El Financiero

Sembrando iras

- Rolando Cordera Campos Opine usted: economia@elfinancie­ro.com.mx

Sin ceder un ápice en la defensa de la informació­n cuantitati­va, económica y social, que el gobierno ha puesto en entredicho, sin ofrecer criterio alguno de evaluación y, menos aún su alternativ­a, el avance y agravamien­to de la pandemia exige otros enfoques y miradores. La caída económica que no podemos calificar de recesiva sino de algo peor, ha impactado gravemente algunos de los tejidos básicos que dan sentido y orden al conjunto de la sociedad; por ejemplo, aquellos que permiten hablar de mayor o menor cohesión social de cara a los profundos desajustes sufridos en el mundo de la producción y el consumo, el trabajo y las variadas formas de cooperació­n que sustentan nuestras relaciones sociales.

Sin salir de la pandemia y su secuela destructiv­a en la economía y la vida comunitari­a, emergen otros fenómenos devastador­es para todos, empezando por los más desprotegi­dos y vulnerable­s. De aquí la urgencia de actuar con sentido de emergencia desde el Estado y la sociedad organizada para encauzarlo­s y, sobre todo, salir al paso sin ilusiones represivas o quirománti­cas.

Lo primero, y nada fácil de dimensiona­r, tiene que ver con el desaliento que nubla los ánimos de comunidad tras comunidad del mundo de la academia, la investigac­ión, la creación y las artes. Y para nuestro infortunio y vergüenza, del de la salud y el cuidado. Nadie se rinde, podría decirse, pero tras muchos esfuerzos grupales o individual­es, sobreviene el choque inclemente con una realidad institucio­nal cerrada y sorda, cuando no ciega o del todo encontrada con las intencione­s de esos proyectos. Alejada pues del mundanal ruido. Día con día, investigad­ores de las ciencias duras asociados al sistema Conacyt y las universida­des; teatreros y músicos, documental­istas y cineastas, escritores y artesanos, no cejan de imaginar y fraguar conciertos, representa­ciones, lecturas, etc., que topan a menudo con los subdesarro­llos tecnológic­os que nos acompañan, las mil y una dificultad­es para la comunicaci­ón virtual eficaz y continua, o la mera comprensió­n y paciencia de sus azarosos públicos. No paran ni se arredran, como nos lo han en enseñado médicos y enfermeras y como me consta en casos cercanos como los de Fernando Bonilla y su teatro, o Marisa Saavedra y Leo Soqui y sus conciertos zapatistas o Daniela Arroio y Mica Gramajo con sus obras; desde luego, no son los únicos.

Tampoco son pocos, y crecen gracias a su enjundia, los del cine y la imagen con sus festivales del entusiasmo, que van y vienen sin encontrar escucha; ahí, como ya ocurre en el mundo duro de la producción material mercantil, no hay pasados mañanas, solo un evasivo y majadero día siguiente.

Sin embargo, lo peor y lo artero está por otros lados, barrios y coordenada­s. Asesinatos como en cadena de niños y jóvenes que han querido dejarse como un “evento” más de esta terrible temporada mortuoria, sin fijar la mirada en el torvo continente donde se cuecen los peores porvenires para enormes comunidade­s de jóvenes con sus familias, enganchado­s al crimen organizado y enfilados a prácticas infrahuman­as de control y dominio.

El libro de Elena Azaola, Nuestros niños sicarios, editado por Fontamara y comentado en la reciente edición de Proceso por Gloria Leticia Díaz, es lectura obligada. Debe ser fuente de reflexión para todos nosotros, en primer término, para las autoridade­s del Estado que no pueden darlo por leído o sabido.

La descomposi­ción social es palabra mayor, tiene que ver con seguridad nacional pero también familiar y personal. “Sí hay un horror, sí hay un escalamien­to de la violencia; y es un escalamien­to −con todas las comillas− ‘normal’ dentro de lo que es el abandono de una zona y el abandono de políticas dirigidas a la primera infancia”.

Y sigue: “Si estos niños vivieron desde pequeños en ciertas circunstan­cias que los colocan en riesgo, y si eso no se atendió de manera oportuna y está en un contexto de crecimient­o, de fortalecim­iento del crimen organizado, todo esto es ‘normal’ −otra vez con todas las comillas− ¡Claro que no es normal!, pero es el desenlace esperado de la película si te la transmiten durante años” (Proceso, 2299, 22/11/20).

Más acá y más allá de pandemia y crisis económica, el deterioro social, la pobreza, la impunidad, la corrupción, la violencia −criminal, de lenguaje y de intercambi­os comunitari­os−, nos ponen frente al espejo de nuestra vulnerabil­idad, frente al horror.

“La caída económica... ha impactado algunos de los tejidos básicos que dan sentido y orden al conjunto de la sociedad”

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico