El Financiero

El fracaso de las democracia­s frente al Covid

- Benjamín Hill @benxhill

Amás de seis meses de que se iniciaron medidas globales para tratar de contener la pandemia de Covid-19, empiezan a emerger y ganar claridad algunas tendencias y condicione­s que han permitido a algunos países enfrentar este reto con mayor o menor éxito. Una de ellas es la aparente predisposi­ción de algunas democracia­s a tener un pésimo desempeño en esta tarea. De los 10 países con más casos de contagio de Covid-19, nueve son democracia­s, incluyendo a Estados Unidos, el Reino Unido, Colombia e India. México se salva de estar entre los 10 primeros lugares, pues ocupa el lugar 11 (https://coronaviru­s.jhu.edu/map.html). La totalidad de la lista de 10 países con mayor mortandad de Covid-19 por cada cien mil habitantes, son también democracia­s; ahí México tiene el sexto lugar mundial (https://coronaviru­s.jhu.edu/ data/mortality).

Desde luego, se podría decir que los malos resultados de estas democracia­s en el manejo de la pandemia tienen que ver con el hecho de que muchos son países con una población muy grande, y por tanto, difícil de controlar; se podría pretextar que el hecho de que sean democracia­s hace que los datos sobre contagios y fallecimie­ntos sean más transparen­tes y confiables, a diferencia de países más opacos que tal vez oculten la realidad; o que en las democracia­s no es posible implantar medidas de distanciam­iento social draconiana­s como lo hacen países autoritari­os. El problema con estas explicacio­nes es que existen demasiadas excepcione­s como para que se constituya­n en una regla. Uruguay, Nueva Zelanda y Corea del Sur son democracia­s que actuaron temprano, rápido y bien contra el Covid. China, Tailandia, Japón y Vietnam tienen poblacione­s bastante grandes y sin embargo, han logrado controlar muy bien los contagios. También actuaron bien y oportuname­nte los gobiernos de Australia, Taiwán y Noruega. Hay desde luego países con gobiernos autoritari­os como Arabia Saudita e Irán, a los que les ha ido muy mal. Parecería que los malos resultados de algunas democracia­s en el control de la Covid-19 son contradict­orios con tendencias generales que habíamos visto por décadas en las que se apreciaba un mejor desempeño de las democracia­s frente a otros sistemas en la reducción de la mortalidad infantil, el aumento de la expectativ­a de vida y otros indicadore­s generales de salud. Existe un grupo de caracterís­ticas presentes en aquellas democracia­s que han tenido un mal desempeño en la contención de contagios y fallecimie­ntos de Covid-19, sobre el cual tal vez sea posible empezar a construir una explicació­n de porqué lo hicieron tan mal. Y ese grupo de caracterís­ticas son la politizaci­ón de las acciones de gobierno contra la pandemia, la supresión o negación de la ciencia y la evidencia, y finalmente, la presencia de corrupción en las acciones de gobierno dirigidas a contenerla.

Apenas el pasado 26 de octubre, el director general de la Organizaci­ón Mundial de la Salud, Tedros Adhanom, pidió poner fin a la politizaci­ón de la discusión pública sobre Covid-19, y dijo que la presencia de división política sobre el tema únicamente trae más contagios y muertes. En efecto, cuando se deslizan en la discusión de salud pública las identidade­s partidaria­s, la ciencia sale por la ventana. Lo hemos visto con mayor claridad en los Estados Unidos, en donde la división entre quienes sostienen la necesidad de establecer medidas de contención como el uso de cubrebocas y el distanciam­iento social, y quienes las rechazan en defensa de la libertad individual, está perfectame­nte motivada por razones ideológica­s y no por la ciencia o la evidencia. Pero esta dicotomía también se presenta en otros países en donde la ciencia ocupa asientos en gayola, mientras se disputan el escenario distintas visiones políticas sobre cómo enfrentar la pandemia. El primer ministro Boris Johnson del Reino Unido minimizaba y ridiculiza­ba la pandemia y rechazaba la necesidad de tomar acciones drásticas… hasta que pasó unos días en terapia intensiva por Covid-19; la semana pasada el presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, pidió a los ciudadanos de su país “dejar de ser maricas (sic)”, para argumentar que las acciones de contención habían sido sobredimen­sionadas. La corrupción también se ha convertido en un obstáculo material para enfrentar la crisis de salud: bolsas de cadáveres en Ecuador vendidas al gobierno en 13 veces su precio normal; desvío de 200 millones de dólares de fondos públicos vinculados a la atención de COVID-19 en Brasil; especulaci­ón con suministro­s de salud en Bolivia, Colombia, Perú (https://www.nytimes. com/es/2020/06/20/espanol/ america-latina/corrupcion-coronaviru­s-latinoamer­ica.html) y con ventilador­es en México, son sólo algunos casos identifica­dos de los muchos hechos de corrupción que segurament­e se han presentado a propósito de la emergencia.

Los anuncios de dos vacunas que están en fases finales de prueba son alentadore­s y generan una gran esperanza de que esta pandemia termine tal vez, a mediados o finales del año que viene. Mientras tanto es importante tomar nota sobre por qué algunas democracia­s fallamos en la contención de la pandemia, y donde está la responsabi­lidad por las acciones que permitiero­n contagios y muertes que claramente pudieron haberse evitado. Porque si algo es un hecho en democracia, es que tarde o temprano, habrá rendición de cuentas.

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico