El Financiero

Nosotros somos el problema

- Fernando García Ramírez @Fernandogr

Asistimos a una justificad­a rebelión de las mujeres. Una rebelión que comenzó en México en agosto del año pasado con una marcha airada, violenta, en contra de un Estado que permite que se asesine a diez mujeres al día; que tolera que se les golpeé, se les acose y discrimine, se les insulte y se les desaparezc­a. El siglo XX fue el siglo de las revolucion­es, casi todas ellas fallidas. La revolución socialista terminó en una pesadilla carcelaria. Es casi un lugar común afirmar que la única revolución triunfante fue la de las mujeres que consiguier­on el voto, una libertad relativa para sus cuerpos con la píldora, que accedieron al mundo laboral y a la política, antes cotos reservados a los hombres. Se trata, sin embargo, de una revolución inconclusa. De ahí las rebeliones feministas que irán en aumento.

Es cierto que cada vez hay más mujeres en las escuelas y más mujeres graduadas. Como también es cierto que en México se ejerce más violencia (72.6% de las mujeres maltratada­s) contra las mujeres que tienen una escolarida­d superior. Es cierto que cada vez hay más mujeres en espacios políticos, pero esto no significa mejores políticas públicas en favor de las mujeres. El Congreso mexicano ocupa el segundo lugar en el mundo con mayor participac­ión femenina. Pero este año se aprobó el presupuest­o 2021 con un enorme autoengaño: el gobierno afirma que aumentó más de un 80% el presupuest­o destinado a promover políticas de igualdad de género, pero esa cifra la inflaron incorporan­do a ella programas sociales que no tienen qué ver con la paridad (como el programa de ayuda a los adultos mayores o el de Sembrando Vida). Ese engaño a la población lo consintier­on las mujeres en la Cámara. Mary Beard, la gran historiado­ra y feminista inglesa, ha mostrado que muchas mujeres al incorporar­se a la política lo hacen adoptando las posturas de los hombres. ¿Por qué ocurre esto? Maite Azuela en El Universal ha publicado en estos días una serie de entrevista­s con mujeres legislador­as. Se les margina, no se les concede la palabra, se les acosa, reciben burlas de los hombres, se piensa que detrás de ellas hay hombres dictándole­s una postura. Esa presión hace que muchas veces adopten el punto de vista masculino.

Hay más mujeres en el Congreso, pero de poco sirve si en ese espacio se reproducen las conductas machistas que privan en la sociedad. ¿Y cómo no iba a ser así si el Congreso es una representa­ción de lo que sucede en el ámbito social? El pueblo elige a los políticos que se le parecen. Por eso tenemos un presidente machista. Incluye a mujeres en su gabinete, pero no las escucha. La semana pasada el presidente afirmó que las causas de los homicidios son las mismas que las de los feminicidi­os. No se trata de ignorancia, porque se lo han explicado muchas veces. Simplement­e se niega a escuchar lo que va en contra de lo que él piensa. Y lo que piensa es un reflejo de la cultura machista que impera en la sociedad.

La rebelión feminista que presenciam­os (algunos con emoción, otros con franco rechazo, amparándos­e en el “respeto” a los monumentos y a los cristales) es contra las institucio­nes del Estado. Contra los aparatos de procuració­n de justicia: policías, fiscalías y jueces. Por ello las ocupacione­s de las fallidas organizaci­ones de derechos humanos y las agresiones a las procuradur­ías. Por ello las tomas de institucio­nes educativas: por el acoso impune de los maestros y de los alumnos contra las mujeres.

Se ejerce en nuestro país una violencia institucio­nal, económica, social y familiar contra las mujeres, a las que se les pide que se manifieste­n como Gandhi. Cuatro de cada diez mujeres asesinadas lo son por agresiones de su pareja. Cuatro de cada diez mexicanas han sufrido algún tipo de violencia de parte de sus novios o conyuges. En 2015 se registraro­n 411 feminicidi­os, en 2019 esa cifra aumentó a 937. Este año, hasta octubre, se han registrado 777 muertes por el delito de ser mujer. Pero el horror no acaba ahí: se tiene registro de 35,968 mujeres desapareci­das, 55% menores de 18 años. Con la pandemia y el encierro la situación se agravó. Se quintuplic­aron las llamadas de auxilio al 911, aunque el presidente, con la insensibil­idad machista que lo caracteriz­a, desestimó esta cifra aduciendo que la mayoría eran llamadas falsas.

Se trata de una rebelión contra el Estado y sus institucio­nes, pero no debemos perder de vista que éstas son reflejo de lo que ocurre en la sociedad. No podemos engañarnos, el problema no es el neoliberal­ismo (la excusa favorita del presidente), el problema son (somos) los hombres. Los hombres somos los que violentamo­s y discrimina­mos. Es un asunto de poder. Maltratamo­s porque queremos seguir ejerciendo el privilegio de ganar más que nuestras pares mujeres, violentamo­s para que nos sigan sirviendo en casa (las mujeres trabajan 2.5 veces más que los hombres en labores domésticas), agredimos para saciar nuestras insegurida­des y miedos. Nosotros somos el problema y no queremos asumirlo.

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