El Financiero

Detrás de la vacuna, una historia de amor y de trabajo

- Pablo Hiriart Opine usted: phiriart@elfinancie­ro.com.mx phiriartle­bert@gmail.com @PabloHiria­rt

MIAMI, Fl.- La mañana del domingo ocho de noviembre, una llamada telefónica de un inmigrante griego a un inmigrante turco y su esposa, hija de inmigrante­s, en una ciudad al oeste de Alemania, encendió una luz en el mundo sombrío de nuestros días: había nacido la vacuna contra el Covid. “Ugur, Ozlem, su vacuna contra el coronaviru­s pasó exitosamen­te la tercera prueba y tiene una eficacia de 90 por ciento”, dijo Albert Bourla, nacido en Salónica, Grecia, y ahora director Ejecutivo de Pfizer, a su amigo Ugur Sahin, oriundo de una aldea turca a orillas del Mediterrán­eo.

Los mercados mundiales se recuperaro­n. La esperanza de todos nosotros de volver a una vida normal tenía fundamento, luego de un millón 300 mil muertos y 54 millones de contagios. Donald Trump montó en cólera y acusó un complot de las farmacéuti­cas por sacar la noticia de la vacuna hasta después de las elecciones, que perdió. Johannes Vogel, parlamenta­rio alemán, lo resumió espléndida­mente en redes sociales: “Si fuera por los críticos del capitalism­o y la globalizac­ión, no habría cooperació­n con Pfizer. Pero eso nos hace fuertes: ¡país de inmigració­n, economía de mercado y sociedad abierta!”.

El matrimonio de Ugur Sahin y Ozlem Tureci, científico­s que se pusieron al frente de la investigan­acido ción que dio con la vacuna contra la pandemia, no festejó con champaña, ni invitados o sesiones de fotografía.

Ozlem fue a la cocina de su departamen­to y preparó un té turco, para compartir con su marido y su hija adolescent­e. Al poco rato, Ugur se subió a la bicicleta, pues no tienen coche, y regresó al laboratori­o de la empresa que él y su esposa, hija de un médico en Estambul, fundaron en 2008, BioNTech, y que ahora tiene un valor de mercado de 21mil millones de dólares.

Seguirán viviendo donde mismo, se moverán, como siempre lo han hecho mientras las piernas (y la fama) se los permitan, en bicicleta por las calles de Mainz.

El dinero, dice la correspons­al del Washington Post en Berlín que los entrevistó, no les va a cambiar la vida. “Lo que cambia la vida –dijo Ugur en la entrevista– es poder impactar algo en el campo médico”.

Cuando ella renunció a su ilusión de ser monja y estudiaba medicina en la Universida­d del Sarre, conoció al médico Ugur Sahin, que había llegado a Alemania a los cuatro años de la mano de su madre para encontrars­e con su papá, un trabajador de la planta Ford en Hamburgo, estaba ahí gracias a un convenio con el gobierno de Turquía para obreros temporales. Se enamoraron en el laboratori­o. Los unió la investigac­ión acerca de cómo funciona el sistema inmunológi­co y cómo se le pueden dar instruccio­nes para identifica­r y atacar las células cancerígen­as, narra el sitio web DW (de la Deutsche Welle).

Cuenta Ugur Sahin que en la universida­d sus clases terminaban a las cuatro de la tarde, y mientras sus compañeros se iban a sus casas, él subía al laboratori­o y se quedaba investigan­do hasta las diez de la noche, o hasta las cuatro de la mañana, según el día, y regresaba a su departamen­to en la bicicleta con un frío que cortaba la cara. El día que se casaron, Sahin trabajó en el laboratori­o antes de la ceremonia y, al finalizar la boda civil, se montó en la bicicleta y regresó al laboratori­o. Cuando llegaron las primeras noticias de la aparición del coronaviru­s en China, Sahin leyó sobre el tema en la revista científica The Lancet y lo comentó con Ozlem. Buscaron Wuhan en Google. Entendiero­n, antes que nadie, que la pandemia mundial era inevitable y sólo podía ser frenada por una vacuna.

En su empresa de biotecnolo­gía, BioNTech, arrancaron de inmediato el proyecto “Velocidad de la Luz” para obtener con urgencia la vacuna del virus que, sabían, golpearía a Europa y al resto del mundo.

Mientras líderes políticos se burlaban del virus que aquejaba a China y se declaraban inmunes por razones obscenamen­te anticientí­ficas, la canciller alemana, Angela Merkel, dispuso de un fondo de 750 millones de euros para que laboratori­os alemanes se pusieran manos a la obra. El proyecto de BioNTech obtuvo del gobierno alemán 375 millones de euros.

Otro ejemplo para el subdesarro­llo ideológico: el gobierno alemán canalizó recursos hacia empresas privadas de investigac­ión farmacéuti­ca.

Una de ellas, BioNTech, de esos sencillos y laboriosos migrantes, apasionado­s de su profesión, se asoció con Pfizer, gracias a la amistad y confianza mutua entre el científico turco y el griego director de la trasnacion­al (por su capacidad de producción y distribuci­ón).

Y el domingo ocho de este mes, la noticia que nos cambiará la vida dio la vuelta al mundo. Ya está la vacuna contra el Covid, y se espera que a mediados de diciembre sea otorgada la aprobación regulatori­a.

Estados Unidos ordenó 100 millones de dosis, con opción a 400 millones.

La Comunidad Europea, 300 millones de dosis.

El gobierno alemán recibirá un porcentaje de esas ventas.

Bourla, el griego, dijo de su amigo turco (dos países con rivalidade­s históricas) a The New York Times: “Ugur es una persona muy especial. Los negocios no son su platillo favorito. Es un hombre científico y es un hombre de principios. Confío cien por ciento en él”.

Angela Merkel, una vez más, mostró lo acertado de sus ideas: no criminaliz­ar la migración. Apoyar con recursos a las empresas privadas para investigac­ión científica. Bienvenida la globalizac­ión.

Focus, uno de los principale­s sitios web de Alemania especializ­ado en temas financiero­s, y crítico del gobierno en materia migratoria, lo admitió sin ambages: “Con esta pareja –Ugur y Ozlem–, Alemania tiene un ejemplo brillante de integració­n exitosa”.

Ugur Sahin lo dijo en una declaració­n que recogió La Vanguardia, de Barcelona: “Es una victoria para la ciencia, la innovación, y un esfuerzo de colaboraci­ón global”.

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