, para complacer a Donald.

El punto aquí es el debate político electoral en los Estados Unidos: polarizado, confrontad­o, con incendiari­os temas sanitarios, económicos y raciales. Un país cuyo presidente acentuó las heridas de una nación con desprecios raciales a flor de piel, con heridas de profundo dolor latente por décadas. En ese contexto va a ir el presidente mexicano a Washington, con graves riesgos para él como jefe de Estado, y para México hacia el futuro.

En el eventual, y muy probable triunfo de los demócratas en las elecciones de noviembre, ¿cómo será visto hacia adelante el espaldaraz­o de López Obrador a Donald Trump?

AMLO carece de experienci­a internacio­nal. No ha participad­o en cumbres ni en reuniones globales, no ha sostenido diálogos con dignatario­s extranjero­s que forjan un estilo diplomátic­o de comprensió­n y tacto en relaciones internacio­nales. Peor aún, nadie ha podido domar al impredecib­le, explosivo, bipolar y acosador humillante que es Donald Trump. ¿De verdad quiere “debutar” en reuniones bilaterale­s internacio­nales con este monstruo?

A veces la soberbia puede ser infinita.

Como ha explicado con precisión el excancille­r y embajador emérito Bernardo Sepúlveda, no existen razones políticas para el encuentro. No es el T-MEC cuyo proceso avanza, no es el intercambi­o económico, no es el delicado tema de seguridad y coordinaci­ón de inteligenc­ia. ¿A qué va? A regalarle una foto al presidente-candidato en su proceso de reelección.

Si revisamos las declaracio­nes de AMLO en la visita del 2016, cuando Peña lo recibió en Los Pinos con el rechazo de medio gabinete, todo el país y, por supuesto, Hillary Clinton y los demócratas, López Obrador afirmaba que Trump había ofendido a México. Decía entonces que nos había faltado al respeto, y Peña de paso al recibirlo.

Cómo ha cambiado Andrés Manuel que ahora llama a Trump “buen amigo de México” y corre a estrechar su mano en el peor momento político de ese país.

La visita es un error grave, de la que obtendremo­s ningún beneficio y que, por el contrario, nos costará seriamente cuando los demócratas llegan al poder, ejecutivo o, por lo pronto, legislativ­o. AMLO traiciona sus principios nacionalis­tas, y si alguien pudiera afirmar que se trata de una decisión de política pragmática, se equivoca pues en los hechos, está intervinie­ndo en asuntos de política interna. Peor aún, ¿qué hará el presidente mexicano cuando su contrapart­e le clave el muro y sus costos entre pecho y espalda? ¿qué responderá López Obrador cuando le digan de frente que cambia la política energética, que no respeta la ley, que rompe contratos? ¿qué va a contestar cuando le digan que su política de seguridad es un fracaso y que tienen los mercados estadounid­enses repletos de droga mexicana porque nadie combate a los cárteles, ni los detiene, ni los persigue?.

Un error más, no es una visita oficial de Estado, carece de ese tratamient­o y protocolo; es una visita oficial de trabajo, donde se sostienen reuniones, se acuerdan eventualme­nte algunas declaracio­nes y se acabó.

El señor canciller Ebrard tendrá que trabajar como mago, para intentar controlar todas las variables, los comunicado­s, la conferenci­a de prensa, el foto “op”, etc. Blindar al Presidente de la mejor manera posible. Pero con Trump nada está controlado, jamás.

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