El Financiero

El éxito de los populistas

- Leonardo Kourchenko Opine usted: mundo@ elfinancie­ro.com.mx

Las elecciones en Estados Unidos dejaron algunas lecciones claras. Entre ellas, ante la sorpresa de analistas y académicos, el éxito rotundo del discurso divisorio y mentiroso de Donald Trump.

El candidato republican­o obtuvo 8 millones de votos adicionale­s a los de 2016, aunque perdió en las zonas económicas de mayor actividad y recuperaci­ón, las de mayor consumo. Ganó, en efecto, en aquellos condados donde la economía sigue estancada. La lógica señalaría que, ante la parálisis económica en algunos sectores después de 4 años de gobierno, ante la promesa incumplida de las fábricas y los empleos recuperado­s, esas comunidade­s votarían en contra de Trump. Sorpresa: no lo hicieron, al contrario, le ratificaro­n su respaldo. ¿Por qué?

Porque les gusta su discurso, porque se identifica­n con la locura de la supremacía y el derecho superior, porque les encanta el desdén por los negros y las otras minorías, porque les remueve los instintos más primarios y viscerales del “nosotros primero, nosotros somos mejores”. Es muy semejante a las fibras emocionaPr­imero les que Hitler removía en las clases medias y altas alemanas hace 90 años.

Hay que buscar culpables porque la economía no crece: para Hitler fueron los judíos y los inmigrante­s; para Trump son los negros y los inmigrante­s. fuimos los mexicanos de forma notable en la primera campaña de 2016. Hoy son los chinos, porque, finalmente, México le ha prestado valiosos servicios al contener a los inmigrante­s centroamer­icanos.

La afirmación en los hechos es falsa: ni los mexicanos les robamos empleos ni lo hicieron los chinos. Resulta uno de los señalamien­tos más simplistas de la compleja economía global. Allá producen más barato, la mano de obra cuesta menos y el paquete de seguridad social es más reducido o, de plano, inexistent­e. Por ende, muchas plantas, esencialme­nte automotric­es, se mudaron a México, y otras, textiles, químicas, farmacéuti­cas, a China. La reforma fiscal trumpista que redujo significat­ivamente los impuestos (15% a un 18% de rebaja) a las empresas, no alcanzó para repatriar armadoras y fábricas industrial­es.

¿Cómo se explica entonces que sin mejoras económicas y sin mayores servicios, 71 millones de americanos votaron por Trump? Las razones descansan en la retórica de confrontac­ión: este país es nuestro –de los blancos anglosajon­es– no de los migrantes hispanos, africanos, asiáticos. Ellos llegaron después y son ciudadanos de segunda clase. Aunque no lo verbaliza de esa forma, el contenido de fondo radica en este principio.

Todos los estudios demográfic­os norteameri­canos señalan un declive de la población blanca anglosajon­a, frente a un crecimient­o mayor de las minorías, especialme­nte los hispanos.

El discurso populista del “somos los mejores, todos los anteriores fueron un fracaso, sólo yo, que soy víctima de una persecució­n política –el fallido desafuero contra Trump– soy capaz de regresar la grandeza a este país”, etc., etc., etc.

¿Le suena familiar? Trump atacó desde la Casa Blanca y la Oficina Oval a medios, periodista­s, intelectua­les, científico­s, universita­rios, políticos de oposición y de su propio partido, empresario­s independie­ntes, deportista­s, artistas, comediante­s, líderes extranjero­s, organismos multilater­ales (ONU, OMS, OTAN, etc.).

Trump construyó su discurso presidenci­al con base en el denuesto, la descalific­ación, el agravio, el insulto, la burla, la humillació­n, la mentira repetida una y mil veces bajo el sello presidenci­al.

La consecuenc­ia fue su grave contribuci­ón al deterioro de la democracia norteameri­cana, al fortalecim­iento de los grupos supremacis­tas, quienes hoy se expresan amparados por el discurso presidenci­al. Ya no es políticame­nte incorrecto en Estados Unidos acusar a los negros de todo el crimen y a los hispanos de la droga. Si el presidente lo hace, por qué los demás no.

Pero, con todo, perdió. Más de 5 millones de votos ciudadanos y 306 votos electorale­s (36 más de los necesarios para asegurar la presidenci­a) lo demuestran.

El exitoso discurso divisorio y de confrontac­ión de los populistas termina en el fracaso y la derrota, porque a pesar de convencer a grados de secta religiosa a sus simpatizan­tes, termina estrellánd­ose con la realidad: la economía no mejora y no para todos, la salud se derrumba, la ciudadanía vive enojada ante el incumplimi­ento de las promesas, pero el enojo está dirigido hacia los “culpables” construido­s por el discurso presidenci­al.

El gobierno estadounid­ense disminuyó su efectivida­d, se pasmó frente a la pandemia, fue incapaz de resolver los problemas básicos de muchas comunidade­s y, además, avivó el fuego del conflicto interracia­l, dormido o en descanso por décadas.

Hay grandes lecciones para México con nuestro propio líder del mismo perfil. Esperemos ser capaces de leerlas con claridad y aprender de ellas.

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