Optimismo gubernamental vs. escepticismo social
Se cumplieron, de manera formal, dos años de gestión del actual gobierno, en una circunstancia ciertamente adversa, con pronósticos desalentadores por el lado que se le vea para el futuro inmediato de este país.
Pese a la percepción social generalizada de que las cosas no están funcionando adecuadamente y de
Catedrático, analista político, consultor en inteligencia estratégica, seguridad nacional y administración pública que nos esperan tiempos aciagos, recibimos, desde la máxima tribuna, un mensaje pletórico de optimismo, dando cuenta de los logros alcanzados durante el primer tercio de la administración, con los que se han sentado las bases, los sólidos cimientos para la transformación de la vida pública de México.
Se cumplieron, señaló el disentre curso, 97 de los cien compromisos asumidos al inicio del mandato, narrativa triunfal y aglutinante de los cotidianos mensajes tempraneros desde la sede del poder a que nos hemos venido acostumbrando y marcan la pauta de la comunicación oficial cotidiana.
Si bien se observa, poco de novedoso se adiciona al ya conocido mensaje de todos los días, es destacable, no obstante, el énfasis que se imprimió a la fluida alocución con denodado entusiasmo.
Las expresiones vertidas ofrecen la imagen de un país que supera exitoso la adversidad, que ha logrado en tan breve tiempo abatir el flagelo de la corrupción y se encuentra en vías de recuperación de las pavorosas crisis en que estamos inmersos. Pero el escepticismo es creciente, pues la realidad parece tener otros datos que dibujan un panorama nada promisorio.
Es natural y comprensible que el gobierno asuma una posición de victoria en su gestión, sería impensable que se reconocieran fallas y retrocesos, que se entregaran malas cuentas a una sociedad ávida de buenos resultados, que además se encuentra en la antesala de un proceso político, del que dependerá, en gran medida, el futuro de la transformación y la conservación del poder.
Sin embargo, el optimismo expresado podría tener un efecto adverso al que se pretende comunicar. La opinión crítica no ha perdido la oportunidad de cuestionar la información oficial que parece no cuadrar con la realidad patente.
En el peor de los casos, el enfático optimismo puede ser interpretado como manipulación o engaño. En el mejor, con la debida reserva, puede inducir mayor incertidumbre y desconfianza en la, ya de por sí, escéptica población, que no ve aún la luz al final del túnel.