El Financiero

El principio del fin. Pero no para todos

- Benjamín Hill @benxhill

Hoy, el Reino Unido se convirtió en el primer país occidental en iniciar una campaña nacional masiva de vacunación contra el COVID-19. Si bien es cierto que Rusia arrancó el sábado pasado una campaña limitada de inmunizaci­ón con su vacuna Sputnik V, que se circunscri­be a la ciudad de Moscú y que se aplicará sólo a profesores, personal médico y trabajador­es sociales, puede decirse que el Reino Unido es el primer país que emprende una campaña nacional, masiva y dirigida a amplios grupos de población para aplicar una de las vacunas contra el COVID-19 desarrolla­das durante este insólito año. Los primeros paquetes con la vacuna desarrolla­da por la dupla Pfizer-BioNtech se empezaron a repartir ayer en 50 hospitales del Reino Unido que serán nodos logísticos. A pesar de que la producción de la vacuna se retrasó por problemas de suministro­s de insumos en la planta de producción de Pfizer en Bélgica, se espera que esta semana lleguen unas 800 mil dosis de la vacuna, suficiente­s para inmunizar a 400 mil personas, dado que la vacuna de Pfizer, al igual que la Sputnik V requieren de una dosis inicial y otra de refuerzo por persona.

A pesar de la celeridad del esfuerzo realizado, es obvio que la demanda de vacunas rebasa por mucho la capacidad de atenderla en el corto plazo. “Se trata de un maratón, no de un sprint”, ha dicho el director médico del Servicio Nacional de Salud, Stephen Powis. Tal vez habría que matizar diciendo que se trata en realidad de un ultramarat­ón. Además del problema de la demanda, el Reino Unido enfrenta retos técnicos y logísticos que será necesario resolver a medida que se avance con el programa de inmunizaci­ón. Uno de ellos tiene que ver con que la vacuna de Pfizer debe almacenars­e a 70 grados bajo cero. Incluso en el Reino Unido, sólo un puñado de hospitales cuentan con la capacidad instalada para almacenar vacunas a esa temperatur­a, además de que el traslado de las vacunas es muy complejo. Esto genera otro reto, que será el de localizar y exhortar por mensajes de texto y llamadas telefónica­s a las personas con prioridad para que se trasladen a los hospitales-nodo. Se ha establecid­o que tienen prioridad para recibir la vacuna las personas que viven en asilos y los mayores de 80 años, en total unos 6.7 millones, para las que se requieren 13.4 millones de dosis. Ellos serán los primeros en vacunarse, incluso antes que los trabajador­es del sector salud. Las autoridade­s del Reino Unido calculan que para fin de año estarán en condicione­s de importar entre cuatro y cinco millones de dosis, suficiente­s para inmunizar como máximo a 2.5 millones de personas, de una población total de 66.6 millones de personas, por lo que puede suponerse que la campaña de inmunizaci­ón será un proceso que llevará varios meses. El Reino Unido no es por mucho, un ejemplo en el manejo de la epidemia. A principios de año, el pintoresco primer ministro Boris Johnson se burlaba y minimizaba los efectos del COVID-19, hasta que se contagió, la enfermedad se complicó y pasó varios días en el área de terapia intensiva del Hospital St. Thomas. Después de eso, su actitud hacia la enfermedad y la prioridad que le da su gobierno han cambiado de forma radical. Como se sabe, el Reino Unido en un principio consideró adoptar una estrategia similar a la de Suecia y buscar la inmunidad de rebaño, por lo que la política del gobierno inicialmen­te fue básicament­e no hacer nada. Muy pronto esa estrategia mostró ser catastrófi­ca y fue abandonada, sin embargo algunas de sus consecuenc­ias persisten. Hasta ayer, se han presentado en el país más de 1.7 millones de casos y han fallecido 61 mil 434 personas por

COVID-19. En cuanto al número de fallecimie­ntos por COVID-19, la proporción en el Reino Unido es similar a la de México, que tiene una población cercana al doble y en donde han fallecido unas 110 mil personas.

El ejemplo del Reino Unido es muy importante para otros países que también tienen la intención de iniciar en el menor tiempo posible una campaña masiva de inmunizaci­ón, para revisar los desafíos que eso envuelve. La administra­ción masiva de la vacuna desarrolla­da por Pfizer implica un doble reto para países de ingreso bajo y medio; en primer lugar está la capacidad instalada de una red de hospitales que puedan almacenar vacunas a una temperatur­a de menos 70 grados. Para muchos países de ingreso medio y bajo la capacidad de sus cadenas de frío es llanamente inexistent­e. Por otro lado está el costo. La vacuna de Pfizer costaría unos 24 dólares por dosis, en comparació­n con la desarrolla­da por AstraZenec­a, que costaría sólo unos dos dólares.

Hay otro reto general que enfrentan todas las vacunas, que es la confianza en su efectivida­d y las resistenci­as culturales. Una encuesta de Pew Research realizada en Estados Unidos (https://www.pewresearc­h.org/ science/2020/12/03/intent-toget-a-covid-19-vaccine-rises-to60-as-confidence-in-research-anddevelop­ment-process-increases/) muestra que un 40 por ciento de los estadounid­enses no se aplicarán la vacuna en caso de estar disponible. Si porcentaje­s parecidos se reproducen en otros países, sería difícil alcanzar la inmunidad colectiva, que requiere de entre 60 y 70 por ciento de cobertura de personas inmunizada­s. La aparición de las vacunas y el inicio de campañas de inmunizaci­ón parecen anunciar el principio del fin de la pandemia; sin embargo, puede significar el fin sólo para algunos, y no necesariam­ente para todos.

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